jueves, 6 de agosto de 2020

¿Qué hacer cuando algo te angustia?



Es normal preocuparse por el futuro sobre todo cuando pinta amenazador, y por tantas cosas inquietantes. ¿Cómo evitar dedicar toda nuestra energía a temer un acontecimiento que quizás podría suceder o quizás no suceder jamás, y perder la alegría y la paz del corazón? La respuesta está en Dios

Existen dos tipos de inquietudes. 
La inquietud positiva que revela en nosotros la sed de Dios, “el Único Necesario” de nuestras vidas. San Agustín lo expresa así: “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
La inquietud negativa, en cambio, nace de las contradicciones que residen en nosotros y de los sufrimientos que derivan de nuestra existencia. Esta inquietud a menudo nos hace perder la paz y la alegría del corazón. Está en el centro de un combate espiritual sobre el que conviene arrojar luz.

Las claves para afrontar el combate



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Es normal que surjan estas inquietudes. Jesús ya nos advirtió: “Es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida” (Mt 7,14).
La angustia, vista bajo este ángulo, aparece como la entrada a la vida, como un segundo nacimiento y el punto de verificación más seguro de nuestra vida espiritual.
Sin embargo, san Ignacio explica que las circunstancias o los acontecimientos no son nunca los que nos hacen perder la paz de corazón.
La causa está siempre en un distanciamiento de Cristo provocado precisamente por la inquietud, suscitada a su vez por las dificultades.


MAN, SEA, BINOCULAR
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El Maligno se involucra intentando captar nuestra atención y ocupar nuestros pensamientos con mil preocupaciones. Su objetivo: desviarnos de la presencia de Jesús.
San Pedro nos ofrece dos claves para afrontar el combate: “Resístanlo [al diablo], manteniéndose firmes en la fe” (1 P 5,9). Y también: “Depositen en [Dios] toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 P 5, 7).
San Francisco de Sales insiste por su parte: “No hay que buscar los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos”, y precisa: “La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado”.
Es más que una tentación, dice: es la puerta que abre a todas las tentaciones. Es más, Jesús sitúa “las preocupaciones de la vida” al mismo nivel que el vicio y la embriaguez (Lc 21,34).
Por eso san Pablo nos anima: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús” (Flp 4, 6-7).


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 La gracia del abandono

No se trata de hacer apología de la pasividad o del quietismo. Se trata de ponerse con toda confianza en las manos de Dios: “Padre mío, me abandono a ti” (Carlos de Foucauld).
Por el pasado, arrojándolo en el horno de su misericordia. Por el futuro, confiándolo a su providencia, sabiendo que “Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1 Co 10,13).
Este abandono nos permite así vivir el instante presente con la gracia del Señor, sabiendo que “es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros” (Ef 3,20).
Edifa - Aleteia




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