Aunque es casi imposible afrontar todos los acontecimientos del día a día con la misma estabilidad anímica, es posible aprender a domesticar las emociones cuando se desbordan. Aquí tenéis algunos consejos para conseguirlo.
Un desbordamiento de emociones puede ser una fuente de incomodidad e incluso de sufrimiento. Algunos caen enfermos a causa de la envidia, del resentimiento, de la aprensión, de la angustia. Observan también que por mucho que intentan controlar sus emociones, más aumentan.
¿Cómo no avergonzarse o enfurecerse si solamente pensamos en ello? Misión imposible, a menos que apliquemos estrategias de huida para evitar situaciones que puedan generar malestar.
La emoción nos hace estar vivos
La médica y terapeuta Catherine Aimelet-Périssol se apoya en la neurociencia, sobre todo en los trabajos del neurobiólogo Henri Laborit para descifrar el mecanismo de las emociones.
“Creemos que podremos controlar nuestras emociones a través del razonamiento, del sentido común. Eso es olvidar algo precipitadamente antes de razonar con la parte de nuestro cerebro que piensa y que habla, razonamos con otra parte de nuestro cerebro mucho más arcaica. Antes de reflexionar con lo mental, reaccionamos primero con el cuerpo en caso de problema”.
Cuando el cerebro percibe una información relevante para la existencia, que esté presente o que despierte una experiencia pasada, la clasifica en “buena para mí” o “presenta un peligro”. Si es buena, experimentamos alegría. En caso contrario, sentimos miedo, tristeza o ira. Si la percibimos como neutra, no sentimos ninguna emoción. Buena noticia: la emoción es, por tanto, un movimiento biológico, automático y no consciente, ni bueno ni malo en sí mismo.
Al experimentar alegría, temor, ira, tristeza o cualquier otra emoción secundaria asociada, mostramos simplemente que estamos vivos. Por lo tanto, es inútil intentar controlar este fenómeno biológico. De este modo, no es justo decir a un niño: “Tienes derecho a estar enfadado”. Está enfadado, eso es todo.
Catherine Aimelet-Périssol invita a explorar nuestras emociones para detectar ese movimiento, ya que “el simple hecho de reconocerlo produce ya una cierta distensión”. Dejarlo pasar, desacelerar para considerar el acontecimiento que causa el movimiento y separarlo de nosotros: “Yo no soy la causa de mi tristeza, de mi temor, de mi ira”. “Es importante recordar que la emoción es siempre pasajera, que no nos convierte en alguien incapaz sino en alguien que siente, y que no empañe el resto de nuestra existencia”, señala Catherine Aimelet-Périssol.
Las emociones nos incitan a desarrollar nuevas cualidades
Entonces, ¿cómo tratamos lo demás, eso que las emociones generan, el pequeño discurso mental automático que busca una explicación interior o exterior a nuestras emociones o incluso la culpabilidad?
¿Cómo corregir los actos que llevamos a cabo en un arrebato emotivo y que, a la fuerza, pueden convertirse en un hábito, como el hecho por ejemplo de querer controlarlo todo o apartarse sistemáticamente en cuanto otra persona manifiesta su desacuerdo?
Primero, renunciando a un ideal de perfección y asumiendo nuestra fragilidad. La mirada bondadosa de los demás puede ayudarnos a ello.
Luego, hay que aceptar que nuestro cuerpo haya construido un sistema de resonancia propio en función de un acontecimiento primario por el que nos sentimos amenazados en nuestra existencia. Si reaccionamos, por ejemplo, en el registro de la tristeza, aceptémoslo y contemplemos la otra cara de la moneda, la buena: las emociones pueden expresar una necesidad no satisfecha.
Si hay miedo, se trata de una necesidad de seguridad y de libertad. Si hay ira, de una necesidad de identidad, de pertenencia, de singularidad, de justicia. Si hay tristeza, hay una necesidad de sentido, de coherencia, de iniciativa personal. Así, si un niño siente envidia, habrá que trabajar en su deseo de reconocimiento.
Aunque es imposible modificar a la fuerza aquello que el cerebro ya ha adquirido, en cambio sí es posible añadir nuevos circuitos, nuevas conexiones neuronales. ¿Cómo? Apoyándose en las experiencias que ya nos han resultado exitosas para sacarnos de una situación. ¡No siempre hemos sido violentos, tristes o demasiado temerosos!
Las emociones nos incitan a desarrollar cualidades para reaccionar al acontecimiento. La cuestión es encontrarlas y utilizarlas: “La búsqueda de soluciones de quien evita (miedo) promueve la vigilancia, la observación y la creatividad; la búsqueda de control de quien lucha (ira) favorece el sentido de las responsabilidades y de la decisión; la búsqueda de sentido de quien se repliega (tristeza) favorece el deseo de comprender y de saber”, concluye Catherine Aimelet-Périssol. ¡Un hermoso recorrido que nos hace más enteros y más vivos!
Bénédicte de Saint-Germain, Edifa
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