Un día de fiesta que nos invita a vivir su carácter sagrado, a cultivar un ocio saludable y a compartir con nuestros seres queridos
El domingo puede ser un día desafiante con miras a lo que viene por delante. El viernes o el sábado, aún trabajando, son diferentes: a las puertas del fin de semana estamos deseando que lleguen con más entusiasmo, pero a medida que las horas van avanzando y estamos próximos al lunes comienzan a sonar algunas alarmas.
¿Estoy listo para la semana? ¿debería adelantar algo? En algunos hogares el domingo se ha convertido en una especie de día difuso entre lo que es o debería ser, para muchos un día más de trabajo con tareas que serán imposibles hacerlas en otro momento o simplemente un día como cualquier otro porque en pandemia todos terminan al final siendo un poco igual.
Lo cierto es que el domingo como primer día de la semana tiene algo especial, su propia particularidad que muchas veces no estamos aprovechando. Deberíamos saborear esos minutos y no desear que se vayan. Disfrutar del momento presente y ser productivos a la manera que invita el domingo aunque no estemos trabajando como el resto de la semana.
En el esquema semanal del mundo mediterráneo el primer día era considerado el día del sol, como el resto de los días de la semana se ligaban a otros planetas: luna, marte, mercurio, júpiter, venus, saturno, que se corresponden respectivamente con lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado. Los cristianos continúan hoy en día con esa tradición.
El domingo es un día para brillar, un día de fiesta y celebración que une tradiciones. Por eso si sientes que se ha perdido un poco de esa magia no solo por el ritmo de vida apresurado o la situación de confinamiento que la hace monótona, necesitas recuperar su sentido más pleno: un día que nos invita a lo trascendente, al descanso y a compartir con los demás.
Si hay algo particular de los días domingos eso es su carácter sagrado y lo que hacemos para santificarlo como una verdadera fiesta. No se trata solo de ir a la iglesia y seguir unos cuantos ritos, sino de vivir realmente un día diferente con conciencia, llenándolo de un gozo espiritual y experiencias que nos revitalizan interiormente.
En el domingo cristiano, la celebración se vincula al origen de la creación y por ello se agradece y dedica un tiempo para aprovechar de todo lo que nos rodea. El domingo es una excelente oportunidad para conectar con la naturaleza, pasar tiempo al aire libre, salir a caminar o a correr, hacer algo de huerta o jardinería, o simplemente disfrutar los paisajes.
El domingo siempre ha sido considerado “el día del Señor”, un día de encuentro con Dios para dar gracias, presentar intenciones y poner en práctica obras de misericordia con los demás. Es decir, acciones caritativas para ayudar, instruir, aconsejar, consolar o confortar desde un plano espiritual, pero también desde lo material como compartir una comida, visitar a un amigo que está enfermo o dar una limosna al que lo necesita.
La idea principal es alejarse de las actividades o trabajos rutinarios que hacemos normalmente para poder enfocarnos en el culto y en esas acciones del alma que nos permiten conectarnos mejor con nosotros mismos en un plano más profundo, mostrar gratitud y alimentar nuestra relación tanto con Dios como con nuestros hermanos.
También hay una necesidad humana de descansar el cuerpo y el espíritu y abrir paso al ocio. San Agustín decía que “el amor a la verdad, busca el santo ocio” y el día domingo siempre ha sido considerado el día de descanso por excelencia. Sin embargo, hoy parecería que el descanso se ha transformado para muchos en un lujo.
Las presiones de tener que completar tareas con fechas límites, largas listas de trabajos pendientes o el simple hecho de no querer aceptar estar sentados sin hacer nada, nos llevan a la actividad continua, pero está comprobado que para ser más productivos es importante aprender a descansar. Cuando se descansa bien, uno puede sentirse rejuvenecido y listo para afrontar la semana laboral.
Es posible alejarse del trabajo y seguir teniendo un domingo productivo. Mirar una película, limpiar la casa, lavar la ropa, leer un libro, escuchar música, tomar una siesta, lavar el auto, cocinar algo rico o desayunar en la cama y sin prisa, son cosas que cuando se hacen bien pueden convertirse fácilmente en los mejores momentos de la semana.
Hay personas que los domingos se angustian porque no hacen mucho, o les parece que si simplemente están descansando están perdiendo el tiempo. También el no tener nada que hacer se lo asocia al aburrimiento que es algo negativo. Estos son ejemplos de que nos han “entrenado” para trabajar, pero nadie nos ha enseñado a descansar.
La educación ha pasado a vincularse con el sobre-exigirse y el trabajo con padecer jaquecas, dolores de espalda y una agenda muy ocupada. El resultado es que al final nos da pena decir que estamos descansando e incluso nos da rabia ver a los demás haciéndolo, pero la verdad es que tiene mucho valor porque el descanso en la salud tiene un impacto directo.
Cuando uno se aleja de las ocupaciones y está lejos de los ruidos, es capaz de encontrarse con uno mismo. El “ser” copa al “hacer” y se toma contacto con la propia existencia. Uno se conecta, cambia el aire y se recupera. De hecho, se cree que parte de estar ocupado muchas veces tiene que ver con un miedo interno a mirarse a sí mismo, pero allí hay mucha riqueza por descubrir y explotar.
El domingo nos invita a aprender a cultivar una buena conducta de ocio y lograr un equilibrio con el trabajo, que no pasa por descansar como si uno estuviera atormentado. La vida no puede ser todo cumplir o sentir culpa, auto-castigo o severidad cuando tenemos momentos de pausas. El descanso atormentado no es real y la idea no es empezar la semana estando agotado. La necesidad de reparación siempre es meritoria por el esfuerzo realizado.
Los domingos también están diseñados para vivir los tesoros de la tradición. El valor de las comidas familiares por ejemplo donde nos reunimos con otros alrededor de una mesa entre risas, historias y discusiones son siempre experiencias para conectar con las raíces. Se crea un espacio donde tenemos la oportunidad de expresarnos y escucharnos.
Siempre han sido por excelencia días de encuentros para visitar amigos y familiares, comidas que dan un sentido de unidad y de identidad familiar, así como de enseñanzas de aquellas costumbres que se transmiten con unos valores de una generación a otra.
Estas reuniones ayudan a fortalecer los vínculos y a crear recuerdos compartidos que uno llevará consigo con el pasar de los años y guardará para siempre en el corazón. El foco está en esas relaciones que son preciosas para nosotros, dejando de lado todo lo demás en un segundo plano.
En definitiva el domingo es el primer día de la semana y como primer día nos enseña, recuerda y conecta con lo que debe ser siempre lo primero en nuestra vida y más importante a tener en cuenta antes que todo lo demás: Dios, nosotros y nuestros seres queridos. ¡Grandes razones para celebrar!
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