La adolescencia es el momento en que nuestros hijos tienen sus primeras experiencias amorosas. ¿Cómo ayudarles a recorrer esta etapa ? ¿Cómo fundamentar su vida sobre la roca del amor verdadero?
Las reacciones ante los descubrimientos amorosos de nuestros hijos varían. Podemos encontrar desde el rechazo total de los padres a oír hablar del tema (con el riesgo de dejar de escuchar a sus hijos) hasta la aceptación sin reservas, incluso el apoyo de una relación amorosa en la que se sabe que ya se tienen encuentros sexuales.
En este artículo intentaremos reflexionar juntos sobre estas cuestiones. ¿Cómo podemos reaccionar a los primeros amores de nuestros hijos adolescentes?
La adolescencia es el momento en que nuestros hijos tienen sus primeras experiencias amorosas. ¿Cómo ayudarles a recorrer esta etapa ? ¿Cómo fundamentar su vida sobre la roca del amor verdadero?
Si son creyentes, es muy bueno comenzar por ponerse bajo la mira de Dios y examinar la situación bajo su luz. Es bueno preguntarle: “¿Qué esperas de nosotros? ¿Qué debemos hacer para que Tu voluntad se cumpla en nosotros y en cada uno de nuestros hijos?”.
A continuación, no estaría mal buscar la oportunidad, si no se ha hecho hasta ahora, para hablar con nuestro hijo sobre la unidad del ser humano en cuerpo y corazón; el hombre es un espíritu encarnado, un alma que se expresa en un cuerpo y un cuerpo animado por un espíritu inmortal. Y, como hombres, todos estamos llamados al amor en su totalidad.
Todo esto para comentar que no podemos experimentar el amor. No se puede jugar a amar: lo queramos o no, en una relación amorosa toda la persona está implicada por entero.
Por ello, los amores adolescentes no están carentes de consecuencias. Incluso cuando se trata de un simple flirteo porque, tarde o temprano, puede desembocar en una unión sexual. Y esto puede ocurrir sin importar lo que piensen los propios jóvenes que, a veces no miden las consecuencias de sus actos.
Los novios prometidos (los de verdad, los que viven castamente su noviazgo) saben bien que hace falta una buena dosis de prudencia, incluso de heroísmo, para no “hacer la Pascua antes que la Cuaresma” y contentarse con darse la mano mientras los cuerpos reclaman una unión completa.
Conviene que los adolescentes tengan claro que no podemos dar el cuerpo sin dar el corazón, aunque queramos protegernos de ello. Nos damos la mano, nos besamos, nos acostamos juntos “una vez, por probar”… y un día, nos separamos. ¡Eso hace mucho daño, como un divorcio! Porque, matrimonio o no, adolescencia o no, el cuerpo había sellado una alianza y esa alianza se rompió.
Incluso los más escépticos no pueden fingir entregarse: al dar su cuerpo, dan –un poco, mucho, apasionadamente– su corazón. La ruptura hace daño y causa estragos tanto más graves cuanto que nadie, sobre todo entre los adultos, parece tomárselos en serio.
¡Cuántos muchachos y muchachas abordan la edad adulta heridos por estas rupturas sucesivas! A veces, están tan asqueados que acumulan las parejas como para vengarse de aquel o aquella que rompió una relación que se parecía al amor.
Los amores adolescentes no son triviales. No tienen nada de rito iniciático obligatorio e inevitable. Es normal que los adolescentes investiguen, tanteen y pongan a prueba su poder de seducción, pero nos corresponde a nosotros, los padres, ayudarles a seguir siendo libres para amar de verdad. A este respecto, el testimonio que pueden ofrecer los jóvenes mayores, recién salidos de la adolescencia, es insustituible.
Christine Ponsard, Edifa - Aleteia
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