Relaciones de diálogo, donación, aceptación, dignificación, amor o en cambio de uso, posesión, egoísmo, poder, engaño, inmoralidad, adicción, violencia
En consultoría he atendido casos de frustración en la vida sexual de parejas que refiriéndose a ello recurren a la expresión “hacer el amor”.
Ciertamente existen disfunciones de la sexualidad susceptibles de atender, pero viene al caso aclarar la errónea interpretación de que el “amor se hace”, cuando lo profundamente cierto es que en las relaciones íntimas el amor humano “es”.
“Es” cuando en las relaciones íntimas comparece la encarnación trasparente, noble y entregada de la persona enamorada que puede ser don de sí, y aceptación del otro.
Cuando se ofrece una compañía verdadera que nace de la honestidad contenida en una relación trasparente en palabras y obras, como telón de fondo de una intención amorosa encarnada.
Cuando por el amor, las personas nos autoposeemos para donarnos con lo propio de nuestra naturaleza. Y cuando por nuestra dinámica más excelente -el amor- nada nos dignifica tanto como sabernos y sentirnos amados.
Por ello en la expresión de la sexualidad, el auténtico amor se apoya en el propio conocimiento de nuestros errores y debilidades, para esforzarnos en anteponer la predilección por la persona amada y la unión con ella, a la tentación de convertirla en posesión sometida a un insaciable yo.
Así, el amor es, cuando:
- El sexo se vive dentro del matrimonio y abierto a la vida responsablemente.
- El amor que se siente por el otro nace del recto amor a sí mismo.
- Las personas se encuentran enteramente comprometidas en su ser sin confundir el legítimo placer de la intimidad conquistada con la sola la pasión de amor.
- Se trata el cuerpo del cónyuge según lo justo a la condición y dignidad de su persona.
En el tenebroso reverso de la moneda, cuando el amor solo “se hace”, en vez de una manifestación transparente, el cuerpo es la ocultación de la persona.
Entonces se actúa desde el espíritu de la doblez con la fingida manifestación amorosa del cuerpo como instrumento de poder y engaño.
Aparece pronto un impulso carnal desordenado, incontrolable y exagerado dejando al descubierto la deshonesta intención.
Como cuando:
- Se buscan las relaciones sexuales al margen de un verdadero compromiso de por vida.
- La sexualidad obedece más a impulsos y fantasías que a la realidad de una entrega personal.
- Solo se busca la complacencia cosificando el propio cuerpo y el de la otra persona.
- En las relaciones se busca ante todo sensaciones intensas con el más profundo egoísmo sin importar que se realicen contra natura.
En la codicia por el cuerpo ajeno las relaciones son siempre un monólogo, aun cuando varón y mujer voluntariamente participen.
Y en esas circunstancias es que se forma la espiral de la lujuria.
Entonces la persona es movida cada vez más por los placeres carnales sin ser capaz de pensar en las consecuencias o moralidad de sus actos.
Y esto por estar atado por una fuerte cadena en la que sus eslabones son el pecado, la inmoralidad, la falta de libertad… la adicción.
El lujurioso suele ocultar sus intenciones de apropiación y dominación del otro con una estudiada faceta de amabilidad y honorabilidad.
Pero una vez atrapada la presa, fácilmente abre la puerta a los fantasmas de la sospecha, la desconfianza, y el miedo. Lo peor es cuando llega a mostrar su patológica cara de violencia dispuesta al ultraje y la humillación.
Paradójicamente las personas de esta condición se animan a todo con tal de satisfacer sus impulsos, mientras que muestran una grave ausencia de virtudes que lo incapacitan para amar desde la verdadera fortaleza. De ahí su cobardía ante el compromiso y las consecuencias de sus acciones.
Cuando el amor es no hace falta la careta de la mentira, pues las personas se aman de verdad y conocen el inmenso valor del significado personal de la comunicación mediante el cuerpo.
Y son inmensamente felices.
Orfa Astorga, Aleteia
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