jueves, 28 de febrero de 2019

ANTICONCEPTIVOS: POR QUÉ NO SON LÍCITOS


La serie de HM Televisión sobre la encíclica Humanae Vitae aborda en este capítulo la cuestión que dio origen a la encíclica: la ilicitud de los medios artificiales de control de la natalidad. Pincha aquí para ver los capítulos anteriores.















Cómo deshacerte de los deseos de venganza

Es difícil retener la mano que busca vengarse…

ANGRY FIRST

Hoy Jesús me pide algo que me parece imposible, que ame al que me odia: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”.
Me pide amar, hacer el bien, bendecir y orar. Me parece todo tan complicado… Me pide que haga todo eso pensando en quien me odia y no me quiere, en quien desea mi propio mal, en quien me ignora. Quiere que desee su bien.
Tal vez es necesario que aprenda a perdonar el mal causado. Si no lo hago así, es imposible amar bien. Y querer al que no me quiere.

Jerzy Górecki

David era perseguido por el rey Saúl. De forma injusta es rechazado. Se siente herido y huye porque teme perder la vida. Y parece que Dios le pone en bandeja la venganza, la salvación: “Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe”.
Puede acabar con esa persecución injusta. Puede obtener la venganza soñada. Puede vencer al que le ha herido. Puede ser rey. Saúl se había convertido en su enemigo. ¿No le ponía Dios en su mano la venganza?
Dios no desea la venganza. Pero el hombre sí. La venganza es el deseo de resarcirme del daño recibido.
He sido herido y mi corazón clama venganza. Quiere herir al que me ha herido. Así suele ser en la vida. Si he recibido un daño, quiero que el que me lo ha causado sufra algo peor incluso.
La ley de talión exigía un castigo proporcional al crimen cometido. Es el primer límite impuesto a la venganza. Porque esta podía no ser proporcional al mal recibido.
Jesús va más allá. No sólo quiere que la venganza sea proporcional. Simplemente no quiere que haya venganza.
El corazón cristiano no cree en la venganza. Cree en hacer el bien, no el mal. Y la venganza me habla de crueldad, maldad, odio, rabia. El corazón herido quiere venganza.
Jesús nunca se vengó de los que querían su mal. Devolvió bienes a cambio de males. Amor al ser odiado.

HANDS,FRIENDSHIP,SUPPORT
Shutterstock

Hoy miro mi corazón herido. ¿Tengo enemigos? Pienso en mi vida. No, no tengo enemigos. Es mi primera respuesta.
¿Alguien me ha hecho el mal? ¿Alguien ha deseado mi mal? Pienso en mi historia. ¿Todos hablan bien de mí? No. Pero tal vez tampoco me odian. ¿Quién entra en la categoría de enemigo? Puede que no encuentre a nadie que quiera mi mal.
¿Yo deseo el mal de alguien? Pienso en mis heridas. Me han causado daño. Algunos sin intención. Otros intencionadamente.
¿He sentido en mi corazón alguna vez el deseo de venganza? Se han reído de mí. Me han criticado por mis palabras. Han juzgado mis actos. Me siento dolido. Brota el rencor del alma.
A veces me creo que no tengo nada que perdonar. Me equivoco. Siempre hay algo. Alguna herida o desprecio. Esperaba más o algo distinto. Mis expectativas no se vieron satisfechas.
Comenta el papa Francisco: Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras certezas: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas”.
Surge el odio porque amenazan mi seguridad. Me siento atacado a menudo sin serlo. Yo espero más. No entiendo las decisiones de los otros. O simplemente no las comparto. Surge la ira, la rabia, el deseo de venganza.
¡Cuánto daño me hace odiar! Guardo un rencor profundo. Tengo la herida tapada para que no duela. Y me creo que ha desaparecido.
Pero súbitamente, al recordar lo que un día sucedió, vuelve el mismo sentimiento de rabia. Quiero que sufra aquel que no me quiere. ¿Cómo puede pedirme Jesús que lo ame?
“Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen”.
Veo una montaña ante mis ojos. Olvidar me cuesta mucho. Perdonar me parece imposible. Bendecir está lejos de mi alcance. Desear su bien. Amar. Todo demasiado duro. No me siento capaz.
¿De dónde procede el perdón? De Dios. Sólo Él puede darme lo que necesito.
Quiero un corazón puro y virgen que no busque la venganza ni el mal de nadie. Un corazón que no guarde rencor de forma permanente.
¿Cómo se cambia el propio corazón? Estoy muy lejos de bendecir. Tantas veces maldigo. Estoy lejos de amar bien al que me odia. Como mucho lo aparto de mi vida para no recordar cada día cuánto odio tengo dentro de mí.
Necesito purificar mi corazón. Haciendo el bien al que no me ha querido. Amando al que me ha despreciado. Bendiciendo. Hablando bien de él.
Vivo pensando en lo que los demás hacen. Vivo deseando lo que no tengo. Y surge el odio dentro de mí. El odio me hace daño. Me envenena.
Hacer el bien, hablar bien, bendecir. Todo eso me llena de luz, de alegría, de paz. Dejar de hacer el mal que está ante mis ojos. 
Es difícil retener la mano que busca vengarse. Echo marcha atrás. Guardo mi puñal. Dejo de causar daño. Guardo silencio.
No necesito herir. Es innecesario. No me sana, no me libera, no me llena de esperanza. Todo lo contrario. El mal deseado y realizado llena mi alma de odio y rencor. Mi enemigo sigue siéndolo. Es fuerte esta palabra.
Pienso en las personas que no me buscan, en aquellos a los que no les intereso. No son mis enemigos. Pero no los amo.
Pienso en los que hablan mal de mí. Tampoco los odio. No son los más cercanos. Pero no deseo su mal. Su rencor es de ellos. Igual que su odio. No es mi rencor, no es mi odio. No me pertenece.
Yo quiero amar siempre. Y no quiero estar lastrado por el peso del odio. No viene de Dios. 

Carlos Padilla Esteban, Aleteia









miércoles, 27 de febrero de 2019

Las 8 bienaventuranzas de los católicos más tecnológicos e implicados en las redes sociales

Buenos consejos del padre Pierre Amar


Pierre Amar, en el estudio de Radio Notre Dame, donde respondió durante cinco años a las preguntas de los oyentes.
Pierre Amar, en el estudio de Radio Notre Dame, donde respondió durante cinco años a las preguntas de los oyentes













Dime qué haces con tu teléfono móvil y te diré quién eres”, dice Pierre Amar, sacerdote de la diócesis de Versalles, licenciado en Derecho y en Teología y uno de los miembros más activos de Padreblog, portal que agrupa a algunos de los curas franceses más geek, de los cuales el más conocido y mediático es Pierre-Hervé Grosjean.
El término geek designa a los más duchos con las tecnologías de la información y la comunicación y más presentes en las redes sociales, aunque en su caso hay mucho más que eso, además de sus deberes como párroco en Limay (Yvelines): ha concebido dos espectáculos teatrales familiares, uno sobre Juan Pablo II (¡Santo súbito!) y otro sobre Charles de Foucauld (Príncipe del Desierto); durante cinco años mantuvo un programa en Radio Notre Dame (Un sacerdote te responde) y ha escrito un libro sobre… efectivamente, la red, titulado Internet, el nuevo presbiterio.
En un reciente post, el padre Amar recuerda que las redes sociales se han impuesto en nuestra vida, revolucionando nuestra forma de vivir y de interactuar con los demás, cada una con su peculiar forma de tentarnos: Instagram, Facebook, Twitter, Youtube, Pinterest, Snapchat... Así que, “antes de que nuestras pantallas nos deshumanicen por completo”, nos ofrece, desde su experiencia cuáles serían las ocho bienaventuranzas “del buen geekcatólico”.
Bienaventurados los que leen los artículos hasta el final
¿Por qué? Porque "hacer clic es seleccionar y seleccionar es elegir", esto es, "dejar de picotear y de mover sin cesar el scroll [cursor]". Así pues, recuerda que "el cerebro humano actúa de forma sucesiva y cronológica" y, si has hecho clic, esto es, si has seleccionado, esto es, si has elegido... "lleva tu elección hasta el final". Que no sea tu dedo quien decida, sugiere el padre Amar, sino tu cabeza: "Dile 'No, gracias' a la sociedad de la compulsividad".
Bienaventurados los que rezan por la mañana antes de conectarse
Dicen los médicos, recuerda Don Pierre, que la melatonina, hormona del sueño, se ve afectada por las pantallas, que pueden retrasarnos hasta una hora las ganas de dormir. Y "tampoco es normal que por la mañana mi primer reflejo sea comprobar mi tablet o mi celular... No, mi primer gesto matutino, al saltar de la cama, debe ser hacer mis oraciones". Así pues, da un buen consejo: al acostarse, dejar el móvil lejos de la mesilla de noche.
Bienaventurados los que no salpican a los demás con su supuesta felicidad
Lo que comes, dónde tomas el sol, en qué estación esquías, tu nueva ropa, el final de tu footing matutino, tus selfies... Uno acaba harto, dice el padre Amar, de cosas que solo te interesan a ti mismo o a tu futuro portal, www.yo.com: "La vida, la vida auténtica, no son solo esas fotos donde todo te va bien. Es el trabajo, el sudor, en ocasiones la sangre, a menudo las lágrimas. Pero de eso, ¡qué curioso!, nunca hablas..."
Bienaventurados los que no se promocionan a sí mismos
Los creadores de las redes sociales conocían bien el alma humana cuando hicieron posible retuitearse o darse un like a uno mismo: "¡Mirad, he hablado! ¡Y me gusta lo que he dicho!" "Ese narcisismo no es cristiano", dice el padre Amar: "Y, entre nosotros: resultará patético si el tuyo es tu único like, así que ¡evítate esa vergüenza!"
Bienaventurados los que no crean grupos a discreción ni reenvían a toda su agenda
"¿Conoces el Undisclosed recipients? ¡Ten piedad! ¡No inundes la tierra entera con tus chistes, tus llamadas a la solidaridad, tus alegatos...! Ninguno se atreverá a decírtelo, pero ese tipo de mensajes van derechos a la papelera". Además, comenta el sacerdote, en el seno de un grupo pequeño poner algo "en copia a todos" puede ser temible cuando hay un problema: "Nunca se dirá bastante, pero esparcir m... solo es bueno para abonar el campo", dice con franqueza. Y, sobre todo, sugiere, no crees grupos sin pedir permiso a los afectados... y así no se crearán luego "malos rollos" cuando los afectados se salgan.
Bienaventurados los que ponen filtros en su dispositivo
"Porque no quiero que en mi casa haya una cloaca, porque las imágenes ejercen sobre mí un impacto poderoso, y porque la única valentía posible ante la peste pornográfica es la huida, he instalado un conjunto de restricciones, tanto en mi ordenador como en mis dispositivos móviles". Poco que añadir.
Bienaventurados los que están presentes… estando presentes
Internet ha inaugurado una nueva forma de presencia, dice el padre Pierre: los "presentes-ausentes". Están, pero no están. Su cuerpo está aquí, pero su cabeza no. Reuniones, viajes, incluso comidas... "en los que el vecino tiene sus ojos puestos en el smartphone", hablando con todo el mundo menos con quien tiene al lado. Amar cita al filósofo y periodista Roger-Pol Droit cuando denuncia "la creciente pérdida de humanidad, de la relación real, viva, sorprendente e imprevisible, carnal y reflexiva a la vez".
¿Quién puede decir que esta imagen es una exageración? Foto: TipStories.
Estamos cada vez más conectados y cada vez más solos. "El uso excesivo de las nuevas tecnologías -es de nuevo el sacerdote quien toma la palabra- nos arrebata el fundamento de toda relación humana: la alteridad, con su porción de imprevisibilidad, de riesgos, de exigencias y de placeres incompatibles con los sistemas informáticos... El cristianismo puede aportar algo: después de todo, somos la religión de la Encarnación, de un Dios que no ha enviado un e-mail, sino que ha acudido al encuentro de los hombres haciéndose uno entre ellos".
Bienaventurados los lúcidos
Hoy, salvo que se viva en una isla desierta o en el desierto mismo, no es posible vivir sin internet. Pero nada nos impide, dice Don Pierre, "mantener una triple lucidez". Lucidez respecto al tiempo que pasamos ante una pantalla. Lucidez respecto al sedentarismo y falta de ejercicio a que ello conduce. Lucidez para desconectarse de vez en cuando. El padre Amar propone unos ejercicios espirituales de cinco días, o autoimponerse alguna abstinencia de hábitos geek en Cuaresma. "¡Es algo radical, pero hace mucho bien!", anima, porque además la privación voluntaria de la conexión nos permite dilucidar si realmente somos libres.
La novena bienaventuranza
El artículo termina con una pequeña broma. Porque el post está escrito sobre el modelo de los catecismos clásicos, que señalan ocho bienaventuranzas. Pero en realidad, en el Sermón de la Montaña, Jesucristo proclamó nueve, solo que la novena se entiende como referida al cumplimiento de las ocho anteriores, y quizá por eso no se incluyó en los didácticos listados catequéticos. (¿Cuál es la novena? Por si no la recuerdas, remitimos, al igual que hace el padre Amar, a la fuente original, San Mateo 5, 1-12: pincha aquí.)
Así que, para no ser menos, también el padre Amar añade con humor una novena, que parafraseamos así: "Bienaventurados los que cumplan siete de estas bienaventuranzas, sobre todo la primera... ¡pero no la que les impediría reenviar el artículo a todos sus contactos!"
C.L./ReL













martes, 26 de febrero de 2019

¿Cómo amas y cómo te aman? Evalúa para mejorar

El amor abusivo exige cambiar siempre, en cambio el respetuoso reverencia la grandeza ajena

Uno no decide enamorarse, elegir a alguien. Simplemente sucede. El deseo de conquistar. El anhelo de ser conquistado. Y luego el amor se va cuidando. O el amor va cuidándole a uno.
Y entonces dejo de agradecer el amor que siento, el que recibo, el que entrego. No me cuestiono mi forma de amar y ser amado.
Decía José Kentenich: Lo dominante debe ser el amor, no el temor. Lo dominante debe ser la magnanimidad, no la humildad acentuada en demasía[1]. 
Quiero confiar en la persona que me quiere. Quiero ser confiado, no sumiso. Porque la sumisión me habla de abuso de autoridad.
Me duelen esas relaciones en las que hay más temor que amor, más sumisión que confianza. Me duelen esas relaciones que pueden llevar a la violencia, o a la distancia.
Si el amor no saca lo mejor de mí, lo más verdadero, lo más mío, no es un amor sano. El que me ama está llamado a hacer de mí una mejor persona.
Pero si su amor abusivo me exige cambiar siempre, o ser distinto, acabaré viviendo de forma sumisa.
No seré yo, tendré miedo y no expresaré mis opiniones, no me atreveré a pensar de forma distinta. El amor no se impone, sólo se ofrece. El amor no presiona. Se abre, se entreg
El amor no exige un amor semejante. Sólo se da. El amor que yo quiero es como el que veo en Jesús. Un amor que levanta al caído y sostiene al roto. No un amor que busca ser servido.
Dice el Padre Kentenich: El amor noble va siempre acompañado de reverencia profunda, fervor delicado, respeto, entrega fiel; el amor noble sabe brindarse con calidez y preservarse con firmeza. Respeto es reverencia ante la grandeza ajena[2].
Un amor así es el que enriquece. Un amor que se arrodilla ante la persona amada. Elevando su dignidad. Sanando sus heridas de amor que son profundas.
El amor humano llega en Jesús a su máxima expresión. Es el amor que escucha, acoge, perdona, sostiene, admira, calma.
Ese amor es el que yo quiero en mi vida, siempre. Un amor noble que saca lo mejor de la persona amada.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios, 328
[2] Kentenich Reader Tomo 3: Seguir al profeta, Peter Locher, Jonathan Niehaus

Carlos Padilla Esteban, Aleteia








lunes, 25 de febrero de 2019

¿Te cuesta enfrentarte al pasado?

Para qué y cómo recordar lo que has vivido


El otro día me quedé mirando mi viejo reloj de cuco. Siempre da las medias y las en punto. Con una fidelidad impresionante.
Abre la puerta y canta. Y observa su entorno guardando muy dentro los segundos pasados, los minutos y las horas.
Con esa cadencia eterna del que vive observando la vida que pasa ante sus ojos. Sin querer cambiarla.
Abro la puerta del cuco buscando recuerdos guardados. ¿Cuántos momentos habrá retenido que yo ya he olvidado? Tantos años pasados…
Quiero sumergirme en su memoria eterna y navegar por ella. Me adentro en las imágenes que fluyen de un lado para otro evocando un pasado lejano, cuando yo era niño.
Mi viejo reloj de cuco ya casi olvidado. Me trae a la memoria tantas historias que marcaron mi vida. Mis risas y mis llantos. Abrazos y palabras. En un mar hondo e inmenso que no quiero que se pierda en un olvido lento.
Mi viejo reloj de cuco. Guarda en su interior palabras que había olvidado. Escenas llenas de sueños. Y cantos que me dan vida.



Carlos Padilla

Sin pretender ser nostálgico asumo que soy un montón de recuerdos prendidos en mi alma. Vivo en ellos y a partir de ellos.
No me entiendo sólo en un presente sin raíces. O en un futuro lleno de promesas. Soy esa historia sagrada tejida en manos amigas. No quiero olvidarla.
Una historia de corazones que se abrieron y rompieron para darme la vida. No me deshago de ellos, no los olvido. Porque son míos. Algunos duelen. Otros alegran el alma.
Como dice el padre José Kentenich, quiero “nadar en las misericordias de Dios, repasar gota a gota todo ese mar de misericordias divinas. Mi ocupación favorita será exclamar siempre: – ¡Cuánto me amas, Dios mío! ¡Me amas como a las niñas de tus ojos!”[1].
Miro mi historia oculta en mi reloj de cuco. Y me admira ver tanto amor de Dios guardado dentro. Ha tenido Él misericordia. Me ha querido. Me ha buscado.
No quiero dejar de agradecer tantos recuerdos. Tocarlos con algo de nostalgia. Dejarlos ir de vez en cuando para centrarme en el presente y soñar con el futuro.
Quizás por eso aprendo a dejar fuera de mí cosas y objetos viejos que ya no siguen conmigo. Me desprendo de todo lo que me pesa.
Pero me quedo feliz con la patina que los años dejaron en ellos. Las historias guardadas en sus entrañas y que mi viejo reloj de cuco desgrana con su tono monocorde.
Soy hombre con memoria. No me olvido de mi historia. La pongo ante Dios conmovido. Voy pisando en tierra firme dejando huellas que no se desvanecen.
A veces me duele descorrer el velo que cubre mis heridas, mis caídas, mis errores. Pero lo hago con respeto infinito. Acariciando el alma rota que sangra y llora. Y dejo que Dios con su mano calme mis angustias.
Otras veces me detengo conmovido al ver la vida, la alegría, la paz, el descanso. Momentos que quisieron ser eternos. El mismo paraíso perdido aquí en la tierra.
Todo forma parte de mí. Lo que me duele y lo que me alegra. El viejo reloj de cuco lo canta todo. Los segundos de paz. Los segundos de guerra.
En su ritmo cadencioso, regular, siempre el mismo. Sin prisa. Sin pausa. Recorre la piel de mi tiempo desgranando los días.
Y yo quiero vivir con cada cuco. Con cada sonar de horas en punto o y media. Y sonrío recordando rostros. Miradas profundas en lugares grabados en mi alma, muy dentro.
Y sé que desde ahí parto siempre de nuevo. No me dejo retener por lo que me pesa. Más bien me tomo en serio la vida que tengo por delante.
Puedo recorrer caminos nuevos. Andar nuevas rutas. Construir catedrales cargando piedras. Puedo decir las palabras no dichas. Y callar con cariño ante el dolor ajeno.
Puedo inventarme horas nuevas llenas de vida. Con la alegría del niño que comienza a latir cada mañana de nuevo.
Desalojo mi casa para albergar más vida. Nuevos sueños. Y me siento muy niño. Naciendo desde dentro. Con la esperanza dibujada en mis ojos puros. Un día lo fueron. Hoy vuelven a serlo.
Y no temo el mañana que aún no canta mi cuco. Lo miro con pasión, sin miedos, sin perezas. Lo miro y lo descubro caminando muy quedo.
De dentro hacia fuera, como todo en la vida. Porque lo que de verdad importa surge dentro del alma. Y se hace carne en mis manos. Amor, sonrisa, abrazo, canto.
Y continúo escribiendo a la luz de la luna. Repasando callado las horas ya cantadas. Los minutos ya idos.
Y voy hacia delante, porque volver no puedo.
Sólo quiero comenzar mi vida otra vez. Siempre de nuevo.
Con la alegría de los niños que lo han entregado todo. Sin miedo a nada. Con valor, con audacia. Nada temo.
[1] J. Kentenich, Niños ante Dios
Carlos Padilla Esteban, Aleteia




















domingo, 24 de febrero de 2019

Una maravillosa oración para quien no sabe rezar

Ante la Eucaristía cuando no sabes bien qué decir, te servirá para dejar de mirar tus defectos y concentrarte en Cristo

MAN,PRAYING,CHAPEL
Cuando descubres tus propias miserias, o las de tu familia, comunidad o país, consuela mucho dirigirse a Dios y experimentar su misericordia y su amor incondicionales. Pero no siempre es fácil este cambio de enfoque, de mí a Él.
Una buena opción para intentarlo es ir a una iglesia y sentarse, o arrodillarse, delante de un sagrario que guarde la Eucaristía, o una custodia en la que esté expuesta.
Te puede pasar que no sepas qué decir, como le ocurrió al joven Hermano Rafael, un monje del monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas (España), según expresa en esta bella oración con la que es fácil sentirse identificado…

Señor, no sé qué hago aquí….
Nada… pues nada sé hacer…
Quisiera rezar… no sé… pero no importa.
No rezo, porque no sé.
Señor, no sé qué hago aquí…, pero estoy contigo y eso me basta.
Y yo sé que estás aquí, delante de mí.
Señor, quisiera veros…
Pero ¿hasta cuándo, Señor?
¿Y mientras tanto? ¿Cómo podré resistir?
Soy débil, soy flojo, soy pecado, soy nada.
Pero Señor, quisiera veros, aunque sé que no lo merezco.
¡Cuántas veces me pongo delante de Ti,
mis primeros movimientos son de vergüenza.
Señor, Tú sabes por qué.
Pero después, Señor, ¡qué bueno sois!
Después de verme a mí, os veo a Vos
y entonces al contemplar vuestra misericordia que no me rechaza,
mi alma se consuela y es feliz.
Pensar que os ofendí y que a pesar de ello me amáis
y me permitís estar en vuestra presencia sin que vuestra justa ira me aniquile…
¡Señor, déjame llorar mis culpas,
pero dame un corazón grande, muy grande
para poder corresponder un poquito, aunque sea muy poquito,
al inmenso amor que me tenéis”.


En realidad san Rafael Arnáiz era un místico, pero tenía la capacidad de expresar su unión con Dios de una manera muy cercana.
Sufrir diabetes le obligó a llevar una vida de trapense un poco distinta a la de los demás: a veces tenía que abandonar el monasterio y demandaba ciertas atenciones de su comunidad.
Quizás esta enfermedad le ayudó a comprender a fondo que la santidad no es perfeccionismo, y a mantener una alegría y un sentido del humor excepcionales.
Aleteia








sábado, 23 de febrero de 2019

6 actuaciones eficaces para educar a un hijo único

El hijo único (o el nacido mucho tiempo después de otro hermano) crece en una situación psicológica particular: los padres deben ser conscientes de esas peculiaridades

FAMILY
Un hijo único (o uno nacido mucho tiempo después de otro hermano) tiene características especiales y crece en una situación psicológica particular, que es necesario que los padres comprendan con claridad.
El sitio Hacer Familia publicó un interesante artículo de la psicóloga y orientadora familiar Lucía Herrero, del que extraemos 7 consideraciones importantes y 6 actitudes que hay que alentar en los padres de hijos únicos:

7 aspectos a considerar

1 – Por un lado, la educación del hijo único tiende a ser simplificada y enriquecida por la relación más “exclusiva” con los padres, lo que hace que el niño, con frecuencia, madure y avance intelectualmente más que una persona que tiene muchos hermanos. Por escuchar con más frecuencia a adultos que a otros niños, el hijo único tiende a aprender más precozmente a construir frases, a razonar con más rapidez y a desarrollar un vocabulario abundante.
2 – Por otro, está privado de la riqueza de convivir con hermanos, en la que vienen “embutidas” experiencias importantes como la de lidiar con los sentimientos de envidia y rivalidad, así como la de compartir, pensar en el otro y convivir con las diferencias de personalidad.
3 – Además de eso, el hijo único puede tener una excesiva tendencia a la imaginación desbordante, pues la menor convivencia con otros niños le lleva a construir un mundo imaginario en el que no se ve solo.
4 – Por la misma razón, puede tener dificultades para adaptarse a los juegos colectivos, para integrarse en el mundo de los compañeros de su edad y superar el complejo de Edipo.
5 – Por el contrario, suele hacer que sus padres se unan más como pareja, ya que el cuidado de un hijo único es generalmente una preocupación compartida más intensamente entre esposa y marido.
6 – Esa misma relación de mayor proximidad, que es muy positiva, conlleva también el riesgo, sin embargo, de mayor inseguridad para el niño, ya que probablemente será más observada y vigilada – y se dará cuenta de ello.
7 – Por otro lado, el hijo único no tarda en darse cuenta de su propia posición privilegiada: con una vida más llena de cuidados, mimos e incluso caprichos, el riesgo que corre es el de sentirse el centro de las atenciones de toda la familia, volviéndose una persona difícil de satisfacer.

6 actitudes que hay que adoptar

En este panorama de pros y contras, los padres de un hijo único tienen que trabajar con él algunas cuestiones específicas, visando equilibrar las ventajas y desventajas de no tener hermanos:
1 – Compensen la excesiva convivencia del niño con los adultos, posibilitando que se relacione frecuentemente con otros niños de su misma edad.
2 – Llévenlo a la escuela desde pequeño, porque la vida de relación social con otros niños es la mejor “terapia” para un hijo único. Es importante, por ejemplo, que aprenda a compartir sus juguetes con amigos, vaya a casa de otros niños y también les invite a la suya.
3 – Tengan cuidado con la adulación y los mimos: en especial, los abuelos y los tíos suelen exagerar en los elogios y en la satisfacción de los caprichos del niño, pero incluso los propios padres no son inmunes a esta tendencia, que reduce la autoconfianza del niño. Hay que tener un cuidado especial  de no hacer las tareas que el propio niño puede hacer por sí mismo.
4 – Muy ligada a la postura superprotectora está también la actitud de codependencia entre padres e hijos. Debe existir una gran confianza mutua, no una gran dependencia mutua. El niño que es demasiado dependiente de los padres tendrá dificultades para formar una personalidad definida y para asimilar criterios propios a la hora de tomar decisiones. Por eso, los padres deben evitar que su opinión sea preponderante en las tomas de decisión del hijo: eso solo le lleva a siempre dudar entre o que él quiere y lo que los desearían.
5 – Pero cuidado: el otro extremo por parte de los padres también es muy frecuente y perjudicial. Con la buena intención de criar a un hijo independiente y seguro, muchos padres acaban cayendo en el error de ser demasiado rígidos o, en todo caso, de ser un tanto fríos en el trato al niño. Las muestras de afectividad, cariño y presencia amorosa son fundamentales para que el niño crezca confiado y sano: lo que se deve evitar no es el afecto, sino el sentimentalismo y la superprotección. El afecto y la convivencia amorosa son imprescindibles, en armonía con el respeto de la autonomía y la maduración confiada es sana para el hijo.
6 – Por esa misma razón, eviten entrometerse en las peleas tontas y normales que tendrán lugar en la convivencia de su hijo con otros niños de su edad, sean compañeros, amigos o parientes próximos. Dejen a su hijo aprender a resolver solo sus pequeños problemas cotidianos y sólo intervengan cuando juzguen que es realmente necesario.
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Adaptado por Aleteia a partir de material del sitio Hacer Familia


















viernes, 22 de febrero de 2019

Una cosa sobre sexo que es urgente difundir

El amor conyugal es un regalo que alimenta el espíritu de los esposos




El amor es el ingrediente principal en la unión conyugal. Y quién es el amor sino Dios. Amor sin sexo seguirá siendo amor, pero sexo sin amor, sin Dios como centro… Piénsalo.
El amor conyugal significa la entrega mutua de los cónyuges, en todas sus dimensiones, como un hombre y una mujer.
A cuántos de nosotros se nos enseñó que el sexo era algo sucio, asqueroso y pecaminoso. Se nos habló únicamente de “lo malo” en vez de enaltecer sus bondades. Y claro, muchos llegamos al matrimonio con nulos conocimientos sobre este. Lo poco que sabíamos era por lo que platicábamos entre los amigos y si bien nos iba, lo que aprendimos en el curso prematrimonial.
El sexo en sí mismo no contiene nada malo, todo lo contrario. Si Dios mismo lo creó quiere decir que en él todo es “bueno y perfecto”. Que es un don, un regalo de su parte para transmitirnos su amor y permitirnos participar de la plenitud de su amor.
Es bueno y se tornará aún más perfecto -pleno- cuando se haga dentro del marco para el cual fue creado, entre uno hombre y una mujer unidos en matrimonio sacramental. Dios mismo le dio ese toque de placer el cual es fruto de esta unión perfecta y nunca su fin.
Cuando no tenemos claro todo esto y elegimos tener prácticas sexuales fuera de su marco sagrado, entonces sí se torna como algo “tóxico”, que nos daña y no conviene a nuestro espíritu. También cuando lo utilizamos como mero objeto de placer; cuando le restamos dignidad y lo ponemos en un plano meramente “animal” dejándonos llevar por pasiones y deseos desordenados; cuando lo vemos solo como un “derecho” -porque es mi cuerpo y yo hago con él lo que quiero- hasta denigrarlo con prácticas tipo Sodoma y Gomorra o masoquistas, entre otras, y no como una dádiva divina.
Aquí el sexo me está restando dignidad como persona y no me está poniendo en comunión con Dios, sino todo lo contrario.
Si de verdad fuéramos conscientes de todo lo que se transmite por medio del acto sexual, de toda la “información” espiritual -por ponerle un nombre- que se comunica por medio de esta entrega…
Y es que no se comparten solo cuerpos, también hay fusión de espíritus, de todo el ser. Todo lo que esa persona traiga cargando espiritualmente se lo va a transmitir a esa otra con la que elija tener relaciones íntimas. Y así sucesivamente con todas las que se haya involucrado.
Te lo explico con un ejemplo.
Ese esposo -le llamaremos Mario- que viaja a Las Vegas por asuntos de negocios le es infiel a su esposa con otra mujer que conoció: Pat. Se “mete” con ella una noche de copas. Total, nadie se va a enterar porque “What happens in Vegas stays in Vegas!”.
¡Sí, cómo no! El señor va de regreso a su hogar creyendo que ahí muere el asunto y que jamás volverá a saber de Pat. Pero no, no va solo y no lo sabe. De hoy en adelante le acompañará toda la historia espiritual de la mujer con la que se acostó.
Peor aún, Pat había tenido intimidad con muchos hombres más. Digamos que era una mujer de una moral muy relajadita y eso de tener sexo la primera noche pues se le daba. Entonces, ella a su vez trae cargando toda la historia espiritual de cada uno con los que se ha acostado, misma que esa noche de copas le transmitió a Mario.Y seguramente, esos que en su momento se involucraron con ella, también lo hicieron con otras más y así sucesivamente.
Como ven Mario no va solito en el avión, ahora le acompaña su gran familia espiritual de quién sabe cuántos miembros. ¡Y no lo sabe! Y te apuesto a que tú que ahora me lees tampoco lo sabías…
Necesitamos recobrar nuestra dignidad como personas y darle a ese acto sagrado el valor que Dios mismo le dio. La intimidad sexual es una “delicia” y no uso esta palabra en la connotación sensible solamente, sino como un gozo que es fruto del amor, del Espíritu Santo.
Es decirle a mi cónyuge: “Quiero ser uno contigo para siempre y quiero demostrarte con cada parte de mi ser cuánto te amo”.
El cuerpo habla, transmite amor y también necesita sentirlo. Es expresarte que por amor estoy listo para darme, para entregarme y recibirte como un todo que somos tú y yo, como una ofrenda de nuestra persona y de nuestro mutuo amor.
De hecho, si observamos el diseño del corporal de uno y de otro nos damos cuenta de que el cuerpo del varón está diseñado para entregarse por entero a su mujer y el de la mujer para recibirle. Hay un embone perfecto.
Hemos escuchado que la frase “hacer el amor” no está bien empleada porque el amor no se hace, sino que el amor ya es y el amor es Dios.
Efectivamente, el amor en plenitud es Dios, pero a este hay que accionarlo, ponerle cuerpo. De hecho, una pareja cuando se casa elige amarse como Dios ama -de manera libre, total, fiel, fructuosa- y hace votos en el altar respondiendo a las preguntas que les hace el sacerdote.
Esas promesas se hacen en el altar y luego esas se cumplen en la noche de bodas cuando se entregan el cuerpo. Es decir, primero fueron palabras, promesas espirituales y ahora las hacemos vida, las llevamos al plano del cuerpo para elevarlas al espíritu y unirnos con Dios.
El sexo -intimidad conyugal- es una renovación verdadera de las promesas nupciales. Esto es, se pone carne sobre las palabras dichas. Por eso esta es una unión santa, sagrada.
Además de ser el signo por medio del cual Dios transmite su gracia sacramental a la pareja, alimenta el espíritu de los esposos. Así como el agua es para el bautismo, la unión sexual es para el matrimonio.
Papás, necesitamos romper este círculo vicioso de desinformación y, peor aún, de mala información que estamos transmitiendo a nuestras nuevas generaciones. Es imperativo que nos “formemos” adecuadamente sobre este tema, con personas e instituciones que nos muestren el sexo como lo que es, un regalo del amor de Dios.
A ver, ¿cuántos de ustedes han estudiado la Teología del Cuerpo” de san Juan Pablo II? ¿Cuántos de ustedes se escandalizaron al leer Hacer el amor es hacer oración y ni siquiera se pusieron a investigar el significado y la profundidad de estas palabras?
Si no nos ponemos las pilas, será el mundo -que hoy por hoy está volteado de cabeza- quien se siga encargando de “formar” -o malformar-  a nuestros hijos. No basta con ser empresarios exitosos o ser eruditos en tal o cual tema, hay que formarnos de manera integral -cuerpo, mente, espíritu- y esto es urgente que lo hagamos ya.
Estamos inmersos en un letargo espiritual impresionante y temas como este -el sexo como mi derecho y sin freno alguno- está secuestrando los corazones y las voluntades de las personas más vulnerables. ¡Despertemos! 

Luz Yvonne Ream, Aleteia
















jueves, 21 de febrero de 2019

¿Cuántos hijos tener?, ¿cuándo tenerlos?, ¿puedo adoptar? Esto es lo que dice la Iglesia


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«Tener muchos hijos no puede ser visto como una elección irresponsable, pero no tenerlos, eso sí que es una elección egoísta» — Papa Francisco.
Soy el menor de 12 hijos. Con mis 11 hermanos, le dimos a nuestros padres 65 nietos, de los cuales 6 son adoptados. Y creo que nos quedamos cortos. Claro, la particular locura que aqueja a la familia D’Angelo no es apta para cualquiera, lo comprendo perfectamente. Pero si me preguntan, lo recomendaría enfáticamente: no dejen de tener hijos, es la más maravillosa de las aventuras.
¿Cuántos hijos hay que tener?, ¿cuándo hay que tenerlos?, ¿se puede adoptar? Todas estas preguntas surgen cada vez que un matrimonio católico que quiere hacer las cosas «como Dios manda» comienza, y la respuesta a cada una de esas preguntas es un mundo de diferencia de acuerdo a cómo fuimos criados, a nuestra historia personal, y a nuestra forma de ser. 
¿Por qué hay tantas «respuestas» a estas sencillas preguntas? Porque cada matrimonio está hecho de dos personas, y esas dos personas tienen que decidir, en conciencia y frente a Dios. Cuántos hijos pueden tener, y en base a esa decisión ajustar muchas cosas en su relación conyugal para que esa decisión sea, mediante la Gracia, un hecho concreto.
Y luego de tomada esa decisión, y puestos los medios para conseguirlos, ocurren dos cosas: que efectivamente puedan tenerlos, porque muchas veces nos hacemos un hermoso plan en la cabeza pero Dios tiene otro plan, (siempre mucho mejor para nosotros). Y por otra parte, que aceptemos ese plan de Dios con generosidad y alegría. ¿Parece complejo? ¡No lo es! Veamos en una pequeña galería qué es lo que significa este aparente laberinto.

1. Nuestros hijos son fruto de la superabundancia de nuestro amor

En el Génesis, cuando Dios decide crear al hombre, lo hace «a imagen y semejanza de Dios los creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 26) ¿Qué significa esto? Que fuimos creados de la superabundancia del Amor Divino, y en ese modo de crear somos iguales a Dios. Nuestros hijos nacen de la superabundancia de nuestro amor. Cada acto de amor conyugal es reflejo del amor del Padre, y por esto tiene que ser un acto generoso, desinteresado, entregado y abierto a la vida.
De ese modo, cuando nuestros hijos nazcan, podremos decirles con amor: te amamos desde el día uno de tu existencia. Nuestros hijos se sienten seguros cuando nos amamos como esposos, porque saben que de ese amor nacieron ellos.

2. Cada hijo es fruto de un diálogo de amor 

Como Dios al crear al hombre comenzó con un diálogo entre las Personas Divinas, nuestros hijos son fruto de un diálogo de amor entre tú y tu cónyuge. Y ese diálogo no es solamente «físico», sino que es parte de un diálogo total, que involucra a los dos cónyuges en una entrega generosa para buscar el bien del otro. El diálogo es además de físico, un intercambio de pareceres, en el que cada uno puede expresar sin miedos ni tapujos lo que piensa, siente y desea.
Entonces ya no se trata de imponer mi voluntad sobre el otro, sino de generar un un diálogo abierto y generoso. Indagar cuáles son las necesidades de mi cónyuge, y cómo puedo colaborar yo para que esas necesidades se vean satisfechas. Es importantísimo que este diálogo comience durante el enamoramiento, porque así podremos saber de antemano cuáles son nuestras necesidades.

3. El amor de los cónyuges es determinante para la vida de los hijos

Nuestros hijos necesitan de nuestro amor, porque nacen completamente desvalidos, y tenemos que dedicarnos a ellos durante un tiempo prolongado para que crezcan sanos y felices. Necesitan que los amemos los dos, mamá y papá, porque el amor de mamá y papá es distinto por naturaleza: mamá entrega un amor incondicional y protector, papá entrega un amor exigente y que lanza al mundo. De esa doble fuente de amor, que es reflejo del amor de Dios, nuestros hijos aprenden la misericordia y la justicia, y pueden salir a enfrentar el mundo sabiéndose amados por un amor completo.
Pero, por increíble que parezca, necesitan también que su papá y su mamá se amen. Ellos saben por instinto que son fruto del amor de su papá y de su mamá, y cuando ese amor falla, o desaparece, pueden crecer inseguros e incompletos. Cuando crecen en una relación de bajo conflicto con vocación de permanencia, todos sus indicadores de bienestar crecen.

4. ¿Qué pasa con las mamás solteras?

Las mamás solteras, que han sido generosas con la acogida de la vida, y que a pesar de las dificultades han decidido dar a luz a sus hijos, merecen todo el respeto, apoyo y consuelo de su familia y comunidad. Y si deciden casarse, merecen más apoyo, y la persona con la que se casen deberá aceptar y amar al hijo de su futura esposa con el mismo amor y dedicación que amará a sus propios hijos.
Las que no decidan casarse, muchas veces encuentran en sus hermanos o en su papá la figura masculina que sus hijos necesitan, y pueden criar hijos perfectamente sanos y felices. Dios no se deja ganar en generosidad, y esas madres solteras generosas y valientes muchas veces sienten particularmente la bendición de Dios por su valiente decisión.

5. Y entonces, ¿Cuántos hijos debemos tener?

La respuesta es: después de haberlo hablado con mi cónyuge, tendremos una «idea» (Queremos tener muchos hijos, queremos tener algunos, queremos un número determinado, etc). Esa es la respuesta «fría», pero hay una respuesta mucho más importante, que surge cada día y que cada día se actualiza, y es «¿Cuánto estamos dispuestos a amar?» Porque, como dije más arriba, cada hijo es fruto de nuestro amor, y necesita de nuestro amor y del amor de esposos que nos tengamos.
Y para que todo eso funcione, necesitamos que ese diálogo no se interrumpa nunca: diálogo de información, para saber cómo está mi esposa o esposo y poder ayudarlo o ayudarla de acuerdo a sus necesidades. Diálogo afectivo, de cariño y de entrega generosa. Diálogo espiritual, para comprender y amar los planes de Dios, y diálogo físico, ¡Del que pueden surgir nuevos hijos!

6. ¿La Iglesia recomienda los métodos naturales para «espaciar los nacimientos»?

¿Eso es «anticoncepción católica»? ¡No! La Iglesia, que es madre y maestra, nos enseña que en las relaciones conyugales es muy fácil que surja un egoísmo natural de querer usar al otro como un medio para obtener placer, y cuando pasa eso, se desnaturalizan las relaciones conyugales. Por ello recomienda que al tener relaciones sexuales dentro del matrimonio, cada acto conyugal esté abierto a la vida. Los métodos que respetan los ciclos naturales de fertilidad de la mujer, tienen en cuenta esto, y conociendo y respetando este ritmo, y mediante la continencia voluntaria, podremos seguir siendo generosos sin intoxicar al cuerpo de la mujer con químicos, ni poner ninguna barrera artificial al amor conyugal.

7. ¿Y si los hijos no llegan?

Los papás que desean serlo y no pueden por razones naturales, pueden investigar médica y lícitamente qué puede estar pasando fisiológicamente, y mediante la naprotecnología buscar un embarazo por métodos naturales. Y si este método no funciona, volver al diálogo espiritual, para ver qué es lo que Dios quiere sacar de esa realidad, y volcar la fecundidad natural del matrimonio en otra «fecundidad ampliada», como le llama el Papa Francisco en su Exhortación «Amoris Laetitia». Esa fecundidad ampliada se puede traducir en adopción de niños, o en una profunda fecundidad espiritual, mediante la cual nos convertimos en padres espirituales de aquellos a quienes llegue nuestro apostolado de esposos.
Como vemos, parece complejo, pero no lo es en realidad: el amor de los cónyuges es lo más importante para poder resolver este «intríngulis», de cuántos hijos podemos o debemos tener. Y fundamentalmente conocer y aceptar el plan de Dios en nuestras vidas: cada hijo que provenga del amor, es deseado y amado por Dios, y en nuestros corazones debemos amarlos y desearlos con la misma intensidad que Dios los ama y desea.
El Papa Francisco nos recuerda la importancia del amor entre los padres, cuando contó en Dublin una anécdota de cuando tenía cinco años: «Entré a casa, en el comedor, mi papá llegaba del trabajo, en ese momento vi a mi papá y mi mamá besándose; no lo olvido nunca, jamás, qué cosa hermosa, cansado del trabajo, mi papá y mi mamá tuvieron la fuerza de expresarse el amor. Que sus hijos los vean así, acariciándose, abrazándose, besándose, porque así sus hijos aprenden este dialecto del amor. Es la fe, ese dialecto del amor».

Andrés D'Angelo, catholic-link