domingo, 31 de marzo de 2024

Mensaje de Pascua de Francisco: Cristo nos abre lo humanamente imposible, «perdona nuestros pecados»

Francisco saluda a la multitud antes de la bendición Urbi et Orbi. Foto: Vatican Media.

Francisco saluda a la multitud antes de la bendición Urbi et Orbi. 


Francisco celebró en la mañana del domingo en la Plaza de San Pedro la misa de Pascua, que comenzó con el rito del Resurrexit, la apertura de un antiguo icono de Cristo que el Papa incensó después.

Bendición Urbi et Orbi

No hubo homilía, dado que la pronunció en la Vigilia Pascual, sustituida por unos minutos de silencio en reflexión tras la proclamación del Evangelio de la Resurrección del Señor. Tras la misa se cantó el Regina Coeli (que sustituye al Angelus hasta Pentecostés) y luego el Papa recorrió la plaza en papamóvil hasta las estribaciones de la Via Conciliazione, llena también de fieles a la espera de recibir la bendición Urbi et Orbi desde el balcón central de la basílica.

Francisco, desde el balcón central de la basílica de San Pedro.

Francisco, desde el balcón central de la basílica de San Pedro. Foto: Vatican Media.

Allí, sentado, el Papa dirigió su Mensaje de Pascual al mundo, donde como es costumbre hizo un repaso por los distintos lugares del mundo donde hay conflictos, pidiendo sobre todos ellos la paz.

Retomando la idea de su homilía de unas horas antes, recurrió al símil de la gran piedra que cerraba el sepulcro de Jesús con las "rocas  pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca  de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de  personas".

El perdón de los pecados

Es Cristo quien corre esa piedra con su Resurrección: "A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel  que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el  camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino  de la fraternidad en medio de la enemistad".

"Él nos abre un pasaje que humanamente es imposible, porque sólo Él quita el pecado del mundo y perdona nuestros pecados", continuó el Papa, "y sin el perdón de Dios esa  piedra no puede ser removida". En efecto, "sin el perdón de los pecados no es posible salir de las cerrazones, de los prejuicios, de las sospechas recíprocas o de las presunciones que siempre absuelven a uno mismo  y acusan a los demás. Sólo Cristo resucitado, dándonos el perdón de los pecados, nos abre el camino  a un mundo renovado".

Paz en el mundo

En su enumeración de los conflictos del mundo, el Papa se detuvo particularmente en los escenarios de Tierra Santa y Ucrania: "Que Cristo resucitado abra un  camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones".

Y pidió "consuelo" para "las víctimas de cualquier forma de terrorismo", invitando a rezar "por los que han perdido la vida" y para implorar "el arrepentimiento y la conversión de los  autores de estos crímenes".

También por los migrantes y por "las familias más pobres en  su búsqueda de una vida mejor y de la felicidad".

Francisco sonríe a los fieles, que abarrotaban la Plaza de San Pedro y parte de la Via Conciliazione.

Francisco sonríe a los fieles, que abarrotaban la Plaza de San Pedro y parte de la Via Conciliazione. Foto: Vatican Media.

-Respecto a la guerra en Ucrania, invió "a respetar de  los principios del derecho internacional" y pidió "un intercambio general de todos los  prisioneros entre Rusia y Ucrania: ¡todos por todos!".

-"Reitero el llamamiento para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas  humanitarias a Gaza, exhortando nuevamente a la rápida liberación de los rehenes secuestrados el  pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja".  

-"La guerra  es siempre un absurdo y una derrota. No permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo".

-"No nos olvidemos de Siria, que lleva catorce años sufriendo las consecuencias de una guerra  larga y devastadora".

-En cuanto al Líbano, recordó que está "afectado desde hace tiempo por un  bloqueo institucional y por una profunda crisis económica y social, agravados ahora por las  hostilidades en la frontera con Israel".

-Balcanes Occidentales: "Se  están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo. Que las diferencias  étnicas, culturales y confesionales no sean causa de división, sino fuente de riqueza para toda Europa  y para el mundo entero".

-Alentó "las conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán" en beneficio de las personas desplazadas y el respeto a los lugares de culto.

-Haití: "Que cese cuanto antes la violencia que lacera  y ensangrienta el país, y pueda progresar en el camino de la democracia y la fraternidad".

-Oró por los rohinyá, y que se abra "el camino de la  reconciliación en Myanmar".

-También por África, "especialmente para las poblaciones exhaustas en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República  Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique".

Respeto a la vida

Francisco cerró sus palabras lamentando "con cuánta frecuencia se desprecia el don precioso de la vida: "¿Cuántos niños ni siquiera pueden ver la luz? ¿Cuántos mueren de hambre o carecen de cuidados esenciales o son  víctimas de abusos y violencia? ¿Cuántas vidas se compran y se venden por el creciente comercio de  seres humanos?"

"Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones,  haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada.  ¡Feliz Pascua a todos!", concluyó.

Jesús M. C., ReL


sábado, 30 de marzo de 2024

Haciendo zapping se encontró «La Pasión» de Mel Gibson y tras décadas alejada necesitó ir a confesar

Era Semana Santa y, mientras veía la película,
«el Señor cambió mi corazón y mi mente»


Originaria de Puerto Rico y aficionada a las telenovelas, fue precisamente su madre la que le volvió a influir en el cambio, a través, de nuevo, de la televisión.


Hace más de una década y en vísperas de Semana Santa a Gabriela le cambió la vida. Esta mujer actualmente trabaja en una boutique de diseño en Valencia, está casada y tiene tres hijas. Pero durante mucho tiempo estuvo alejada de la fe. Sin embargo, haciendo zapping en la televisión experimentó un fuerte encuentro con Dios que acabó cambiando su vida de manera radical.

Ella misma relata que "a los 13 años dejé de practicar mi fe. Dejé a Dios en el Cielo; no me atrevía a mirarlo mucho, porque así podía hacer lo que me daba la gana; pero como Dios es muy bueno, la tele cambió mi vida".

Un encuentro haciendo zapping en el televisor

Sucedió días antes de la Semana Santa cuando Gabriela estaba sola en casa. Se sentó frente al televisor y al encenderlo se encontró con que empezaba la película La Pasión, película dirigida por Mel Gibson que a punto ha estado de costar la carrera tanto al mismo director como a Jim Caviezel, actor que interpretó a Jesús. Hollywood les cerró durante mucho tiempo sus puertas por un filme que ha llevado a la fe a muchos como Gabriela.

Mientras veía la película, "el Señor cambió mi corazón y mi mente; me hizo entender lo que me quiere, lo que ha hecho por mí, y darme cuenta de cómo yo le estaba volviendo la cara desde los 13 años", relata a la web del Opus Dei.

Vuelta al confesionario muchos años después

Tras varias décadas sin pisar un confesionario esta mujer decidió acudir a este sacramento y volver a ir a misa los domingos. "Viví mi primer Domingo de Ramos después de mucho tiempo, con el sentimiento de volver a casa y con una alegría tremenda", cuenta.

Gabriela explica también que su madre, supernumeraria del Opus Dei, ha tenido un papel clave en su vuelta a la fe. La define como "una mujer coherente, que me ha hecho ver las cosas a veces sin decir nada", y que permaneció siempre cerca, también durante el tiempo que vivió lejos de la fe. "Me fui muy lejos y ella siempre ha tenido palabras de comprensión, de apoyo y de cariño. Nunca me ha juzgado. Siempre ha confiado en mí", considera.

Gabriela con su madreUno de los pilares de Gabriela fue su madre, supernumeraria del Opus Dei.

Un nuevo impulso de nuevo a través de la televisión

Originaria de Puerto Rico y aficionada a las telenovelas, fue precisamente su madre la que volvió a influir en el cambio de Gabriela, a través, de nuevo, de la televisión. "Vimos juntas una telenovela sobre el mundo musulmán, que reflejaba cómo los musulmanes rezan y tienen cinco momentos para orar y mirar a la Meca. Me preguntaba si los cristianos tendríamos también una jornada propia", rememora.

La respuesta la encontró en una Biblia que le había regalado su madre. Al final del libro, con el título La jornada del cristiano, se enumeraban oraciones para diferentes momentos del día como el Ángelus, el Ofrecimiento de Obras o la bendición de la mesa, costumbres sencillas que sirvieron para que Gabriela hilvanara su jornada en clave cristiana.

"El Señor me quería ya cuando yo era un desastre"

Después comenzó a leer el Evangelio y se enganchó a la vida de Jesucristo. "Solo quería encontrar ratitos para seguir leyendo; quería conocer al Señor y mi fe desde cero".

Gabriela con su maridoLa respuesta la encontró en una Biblia que le había regalado su madre.

Y así, fue profundizando poco a poco en el sentido de la liturgia y de las enseñanzas de la Iglesia, hasta convencerse de que la fe es un gran regalo, del que habla con frecuencia a sus amigos y compañeros de trabajo.

"El Señor me quería ya cuando yo era un desastre; nos quiere a todos hasta clavarse en la Cruz. Todos valemos toda su sangre. La única diferencia es que yo ahora soy consciente de ese amor y lo puedo disfrutar, le puedo dar las gracias y puedo intentar corresponder. El camino no es fácil, pero vale la pena", concluye.

ReL

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El Velo de la Verónica está en el Vaticano: la historia de la reliquia en la que se impregnó el rostro de Jesús


 

En el Vaticano, durante el Quinto Domingo de Cuaresma, tiene lugar una liturgia extraordinaria en la Basílica de San Pedro: la exhibición de una venerada reliquia conocida como "El Velo de la Verónica".

Esta reliquia está profundamente ligada al Vía Crucis, donde se menciona que una mujer llamada Verónica limpia el rostro de Jesús con un paño mientras lleva la cruz hacia el Calvario.

Según la tradición, este paño lleva la verdadera imagen del rostro de Cristo y ha sido resguardado en una Basílica en el Vaticano.

La mujer que limpió el rostro de Jesús es comúnmente conocida como Verónica, derivado del latín "vera icona", que significa "ícono verdadero". Se cree que la imagen de Cristo fue impresa en el velo durante su camino hacia la cruz.

El propio paño también recibe el nombre de Verónica. 

Junto con una reliquia de la Cruz y la reliquia de la lanza de San Longinos, el Velo de la Verónica ocupa un lugar de gran importancia dentro de la Basílica de San Pedro.

Orígenes históricos del Velo

Si bien los orígenes exactos de la reliquia son inciertos, los registros históricos remontan su existencia al menos al siglo XIV. Incluso antes, en el siglo VIII, había referencias a una capilla dedicada a Santa Verónica dentro de la Basílica de San Pedro constantiniana.

En 1207, el Papa Inocencio III elevó la importancia del Velo de la Verónica al exhibirlo públicamente y componer una oración en su honor. Este evento marcó el comienzo de una procesión anual, atrayendo a peregrinos de todo el mundo.

La reliquia inspiró al Papa Bonifacio VIII a declarar el primer Año Jubilar en 1300, durante el cual el Velo fue resaltado como una de las "maravillas de la ciudad de Roma". Dante Alighieri fue uno de los peregrinos del Jubileo de 1300, escribiendo sobre el velo en el Canto XXXI de su Paradiso.

El destino de la reliquia enfrentó incertidumbres, particularmente durante períodos de turbulencia, como el Saqueo de Roma en 1527. Sin embargo, el paño perduró, y en el siglo XVII, fue descubierto oculto dentro de la nueva Basílica de San Pedro.

Domingo de Pasión en la Basílica de San Pedro

En el Quinto Domingo de Cuaresma, los canónigos de la Basílica de San Pedro se reúnen con el Arcipestre de la Basílica, Mons. Mauro Gambetti, con sacerdotes concelebrantes y otros ministros. Se dirigen hacia el Altar Mayor que marca la tumba de San Pedro.

El celebrante comienza con la oración de apertura e inciensa la cruz procesional. La Letanía de los Santos es cantada por el coro entonando "San Pedro, ruega por nosotros", tres veces en honor a la "estación" que se celebra ese domingo de Cuaresma.



Cada día durante este tiempo litúrgico, la Iglesia local de Roma hace una peregrinación a la tumba de un mártir. Esta peregrinación se conoce como las estaciones cuaresmales de Roma. 

Después de la tercera entonación a San Pedro, comienza la procesión. Los monaguillos son seguidos por los sacerdotes concelebrantes, los canónigos y finalmente el celebrante. La procesión desciende por la nave de la iglesia.

Los presentes, tanto religiosas como fieles, se unen a la procesión que culmina en el área del Altar para la Santa Misa.

La Revelación del Velo de la Verónica


Jakob Stein, chruchpop


El Papa lava los pies a 12 presas: «Dios perdona siempre, a nosotros nos toca pedir perdón», animó

El Papa lavó los pies de 12 reclusas sin levantarse de su silla de ruedasEl Papa lavó los pies de 12 reclusas sin levantarse de su silla de ruedas


El Papa Francisco celebró en la tarde del Jueves Santo la Misa de la Cena del Señor ("in Coena Domini") en la sección femenina de la cárcel de Rebibbia, en Roma, bajo una gran carpa en el patio de la prisión.

Asistieron unas 200 personas entre reclusas, exreclusas, personal penitenciario y algunas familias. La cárcel de mujeres de Rebibbia cuenta con 370 reclusas, y es uno de los dos centros más importantes del este de la capital italiana.

El Papa saludó a las mujeres del encuentro antes de colocarse junto al altar. Tras leer el Evangelio de la Última Cena de Cristo, tomado del relato de San Juan, Francisco señaló que con el gesto de lavar los pies "Jesús se humilla, Jesús con este gesto nos hace comprender lo que había dicho: "No he venido a ser servido, sino a servir". Nos enseña el camino del servicio".

El Papa Francisco lava los pies a 12 reclusas que se emocionaron

El Papa Francisco lava los pies a 12 reclusas de Rebibbia que se emocionaron.

También comentó la "triste" traición de Judas. "Judas que no es capaz de amar, y luego el dinero, el egoísmo le llevan a esta cosa fea. Pero Jesús perdona todo. Jesús perdona siempre. Sólo pide que le pidamos perdón", insistió.

Después el Papa improvisó una anécdota que le vino a la cabeza, sobre una anciana que le dijo una vez: "Jesús no se cansa nunca de perdonar, pero somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón". Así, insistió el Pontífice, "pidamos hoy al Señor la gracia de no cansarnos. Siempre, todos tenemos pequeños fracasos, grandes fracasos - cada uno tiene su propia historia. Pero el Señor siempre nos espera, con los brazos abiertos, y nunca se cansa de perdonar".

Tras la homilía el Papa Francisco, sin dejar la silla de ruedas, procedió a lavar los pies de doce reclusas, de entre 40 y 50 años, que estaban en una plataforma elevada por lo que le resultaba más cómodo.

Eran de varias nacionalidades diferentes: Italia, Bulgaria, Nigeria, Ucrania, Rusia, Perú, Venezuela y Bosnia. Muchas de las mujeres se emocionaron y sollozaron. Después, Diego Ravelli, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, ofició la misa.

La celebración terminó con unas palabras de agradecimiento de Nadia Fontane, directora del centro. Regalaron al Papa una cesta con alimentos que elaboran las mujeres de la cárcel, un rosario con los colores del arco iris y dos estolas confeccionadas por las internas.

El Santo Padre, por su parte, regaló un cuadro de la Virgen María con el Niño a la cárcel de Rebibbia.

El Papa bendijo a una mujer africana que lloraba desconsoladamente en su visita

Muchas internas de la prisión se esforzaron por tocar al Papa o saludarlo muy de cerca

En la enfermería de la prisión femenina regalaron al Papa un huevo de Pascua giganteEn la enfermería de la prisión femenina regalaron al Papa un huevo de Pascua gigante.

En esa fase final del encuentro, una mujer albanesa pidió al Papa oraciones por su hijo. El Papa le dio un rosario, y también a muchas otras reclusas a medida que salía. Gioia, una senegalesa, le comentó con humor que ella también va en silla de ruedas. Otra mujer africana, sostenida por dos ayudantes, gritó y lloró: "Sufro demasiado, no puedo más". El Papa Francisco la acarició, le puso la mano en la frente, le aseguró oraciones y la animó a orar ella también.

En la enfermería le regalaron un huevo gigante de chocolate con la inscripción "Felices Pascuas". Y antes de subir al Fiat 500 en el que se desplaza por Roma, una señora que había estado enferma durante la misa vino corriendo y consiguió que el Papa le diera un abrazo y una bendición en el último momento.

La misa y lavatorio de pies en la prisión femenina de Rebibbia, acontecimiento completo:

Jesús M.C., ReL


viernes, 29 de marzo de 2024

Renunció a la vida gay en pleno Orgullo: «La Iglesia debe estar abierta, pero diciendo la verdad»

Poseído tras una vida de adicción, new age, concupiscencia y brujería,
la fe esperaba para acogerle

`Las iglesias tienen que estar abiertas a todos para recibir a quienes están heridos, pero combatiendo a los perversos ideológicos que quieren pervertir la Iglesia´.

 

Argentina, Marcha del Orgullo Gay de 2015. Para Javier solo era una ocasión más de divertirse. Pero esta vez fue distinta, porque empezó a ser consciente de cómo lo vivía la multitud.

"Como una película, en blanco y negro, a cámara lenta: una mujer desnuda y enloquecida en una carroza, travestis insultando y drogándose, políticos, familias que aplaudían… y mucha podredumbre", relata.

Incapaz de aguantar las "nauseas" que le producía, huyó y entró en la primera iglesia que vio. Comenzaba una misa. En ese preciso instante, tras años de acoso diabólico, posesión y adicción, supo que "no había vuelta atrás": "Ahí comenzó el cambio, renuncie a mi homosexualidad".

Con estas palabras, el argentino relata en sus redes sociales, el momento en que su vida cambió. 

Javier recibió  educación católica en los mejores colegios durante su infancia, pero no se consideraba católico. 

Cuenta en El rosario de las 11 pm que, en la adolescencia, "entré en el mundo de la noche y la promiscuidad, era adicto a todas las drogas que se puedan imaginar y me hice homosexual, prostituyéndome, manteniendo relaciones con cualquiera y drogándome a todas horas".

El primer "cambio radical", una promesa a Jesús

Tras una extraña experiencia durante una noche que trató de paliar con mantras budistas,  recordó una estampa de la Virgen que le regalaron tiempo atrás, le hizo un altar en su casa y, sin ser siquiera católico, comenzó a rezar. Acto seguido, recuerda percibir "una imagen de Jesús misericordioso" que le llevaría a impulsar el primer "cambio radical" de si vida.

"Le prometí a Dios que nunca más iba a fumar marihuana. Fue la primera sensación de amor que sentí, sin conocer a Dios. Y desde ese momento dejé de fumar marihuana, los cigarros y las malas compañías", relata.

Prácticamente de forma inmediata, Javier comenzó a involucrarse con dos médiums en prácticas de relajación con cuencos tibetanos. Nunca olvidará cuando una de ellas le pasó el cuenco por el pecho. "No sé bien qué pasó, pero sentí un gran dolor, como si algo se hubiese salido, seguido de una sensación de éxtasis, miedo y amor a la vez", relata.

Más tarde sabría que aquellas mujeres eran algún tipo de brujas que también le introdujeron al mundo del reiki, la meditación y la nueva era, aprendiéndolo y practicándolo con otros.

"Iba todo perfecto hasta que empecé a sentir ruidos en mi casa, entré en una depresión tremenda y las brujas me decían que era por mi purificación. Seguía haciendo reiki y cada vez estaba peor: mi casa era una ruina, todo se rompía y cada vez había más ruidos", relata.

"Una figura oscura se lanzó sobre mi pecho"

Tras un nuevo contacto con las médiums, los ataques empeoraron. "Fue de película", afirma al recordar como "todos los demonios" parecían atacarle. Recuerda concretamente una noche, cuando ya acostado comenzó a escuchar nuevamente esos ruidos: "Enfrente de mí había una figura, humana pero oscura, que se lanzó sobre mi pecho. Sentí un calor que me quemaba y ardía. No entendía nada y [las mediums] me dejaron solo".

Tras una semana sin apenas dormir, sintiendo un intenso ardor cada vez que trataba de rezar y con nuevas tentaciones sexuales llamando a la puerta, Javier volvió a casa de la señora, en busca de ayuda.

"Me regaló una cruz de plástico y la traje a casa. Cuando escuché nuevos ruidos y pasos, busqué la oración a San Miguel mezclada con símbolos reiki, piedras y cuarzos y cogí la cruz mientras rezaba", relata desde el mismo punto donde tuvo lugar el nuevo episodio.

Lejos de mejorar lo sucedido, cuenta que entonces "comenzó el infierno".

"El demonio me atacó. Sentí como fuego entrando por la espalda, quemándome como si estuviese en una hoguera. Perdí todas mis fuerzas y no podía caminar. Salí a la calle en un estado deplorable y sentí que entraban más demonios mientras me debilitaba más", comenta.

Su cuerpo y mente no fueron las únicas víctimas del ataque. Su casa, impracticable, se había llenado repentinamente de ratas y cucarachas, con las que tenía que convivir mientras trataba de lidiar con "pinchazos e insoportables voces" en la cabeza.

Acudió a un exorcista

Javier, que ya había empezado a rezar aún sin considerarse católico, buscó la ayuda de un exorcista.

Primero encontró a Gustavo Seivane, asesor espiritual de los Grupos de Oración del Padre Pío en Argentina. De él recibió oraciones de liberación, la unción de enfermos, conversación espiritual durante horas e incluso un exorcismo.

También le requisó todos sus artefactos relacionados a la nueva era y la brujería, pirámides energéticas, los budas ante los que Javier se postraba, piedras, cuadros de mandalas… "Si no estás muerto, es porque el Señor no lo ha querido", le decía el sacerdote.

Después, Seivane le derivó a otro exorcista, Gustavo Chamorro, quien pronto supo que las médiums estaban también "dedicadas a la brujería" y sabían todo lo que le había ocurrido. Fue Chamorro quien le dijo que estaba poseído por dos demonios y que también había sido maldecido por su abuela.

Pero había algo que no terminaba de "funcionar". Y es que el mismo Javier reconoce que, además de no confesarse, había continuado practicando reiki consigo mismo mientras recibía las oraciones de liberación de los exorcistas.

Una promesa a la Virgen, y una confesión

"Hasta que un día me postré ante una imagen pequeña de la Virgen y sentí que no le estaba siendo fiel. Le prometí que lo sería, le llevé lo poco que me quedaba de Nueva Era al padre Gustavo y desde entonces empecé mi camino de conversión", relata. Prácticamente al mismo tiempo decidió confesarse.

Javier, converso argentino.

La conversión de Javier comenzó realmente cuando admitió no estar `siendo fiel´ a la Virgen. Entonces `empezó el cambio´.

Renunció a la homosexualidad en la Marcha del Orgullo Gay

Solo entonces, habiendo comenzado su transformación en tales circunstancias, pudo darse el desenlace descrito en la Marcha del Orgullo Gay de 2015. Fue buscando diversión, pero ahora lo que veía le repugnaba.

"No podía creer que hubiese participado durante años en eso. Lo que veía era horroroso. Salí corriendo y me metí a una iglesia. Necesitaba hablar con un sacerdote, que rezase conmigo. Sentía asco y angustia. Ahí comprendí todo. Me quedé en la misa y vino el cambio total. Ahí renuncie a la homosexualidad", rememora.

Poco después de comenzar su nueva vida conoció al sacerdote de la Renovación Carismática Fabián Barrera, también exorcista. "Con él seguí combatiendo contra el demonio, aún sin liberarme. Serví como monaguillo, estuve 5 años creciendo en la fe y empecé a rezar todo el tiempo, día y noche, hasta que un día me quedé dormido  y escuché: `El Señor reconfortará tu alma´".

El sacerdote y exorcista Fabián Barrera.

El sacerdote y exorcista Fabián Barrera, que apoyó a Javier durante su liberación. 

Aunque "no entendía nada", pronto acudió a un retiro en el que tendría su "primer encuentro con Jesús". "Y no me cabe duda de que desde ese momento comencé a vivir mi verdadera conversión", agrega.

Hoy, Javier es un activo evangelizador en sus redes sociales. Desde entonces, admite vivir dedicado a la adoración al Santísimo y la oración, enfrentando las tentaciones propias de la homosexualidad y viviendo en castidad desde hace siete años.

En la batalla, pero contento

En ocasiones es consciente de sufrir fuertes tentaciones e incluso una cierta "persecución diabólica" en este sentido, pero también se ve reconfortado por una intensa devoción a su ángel de la guarda, con el que asegura haber tenido una experiencia en plena adoración al Santísimo que le dio "fuerza para mantenerse en la fe".

Admite "estar contento, librando mil batallas", sabiendo que no es "ningún santo" pero con la convicción de "librar la batalla hasta el final de los brazos de María".

"Tenemos que tener compasión. La Iglesia debe estar abierta para a todos, pero diciendo siempre la verdad. La única bandera que debe haber es la de Jesús, no de ideologías, la bandera gay o de partidos. Las iglesias tienen que estar abiertas a todos para recibir a quienes están heridos, pero combatiendo a los perversos ideológicos que quieren pervertir la Iglesia. Nuestro deber es rezar, orar y ayudar a los hermanos que llegan heridos a nuestras comunidades", concluye.

J.M.C., ReL

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jueves, 28 de marzo de 2024

El Papa, en la Misa Crismal, anima al clero a la compunción, superar rigorismos, amar y reparar


 

El Jueves Santo es el día en que Jesucristo instituyó el Orden Sacerdotal y la Iglesia celebra el Día del Sacerdote. Al acercarse ese día -a menudo unos pocos días antes- cada obispo celebra la Misa Crismal en la que se bendicen los óleos de los catecúmenos, el de los enfermos y del crisma, que se utilizan durante el año para los bautismos, confirmaciones y unción de los enfermos.

Se anima a todos los sacerdotes que puedan a acudir a esta misa con su obispo, donde renovarán sus compromisos sacerdotales de pobreza, castidad y obediencia, y su relación con su obispo local y el presbiterio local.

El Papa Francisco ha celebrado la Misa Crismal en la mañana de este Jueves Santo, abriendo así el Triduo Pascual. Ha mostrado haber superado su bronquitis de las pasadas semanas leyendo con buena voz su larga homilía. Rodeado de sacerdotes de la diócesis de Roma, bendijo las tres ánforas de plata con los óleos que se usarán en las celebraciones vaticanas.

La predicación del Papa se dirigió a los sacerdotes, pidiéndoles evitar "rigorismos" y "ambiciones", y centrarse más bien en "amar y reparar", aceptando "la compunción y las lágrimas".

La homilía, bastante larga, ha desarrollado el concepto de "compunción" y su aplicación en la vida del cristiano y, sobre todo, del sacerdote.

"Quien se compunge de corazón se siente más hermano de todos los pecadores del mundo, sin un atisbo de superioridad o de aspereza de juicio, sino con el deseo de amar y reparar", proclamó.

"Otra característica de la compunción es la solidaridad, pues un corazón dócil, liberado por el espíritu de las Bienaventuranzas, se inclina naturalmente a hacer compunción por los demás; en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pecados", añadió.

El Papa Francisco en la misa crismal de 2024 con los santos óleos en tres urnas

El Papa Francisco en la Misa Crismal de 2024 con los santos óleos en tres urnas.

"A nosotros, sus Pastores, el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados. Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia", insistió el Pontífice.

"¡Cuánto necesitamos liberarnos de resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones, para encomendarnos e interceder ante Dios, encontrando en Él una paz que salva de cualquier tempestad! Adoremos, intercedamos y lloremos por los demás", exhortó.

Al mismo tiempo, el Papa dio gracias a los sacerdotes "por sus corazones abiertos y dóciles; gracias por sus fatigas y sus lágrimas" y "por llevar la maravilla de la misericordia de Dios".

En la tarde del Jueves Santo el Papa tiene previsto celebrar la Misa de la Cena del Señor en la cárcel femenina de Rebibbia, en Roma, donde lavará los pies a 12 reclusas. El Viernes Santo presidirá el Vía Crucis en el Coliseo romano, cuyos textos ha escrito él mismo. En 2023 no acudió por el frío por estar entonces mal de salud. El Sábado Santo celebrará la Vigilia Pascual y el domingo en la plaza de San Pedro oficiará la Misa de Resurrección y la bendición urbi et orbi.

Multitud de sacerdotes del clero de Roma en la Misa Crismal del Papa Francisco en la que se bendicen los santos óleos el Jueves Santo de 2024

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Homilía completa de la Misa Crismal de 2024 del Papa Francisco:

“Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él” (Lc 4,20). Llama la atención este pasaje del Evangelio, pues nos lleva a visualizar la escena, a imaginar ese momento de silencio en el que todas las miradas estaban concentradas en Jesús, en una mezcla de estupor y desconfianza. Sabemos sin embargo cómo terminaría: después de que Jesús hubo desenmascarado las falsas expectativas de sus compaisanos, estos “se enfurecieron” (Lc 4,28), salieron y lo echaron fuera de la ciudad. Sus ojos habían estado fijos en Jesús, pero sus corazones no estaban dispuestos a cambiar a causa de su palabra. De ese modo, perdieron la oportunidad de sus vidas.

Pero hoy, en esta tarde de Jueves Santo, se produce un cruce de miradas alternativo. El protagonista es el primer Pastor de nuestra Iglesia, Pedro. Al principio, tampoco él dio fe a la palabra “desenmascarante” que el Señor le había dirigido: “Me habrás negado tres veces” (Mc 14,30). Por eso, “perdió de vista” a Jesús y lo negó cuando cantó el gallo. Pero después, cuando “el Señor, dándose vuelta, miró a Pedro, este recordó las palabras que él le había dicho. Y saliendo afuera, lloró amargamente” (cf. Lc 22,61-62). Sus ojos se llenaron de lágrimas que, nacidas de un corazón herido, lo liberaron de convicciones y justificaciones falsas. Aquel llanto amargo le cambió la vida.

Las palabras y los gestos de Jesús durante tantos años no habían logrado mover a Pedro de sus expectativas, parecidas a las de la gente de Nazaret. También él esperaba un Mesías político y poderoso, fuerte y resolutivo, y frente al escándalo de un Jesús débil, arrestado sin oponer resistencia, declaró: “No lo conozco” (Lc 22,57). Y es verdad, no lo conocía, comenzó a conocerlo cuando, en la oscuridad de la negación, dio cabida a lágrimas de vergüenza y arrepentimiento. Y lo conocerá de verdad cuando, entristecido “de que por tercera vez le preguntara si lo quería", se dejó atravesar sin reservas por la mirada de Jesús. Entonces, del “no lo conozco” pasará a decir: "Señor, tú lo sabes todo” (Jn 21,17).

Queridos hermanos sacerdotes, la curación del corazón de Pedro, la curación del Apóstol y la curación del Pastor son posibles cuando, heridos y arrepentidos, nos dejamos perdonar por Jesús; estas curaciones pasan a través de las lágrimas, del llanto amargo y del dolor que permite redescubrir el amor. Por eso, desde hace tiempo siento la necesidad de compartir con ustedes, en este Jueves Santo del Año de la oración, algunos pensamientos sobre un aspecto de la vida espiritual bastante descuidado, pero esencial. Lo propongo con una palabra tal vez pasada de moda, pero que creo que nos haga bien redescubrir: la compunción.

La palabra evoca el punzar. La compunción es “una punción en el corazón”, un pinchazo que lo hiere, haciendo brotar lágrimas de arrepentimiento. Nos ayuda otro episodio relacionado también con San Pedro. Él, traspasado por la mirada y las palabras de Jesús resucitado el día de Pentecostés, purificado y lleno del fuego del Espíritu, proclamó a los habitantes de Jerusalén: “a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hch 2,36). Los que escuchaban advirtieron a la vez el mal que habían hecho y la salvación que el Señor derramaba sobre ellos, y “al oír estas cosas —dice el texto—, todos se conmovieron profundamente” (Hch 2,37).

Esta es la compunción, no es un sentimiento de culpa que nos tumba por tierra, no es el escrúpulo que paraliza, sino un aguijón benéfico que quema por dentro y cura, porque el corazón, cuando ve el propio mal y se reconoce pecador, se abre, acoge la acción del Espíritu Santo, agua viva que lo sacude haciendo correr las lágrimas sobre el rostro. Quien se quita la máscara y deja que Dios mire su corazón recibe el don de estas lágrimas, que son las aguas más santas después de las del Bautismo[1]. Queridos sacerdotes, hoy os deseo esto.

Pero es necesario comprender bien qué significan las lágrimas de compunción. No se trata de sentir lástima de uno mismo, como frecuentemente nos vemos tentados a hacer. Esto sucede, por ejemplo, cuando estamos desilusionados o preocupados por nuestras expectativas frustradas, por la falta de comprensión por parte de los demás, tal vez hermanos de comunidad o superiores. También cuando, a causa de un extraño y malsano gusto de nuestro espíritu, nos regodeamos en los agravios recibidos para autocompadecernos, pensando que no nos han dado lo que merecíamos e imaginando que el futuro no nos depara otra cosa que continuas desilusiones. Esta —nos enseña san Pablo— es la tristeza según el mundo, opuesta a la que es según Dios[2].

Tener lágrimas de compunción, en cambio, es arrepentirse seriamente de haber entristecido a Dios con el pecado; es reconocer estar siempre en deuda y no ser nunca acreedores; es admitir haber perdido el camino de la santidad, no habiendo creído en el amor de Aquel que dio su vida por mí[3]. Es mirarme dentro y dolerme por mi ingratitud y mi inconstancia; es considerar con tristeza mi doblez y mis falsedades; es bajar a los recovecos de mi hipocresía, la hipocresía clerical, queridos hermanos, la hipocresía en la que caemos tanto. Estad atentos a la hipocresía clerical. Para después, desde allí, fijar la mirada en el Crucificado y dejarme conmover por su amor que siempre perdona y levanta, que nunca defrauda las esperanzas de quien confía en Él. Así las lágrimas siguen derramándose y purifican el corazón.

La compunción, claro está, requiere esfuerzo pero restituye la paz; no provoca angustia, sino que aligera el alma de las cargas, porque actúa en la herida del pecado, disponiéndonos a recibir precisamente allí la caricia del médico celestial, que trasforma el corazón cuando está “contrito y humillado” (Sal 51,19), suavizado por las lágrimas. La compunción es por tanto el antídoto contra la esclerosis del corazón, contra esa dureza del corazón que tanto denunció Jesús (cf. Mc 3,5; 10,5).

El corazón sin arrepentimiento ni llanto se vuelve rígido. Primero se afianza en sus rutinas, después es intolerante con los problemas y las personas le son indiferentes, luego se torna frío y casi impasible, como envuelto en una coraza inquebrantable, y finalmente se vuelve un corazón de piedra. Pero, como una gota excava la piedra, así las lágrimas excavan lentamente los corazones endurecidos. Se asiste de esta manera al milagro de la tristeza que lleva a la dulzura.

Comprendemos entonces por qué los maestros espirituales insisten sobre la compunción. San Benito invitaba cada día a “confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas”[4], y afirmaba que al rezar no seríamos escuchados «por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y compunción de lágrimas”[5]. Y si para san Juan Crisóstomo una sola lágrima es capaz de apagar un brasero de culpas[6], en la Imitación de Cristo se recomienda: «Date a la compunción del corazón», en cuanto “por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros defectos no sentimos los males de nuestra alma”[7].

La compunción es el remedio, porque nos muestra la verdad de nosotros mismos, de modo que la profundidad de nuestro ser pecadores revela la realidad infinitamente más grande de nuestro ser perdonados. Por eso no nos debe extrañar la afirmación de Isaac de Nínive: “El que olvida la medida de sus propios pecados, olvida la medida de la gracia de Dios hacia él”[8].

Es verdad, cada uno de nuestros renacimientos interiores brotan siempre del encuentro entre nuestra miseria y la misericordia del Señor, pasa a través de nuestra pobreza de espíritu, que permite que el Espíritu Santo nos enriquezca. Con esta luz se comprenden las fuertes afirmaciones de tantos maestros espirituales. Detengámonos otra vez en las afirmaciones paradójicas de san Isaac: “Aquel que conoce sus pecados […] es más grande de aquel que con la oración resucita muertos. Aquel que llora una hora sobre sí mismo es más grande que quien sirve el mundo entero con la contemplación […]. Aquel al que ha sido dado conocerse a sí mismo es más grande que aquel a quien le fue dado ver a los ángeles”[9].

Hermanos, volvamos a nosotros y preguntémonos cuán presentes están la compunción y las lágrimas en nuestro examen de conciencia y en nuestra oración. Interroguémonos si con el pasar de los años las lágrimas aumentan. Bajo este aspecto sería bueno que ocurriese al revés de como sucede en la vida biológica, en la que cuando crecemos lloramos menos que cuando éramos niños. Sin embargo, en la vida espiritual, en la que cuenta hacerse como niños (cf. Mt 18,3), quien no llora retrocede, envejece por dentro, mientras que quien alcanza una oración más sencilla e íntima, hecha de adoración y conmoción ante Dios, madura. Se liga menos a sí mismo y cada vez más a Cristo, y se hace pobre de espíritu. De ese modo se siente más cercano a los pobres, los predilectos de Dios, que —como escribe san Francisco en su testamento— antes, “como estaba en mis pecados”, los tenía lejos, pero cuya compañía, después, de amarga se convirtió en dulce[10]. Y, de ese modo, quien se compunge de corazón se siente más hermano de todos los pecadores del mundo, sin un atisbo de superioridad o de aspereza de juicio, sino con el deseo de amar y reparar.

Hay otra característica de la compunción, la solidaridad. Un corazón dócil, liberado por el espíritu de las Bienaventuranzas, se inclina naturalmente a hacer compunción por los demás; en vez de enfadarse o escandalizarse por el mal que cometen los hermanos, llora por sus pecados. Se realiza entonces una especie de vuelco, donde la tendencia natural a ser indulgentes consigo mismo e inflexibles con los demás se invierte y, por gracia de Dios, uno se vuelve severo consigo mismo y misericordioso con los demás. Y el Señor busca, especialmente entre los consagrados a Él, a quienes lloren los pecados de la Iglesia y del mundo, haciéndose instrumento de intercesión por todos. Cuántos testigos heroicos en la Iglesia nos indican este camino. Pensemos en los monjes del desierto, en Oriente y en Occidente; en la intercesión continua, entre gemidos y lágrimas, de san Gregorio de Narek; en la ofrenda franciscana por el Amor no amado; en sacerdotes, como el cura de Ars, que vivían en penitencia por la salvación de los demás. No se trata de poesía, es el sacerdocio.

Queridos hermanos, a nosotros, sus Pastores, el Señor no nos pide juicios despectivos sobre los que no creen, sino amor y lágrimas por los que están alejados. Las situaciones difíciles que vemos y vivimos, la falta de fe, los sufrimientos que tocamos, al entrar en contacto con un corazón compungido, no suscitan la determinación en la polémica, sino la perseverancia en la misericordia. Cuánto necesitamos liberarnos de resistencias y recriminaciones, de egoísmos y ambiciones, de rigorismos e insatisfacciones, para encomendarnos e interceder ante Dios, encontrando en Él una paz que salva de cualquier tempestad. Adoremos, intercedamos y lloremos por los demás. Permitamos al Señor que realice maravillas. No temamos, Él nos sorprenderá.

Nuestro ministerio lo agradecerá. Hoy, en una sociedad secularizada, corremos el riesgo de mostrarnos muy activos y al mismo tiempo de sentirnos impotentes, con el resultado de perder el entusiasmo y de caer en la tentación de “tirar los remos en la barca”, de encerrarnos en la queja y de hacer prevalecer la magnitud de los problemas sobre la inmensidad de Dios. Si esto sucede, nos volvemos amargos y sarcásticos. Siempre hablando mal, encontrando siempre cualquier ocasión para lamentarse.

Pero si, por el contrario, la amargura y la compunción, en vez de dirigirse hacia el mundo, se dirigen hacia el propio corazón, el Señor no dejará de visitarnos y de alzarnos de nuevo. Como nos exhorta la Imitación de Cristo: “No te ocupes en cosas ajenas ni te entremetas en las causas de los mayores. Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a todos cuantos quieres bien. Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas por eso, sino aflígete de que no te portas con el cuidado y circunspección que convienen”[11].

Por último, quisiera señalar un aspecto esencial: la compunción no es el fruto de nuestro trabajo, sino que es una gracia y como tal ha de pedirse en la oración. El arrepentimiento es don de Dios, es fruto de la acción del Espíritu Santo. Para facilitar su crecimiento, comparto con ustedes dos pequeños consejos. El primero es el de no mirar la vida y la llamada en una perspectiva de eficacia y de inmediatez, ligada sólo al hoy y a sus urgencias y expectativas, sino en el conjunto del pasado y del futuro. Del pasado, recordando la fidelidad de Dios, haciendo memoria de su perdón, anclándonos en su amor; y del futuro, pensando en el destino eterno al que estamos llamados, en el fin último de nuestra existencia.

Ampliar los horizontes ayuda a dilatar el corazón, estimula a entrar en uno mismo con el Señor y a experimentar la compunción. Un segundo consejo, que es consecuencia de esto: es redescubrir la necesidad de dedicarnos a una oración que no sea de compromiso y funcional, sino gratuita, serena y prolongada. Hermano, ¿cómo es tu oración? Volvamos a la adoración. ¿Te ha olvidado de orar? Volvamos a la oración del corazón. Repitamos: Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Sintamos la grandeza de Dios en nuestra bajeza de pecadores, para mirarnos dentro y dejarnos atravesar por su mirada. Redescubriremos la sabiduría de la Santa Madre Iglesia, que nos introduce en la oración con la invocación del pobre que grita: Dios mío, ven en mi auxilio.

Queridos hermanos, volvamos ahora a San Pedro y a sus lágrimas. El altar puesto sobre su tumba nos debe hacer pensar cuántas veces nosotros, que allí decimos cada día: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”, decepcionamos y entristecemos a Aquel que nos ama hasta el punto de hacer de nuestras manos los instrumentos de su presencia.

Está bien por tanto hacer nuestras aquellas palabras con las que nos preparamos en voz baja: “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado” (cf. Sal 50). En todo, hermanos, nos consuela la certeza que hoy nos ha sido entregada en la Palabra: el Señor, consagrado con la unción (cf. Lc 4,18), ha venido «a vendar los corazones heridos” (Is 61,1). Por tanto, si el corazón se rompe podrá ser vendado y curado por Jesús. Gracias, queridos sacerdotes, por sus corazones abiertos y dóciles; gracias por sus fatigas y sus lágrimas, gracias por llevar la maravilla de la misericordia de Dios a los hermanos y a las hermanas de nuestro tiempo. Queridos sacerdotes, que el Señor los consuele, los confirme y los recompense. Gracias.

Vídeo completo de la Misa Crismal de Jueves Santo, retransmitida en español:

P. J. G., ReL



3 testimonios de amor, cuidado y servicio a Jesús Eucaristía

Eucharistic Adoration prayer St Peter's Square


En jueves santo, día en que se instituyó la Eucaristía, Aleteia presenta tres testimonios de laicos que, por amor a Jesús sacramentado, han decidido dedicar una parte de su vida a servir, custodiar, acompañar y compartir con los demás el gran misterio de amor que es el sacramento del altar


SERGIO PADILLA
ADORADOR NOCTURNO

Eucaristía

Sergio pertenece a la Adoración Nocturna Mexicana desde 2011. Recuerda una ocasión en la que el sacerdote que presidía la Eucaristía a la que asistía todos los domingos comentó: «Estas personas que ven aquí, son adoradores y durante toda la noche estarán intercediendo por nuestros pecados y los del mundo entero».  Eso llamó su atención y pensó: «en realidad no sé bien qué es lo que hacen, pero algún día yo haré lo mismo».

Explica que los adoradores nocturnos renuncian a su descanso para velar durante toda la noche «para acompañar más de cerca a Jesús, en el ministerio de su agonía en el huerto de los olivos y en la noche de la pasión, que sufre para borrar el pecado del mundo».

El adorador, en su pobreza y debilidad, quiere escuchar el mandamiento de Jesús ‘Vigilad y Orad para no caer en la tentación’»

Durante los 13 años que ha «adorado por los que no adoran y bendecido por los que Lo niegan y ofenden» tiene claro que «Jesús nos invita a que revisemos dentro de nuestro corazón» y por ello, considera que aún «falta mucho para tener un verdadero cambio».

Sergio invita a que, este Jueves Santo, acudamos ante Jesús Eucaristía con agradecimiento, porque el Señor «se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación»; pero también con actitud de servicio, pues Jesús «lavó los pies a sus discípulos para mostrarles el mandamiento del amor y del servicio».

«Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos».

FERNANDO PARRA
MINISTRO DE LA EUCARISTÍA

Eucaristía

Fernando vive, desde hace 14 años, el «gran privilegio» de llevar a Jesús Eucaristía a los enfermos y ancianos.  

«El señor te invita a ser su burrito, a que lo lleves de aquí para allá, pero también te lleva como testigo de su amor». Y por ello añade: «No solo es llevar a nuestro Señor en especie, sino que tú también tienes que ser un reflejo, llevándoles el amor y la alegría».

A lo largo de los años le ha tocado visitar lugares a los que, de no ser porque va con el Señor, normalmente no iría. Cuando ha llevado el último viático a personas agonizantes, acude con satisfacción porque el Señor le permite «llevarles el sacramento que les abre la gracia eterna».

Con este ministerio «que se vive en las calles» ha tenido la oportunidad de vivir una estrecha e íntima relación con Cristo, pues el momento de recorrer la ciudad -para llevarlo a los demás- es la oportunidad perfecta para orar y permanecer en diálogo con Él.

La vivencia más grande es poder ir caminando con el Señor porque es un rato de amistad. Es ir caminando a su lado, prepararte y decir ‘Señor ya voy porque tenemos una cita’”.

Sus tardes de servicio recorriendo su ruta y regresando a la parroquia para asistir al rosario, participar de la Misa y recibir él también la comunión son «tardes maravillosas de amigos, que fortalecen su fe».

Fernando comparte que, para acercarse a adorar la Eucaristía, solo es necesario dejar entrar a Dios en el corazón y llenarse de Él. Sin cuidar las formas físicas, pero con pureza de intención.

PEDRO Y CRISTAL
FUNDADORES DE UN PROYECTO DE ADORACIÓN

cielo abierto concierto

El servicio que este matrimonio ha prestado a Dios comenzó en la música. Ambos formaban parte de una banda de música católica hasta que el Señor les presentó planes aún más grandes.

Fundaron Cielo Abierto, un proyecto que recorre Latinoamérica llevando noches y conciertos de Adoración masivos. Actualmente, son casi dos millones de personas las que se han encontrado con Jesús en estos conciertos de adoración gratuitos.

Pedro González comenta que ha vivido cosas bellísimas al ser adorador, comenzando por el hecho de tomar mayor conciencia de la presencia real de Jesús en el altar.

Sin embargo, son esos grandes momentos ante Dios los que le hacen estar convencido de una cosa: «Me falta llegar a la plenitud (…) sigo en el camino». Y resalta una ventaja: 

A pesar de lo que falta, «ahora sí sé dónde está la plenitud y solución de todos mis males, donde está la paz y fortaleza que necesito, la luz: en la Eucaristía”

Cristal Dominguez, su esposa, comparte que a través de una experiencia de amor profundo durante la adoración entendió el regalo del sacerdocio, la presencia viva y real de Jesús y su sacrificio por amor. Desde entonces, su adoración, participación en la Misa y comunión cambió por completo.

«Él me comenzó a enseñar y a explicar el regalo y la gracia alta del momento de la transubstanciación: Cristo mismo, en su sacerdote, transformando ese pequeño pedazo de pan y ese poco de vino en el cuerpo, sangre, alma y divinidad».

Con la adoración tomó conciencia de que recibe el amor más grande, «amor verdadero, Él, sin importar nada, dio la vida por mí». Ahora sabe que, por amor a ella, Cristo la espera en cada Eucaristía.

Y para lograr acercarse y encontrar uno mismo esa presencia real de Jesús en nuestras parroquias, Pedro pone de ejemplo a Zaqueo. «Solo tuvo esa inquietud e inmediatamente, Jesús fue a su encuentro. Él escucha el anhelo del corazón». Por ello, asegura que tener una inquietud de querer acercarse a la Eucaristía ya es lo más importante: «Cuando se tiene ese anhelo e intención es porque ya hay una gracia a la que Él está correspondiendo».

Tres formas distintas de servicio en que lo laicos que nos enseñan, como explica Fernando, que «cuando el Señor te invita, te invita a ti, a la persona que eres; con tu forma de ser, talentos; y en eso se alegra y se goza».

Majo Frías, Aleteia

Vea también      Centralidad de la Eucaristía Fuente y Cumbre