Ya seamos padres, administrativos o jefes de empresa, hay que saber imponer nuestra autoridad ante los demás de forma apropiada. Aquí tenéis algunos consejos para lograrlo y ejercer una autoridad positiva sobre los demás.
“No hay liderazgo sin autoridad”, escuchamos decir a menudo… Pero ¿de qué autoridad hablamos? Respaldado por sus 40 años de experiencia en el servicio militar, el general Bruno Venard ofrece una reflexión a todos quienes ejercen una responsabilidad de jefe o líder.
¿Piensa usted que la autoridad puede educarse?
Hoy en día, esta cuestión está un poco enredada en la medida en que, para muchos, existe una confusión entre el mando de las personas y la autoridad de la persona que manda.
La autoridad es una cualidad propia de la persona, mientras que el mando está vinculado a la función que se ejerce. Así que su ejercicio puede aprenderse.
Por ejemplo, al nombrar a un cómitre, un subalterno, para dirigir el sector de una prisión, no le pides otra cosa que ejercer una presión suficiente sobre aquellos que debe supervisar para obtener el resultado buscado. De este modo, este guarda ejerce un mando, si se le dan los medios para ejercerlo. Por eso los soviéticos y los nazis no tenían ninguna dificultad para encontrar guardianes eficaces para sus campos de concentración o sus gulags.
¿Entonces podemos ejercer un mando sin por ello ejercer una verdadera autoridad?
Sí. Retomando mi ejemplo, al contrario que un cómitre, un auténtico jefe debe saber reconocer que sus subordinados tienen una consciencia de hombres libres. Y, concretamente, debe tener en cuenta la personalidad de cada uno. El jefe debe incluso actuar de forma que las órdenes que da dejen un margen de iniciativa susceptible de enriquecer las misiones que le son confiadas. Las personas subalternas no son robots que ejecutan, sino personas libres que quieren obtener resultados llegando quizás más allá de las esperanzas de quien ha realizado el mando.
Napoleón entendía muy bien esto cuando confiaba misiones a sus generales: era muy estricto en sus órdenes, pero les daba libertad para tomar iniciativas para obtener la victoria. Cuando el mariscal Jean Lannes, con toda su fogosidad, dirigía una carga de caballería, el éxito estaba asegurado. Incluso si una batalla está preparada con la mayor minuciosidad posible, siempre habrá necesidad de que los subordinados tomen iniciativas que vayan en el sentido de la misión que se les ha confiado.
¿Qué consejos daría a alguien que se disponga a asumir responsabilidades?
Un joven que llegue a un puesto de responsabilidad debe, primero, ser competente para ser respetado y crear así un clima de confianza con sus subordinados. Luego, debe estar muy atento a las reacciones de quienes le rodean, tanto superiores como subalternos.
Es algo que comprendía muy bien el centurión del Evangelio. ¿Qué dijo a Cristo? “Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: ‘Ve’, él va; y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘¡Tienes que hacer esto!’, él lo hace” (Lc 7,8).
Este centurión sabe que está en una cadena jerárquica y logra la confianza de sus subordinados. Sin duda, esto no se debía necesariamente a la pura amistad (el ejercicio del mando del centurión se aplicaba también según medios represivos muy severos en caso de desobediencia); pero él sabe que debe suscitar esta confianza para que la acción consiguiente a sus órdenes se desarrolle lo mejor posible, mejor incluso que lo que se había ordenado. Hay que señalar también que el centurión llama a Jesús para que sane a su esclavo. El jefe cuida de sus subordinados.
¿No hay autoridad sin atención al otro?
El ser humano solo puede desarrollarse equilibrando su crecimiento “interno” alimentado por sus relaciones “externas”. Mirar a su alrededor, escuchar el mundo exterior, es una actitud de prudencia de todo aquel que no se contente con “protegerse” de las agresiones externas, sino que acepta la confrontación con el mundo externo con calma (y por tanto, sin barreras).
Hay que intentar sin cesar expulsar nuestro egoísmo, reconocer nuestras carencias, pero también nuestras cualidades. En una palabra, hay que tener una gran humildad y avanzar con seguridad.
Un jefe debe mirar a la vez a sus superiores y (sobre todo) a sus subordinados, de quienes hay que saber percibir sus cualidades y defectos. Es escandaloso ver como ciertos responsables asignan (¿voluntariamente o por dejadez?) misiones inadaptadas a sus subordinados, haciendo un llamamiento a cualidades que sus subordinados no tienen o sin suministrarles los medios necesarios. Por desgracia, esto sucede a menudo. Hay que mostrarse lúcido, ni adulador con los superiores ni condescendiente con los subalternos.
Pascal Sonvalle Edifa Aleteia
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