La duda y la sospecha envenenan el alma, la confianza la sana
El otro día veía la historia de un hombre condenado a muerte por un asesinato que él afirma no haber cometido.
En la visita de su mujer a verle en la cárcel, le pregunta a ella si nunca ha tenido ni la más pequeña duda de su culpabilidad. Quiere saber si siempre ha creído en su inocencia.
Él le dice que lo entendería si así fuera. Pero ella contesta: «Tampoco dudo que el sol va a salir cada mañana por el Este».
Esa confianza ciega en el otro, en su verdad, me parece un milagro. El amor crece desde el conocimiento. Cuanto más conozco a alguien en su verdad más le amo.
El amor es el sentimiento más puro y extraordinario que puede nacer en el corazón humano. El amor busca la verdad, se sostiene sobre la base de la sensibilidad y se asienta en una fe que no se tambalea.
Cuando amo a una persona la amo en su integridad. Y surge en mi corazón un así llamado prejuicio positivo hacia él. No dudo de él, aunque otros puedan dudar y quieran hacerme cambiar a mí de opinión.
¿Y si no reconoces a una persona en sus palabras o actos?
A veces en el Evangelio hay frases de Jesús que me resultan difíciles, no las entiendo. Son afirmaciones que me incomodan e inquietan.
Y pienso en mi interior que Jesús no pudo decir esa frase. No dudo de su verdad. Pero yo amo a Jesús en su integridad, en su vida, en su forma de vivir y de amar.
Creo en la imagen de Dios que ha sido revelada en sus palabras y sobre todo en sus obras. Mi prejuicio hacia Él siempre es positivo y por eso aquellas palabras que no reflejan la forma de pensar y de vivir de Jesús, no las tome en cuenta.
Yo creo en Él, en su coherencia, en su vida completa y esas palabras incómodas no me hacen dudar en mi amor hacia Él.
Cuando amo a una persona la amo en toda su verdad. No creo que sea infalible, sé que tendrá pecados como yo los tengo. Dirá cosas fuera de lugar. E incluso puede que haya hecho cosas en su vida que desconozco.
Pero si un día me dicen algo malo de él, me cuentan algo grave que hizo o dijo, si lo que escucho va contra lo que yo sé de él, simplemente no dudo de su integridad.
Mi prejuicio positivo es más fuerte, es un baluarte y no deja entrar la sospecha en mi ánimo. No me alejo de él, no lo juzgo sin preguntar y no dejo de amarlo en esa verdad que yo conozco.
Mi amor es mucho más fuerte que lo que puedan decirme para hacerme dudar. Más incluso cuando lo que me dicen puedan ser interpretaciones, juicios u opiniones.
En mi ánimo no hay espacio para la sospecha.
Adiós sospechas, miedo y desconfianza
Tampoco yo quiero vivir sembrando sospechas a mi alrededor. Veo a dos personas juntas y no interpreto ni juzgo cómo es la relación que las une. No me dejo llevar por lo que otros dicen a partir de lo que ven. Prefiero no vivir sospechando de todo.
Los vínculos tienen sus riesgos. Pero no quiero que esa realidad me vuelva miedoso y desconfiado. No quiero dejar de creer en las personas incluso cuando han caído.
No dejo de creer y confiar en las personas a las que amo. No dudo de sus intenciones, aunque los hechos parezcan contradecir mi certeza.
Quizás lo hago por mi propia salud mental, puede ser. Pero creo que el amor hace que la duda y la sospecha no se asienten en mi corazón. Comenta Martin Scorsese sobre su película Silencio:
«Dudar puede generar una sensación de soledad, pero en conjunción con la fe, con una fe profunda e inquebrantable, las dudas pueden generar una sensación de comunión y fraternidad. Silencio es la historia de un hombre que aprende (de una forma muy dolorosa) que el amor de Dios es más misterioso de lo que se imagina, que el Señor deja en manos de los feligreses más de lo que pensamos y que siempre está presente incluso a través de sus silencios».
Es cierto que la duda me ayuda a crecer. Dudar de mí mismo, no creerme seguro de mi capacidad, de mi voluntad, de mi corazón.
Pero no quiero convertirme en alguien que duda de todo y de todos. No quiero vivir desconfiando.
Volver a confiar de nuevo siempre
Sé, que cuando se ha roto la confianza y me he sentido herido por aquel en quien creía ciegamente, todo se vuelve más difícil.
Volver a confiar parece un camino imposible. La duda se adentra de mi alma. ¿Me volverá a fallar de nuevo? ¿Volverá a mentirme? La duda entra, lo penetra todo como un veneno y me vuelve desconfiado.
Aprender a confiar de nuevo en quien ha fallado, puede llevarme toda la vida. Creer en la bondad escondida del que me ha hecho daño. Creer en la verdad de sus palabras cuando los hechos parecen desmentir lo que dice.
Quiero pecar de confiado más que de desconfiado. Quiero creer en las personas incluso después de haber perdido la inocencia de la confianza primera.
Tal vez esa segunda confianza en mi vida sea más profunda, más verdadera. Un amor probado es un amor más hondo y acrisolado.
Es un amor que se adentra en mares profundos sin miedo. Un amor a prueba de posibles futuras traiciones. Un amor que siempre mira más alto.
Es la mirada del niño que confía en su padre y no teme, aunque un dolor siga a otro dolor. Ha puesto en alguien su confianza y no la va a retirar, aunque muchos le pidan que lo haga. Así quiero ser yo.
Confío y no temo. Dejo mi barca en las manos de Dios y creo en los que amo, en la verdad de su vida, en su autenticidad.
Desaparece la sospecha del alma. De la duda regreso a la certeza. Del miedo a la confianza. Sólo así el amor se vuelve más verdadero.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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