¿Quieres adquirir una memoria fiable o ganar más capacidad de atención? Sea cual sea tu edad y tu historia, ¡es posible lograrlo! Basta con conocer qué tipo de memoria tienes y adoptar el método apropiado.
Filtrar lo esencial, descartar lo superfluo… En la época de lo digital, Anne de Pomereu, profesora de memoria y metodología, nos ofrece algunas estrategias para mejorar nuestra memoria.
Mejorar la memoria en la era de la inteligencia artificial, ¿es realmente útil?
La memoria es indispensable para el razonamiento: solo podemos reflexionar de manera inteligente si poseemos un mínimo de conocimiento. Cuanto más se digitaliza nuestro mundo, más crucial es tener una buena memoria. Hoy en día vivimos en un mundo sobrecargado de información.
Como la memoria es asociativa, necesitamos tener en nosotros puntos de anclaje sólidos que nos ayuden a captar y conservar lo novedoso. Si las fake news funcionan tan bien es porque las personas descuidan la adquisición de conocimientos que deberían permitirles preguntarse: ¿esto es verdadero o falso?
¿Hay que recordarlo todo?
¡Recordarlo todo sería tan absurdo como inútil! No hay que temer al olvido, es una noble función de la memoria, no es su “reverso”. La memoria “de grillo” permite filtrar lo esencial y descartar lo superfluo. Además, el olvido es necesario para reponerse de un trauma o de un duelo.
El objetivo no es acumular conocimientos como un mono erudito. Lo que cuenta es memorizar conocimientos sólidos que permitan el desarrollo de nuestra libertad interior, de nuestra capacidad para tomar de verdad una decisión, sin presiones sociales o ideológicas. Cuando podemos apoyarnos en conocimiento que dominamos, ganamos en autoestima, en paz interior.
¿Por qué algunas personas tienen memoria de elefante y otras memoria de pez?
Hay una desigualdad en la distribución de esta facultad desde el nacimiento. ¡Pero no hay nada fijo! Podemos adquirir una memoria extraordinaria, porque la memoria se aprende. Solo se deteriora si no la utilizamos.
¿Existen varios tipos de memoria?
Nuestras capacidades están repartidas de forma desigual en nosotros. Hablamos a menudo de memoria visual, auditiva o kinestésica. Podemos ir más lejos: memoria de cifras, de nombres abstractos, de textos y poesías, de letras de canciones, de nuestros recuerdos personales, de lugares, de personas que conocemos.
La imaginería médica ha permitido confirmar que nuestra memoria es plural: la memoria a corto plazo (que se estropea al envejecer) conserva las informaciones (de número y duración limitados) antes de transferirlas a la memoria a largo plazo.
La memoria a largo plazo está, a su vez, constituida por una memoria gestual o procedimental (montar en bici, nadar, conducir…), de una memoria semántica (los saberes aprendidos) y de una memoria episódica (nuestros recuerdos).
¿Cómo podemos descubrir nuestro tipo de memoria?
Basta con preguntarse: ¿Qué puedo memorizar sin dificultad? ¿Qué me resulta más difícil? A mí me resulta extremadamente difícil recordar los nombres de las personas, en cambio recuerdo con facilidad las cifras.
Mi hija recuerda las letras de las canciones tras escucharlas dos o tres veces, mientras que yo debo hacer el esfuerzo de aprender por separado de la melodía para fijarlas.
¿Qué método recomienda usted para mejorar nuestra memoria?
Vamos a apoyarnos sobre aquello que la memoria hace sin esfuerzo. La memoria retiene perfectamente bien los lugares y las imágenes. Así que vamos a transformar, a través de nuestra imaginación, las cosas que queramos recordar en señales ilustradas. Es lo que llamo “imágenes mentales”. Luego, ordenaremos esas imágenes en lugares reales, fijadas en puntos de tránsito, distribuidas en cierto orden.
El orden de los lugares conserva el orden de las cosas. Es el famoso “palacio de la memoria”, heredado de los griegos, muy conocido pero no muy empleado. Unos pocos conocimientos bien anclados bastan para albergar muchos otros sin esfuerzo.
Me gusta mucho la Historia, pero lo mezclaba todo y no recordaba nada hasta que aprendí la cronología de los reyes y presidentes. Establecí una lista con sus fechas de reinado. Luego, registré la información transformando los nombres y las fechas en imágenes mentales de manera viva en mi “palacio de la memoria”. Coloco en una misma habitación a los reyes que han reinado en el mismo siglo.
Valiéndome de mi conocimiento cronológico, valoro mejor los programas históricos y recuerdo sin dificultades los libros que leo. Es lo que llamo la estrategia de las perchas.
¿En qué consiste esta estrategia?
Consiste en no aprender de memoria tontamente. Para recordar por mucho tiempo, hay que seleccionar en torno al 20 % del contenido –es el mínimo necesario y suficiente–, que “codificaremos” sólidamente y que nos permitirá recuperar el resto sin esfuerzo.
Según usted, la atención es la puerta de entrada de la memoria. En nuestra sociedad de ruido y de pantallas, ¿la atención no está muy maltratada?
¡Sin atención no hay memoria! Sin embargo, nuestra atención es frágil, desobediente, se ve atraída siempre por lo que es más fácil.
La atención la codician los fabricantes de contenidos (Facebook, Twitter, Snapchat, Instagram…), que son formidables en la tarea de robárnosla. Por ejemplo, queremos trabajar pero perdemos fácilmente dos horas navegando por nuestra sección de novedades…
Hoy en día, quienes tienen éxito y se sienten realizados son los que son capaces de dominar su atención y resistir la tentación de la multitarea.
¿Una buena memoria hace feliz?
¡Por supuesto! Simone Weil decía en un tratado sobre la atención, De l’attention: “La inteligencia solo puede ser guiada por el deseo. Para que haya deseo, tiene que haber placer y alegría. La inteligencia solo es fructífera en la alegría”.
Conocer un salmo de memoria o leerlo en el misal, no es lo mismo. Rumiar una oración aumenta mi alegría espiritual y me acerca a Dios. Saber de memoria un poema de Baudelaire, una canción de Aznavour o el discurso de la nariz de Cyrano, nos hace felices. Cuando un abogado realiza un alegato sin leer sus notas, eso refuerza el poder de sus argumentos.
En la memoria hay una pedagogía de la felicidad.
Caroline de Fouquières, Aleteia
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