Desde que escuché las historias de los grandes santos de nuestra Iglesia, que se encontraron con Cristo en la forma de un pobre o un enfermo, quise tener una experiencia similar. No soy un santo, y a veces uno no sabe lo que pide, porque no está preparado para recibir esa gracia que lo excede a uno. Así me ocurrió.
Cuentan las historias que San Francisco de Asís tuvo su encuentro con Cristo en forma de un leproso al que besó y acompaño y en el camino éste desapareció, dejando un aroma a flores.
Otros dicen que …” yendo Francisco un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino”. Me gusta más la primera historia.
Juan de Dios decía: “Jesucristo es fiel y lo provee todo”. Se cuenta que “en una ocasión encontró en la calle a un pobre tan pálido y macilento, que parecía presto a dar el último suspiro, y lo cargó hasta el hospital. Cuando quiso lavarle los pies, vio en ellos unas llagas hermosas y resplandecientes. Era Jesucristo, que le dijo: “Juan, todo el bien que haces a los pobres a Mí me lo haces”.
San Martín de Tours se encontró un día nevado de mucho frío a un pobre que tiritaba. Sacó su espada y cortó su manto por la mitad. Le dio al pobre una de las mitades. Por la noche se le apareció nuestro Señor y le dijo: “Martín, hoy me cubriste con tu manto”.
San Alberto Hurtado decía: “El Pobre es Cristo”. Lo aprendió en uno de sus encuentros con un pobre que era Cristo.
Sabiendo estas cosas un día le pedí a Jesús esa gracia. Reconocerlo en un pobre o un enfermo. Se dio la ocasión un domingo en el que un amigo, Ministro Extraordinario de la Comunión me pidió acompañarlo a llevar la comunión a los enfermos del Hospital Oncológico donde atienden a los enfermos de cáncer.
Ese día tuve la certeza que lo vería.
Te dejo un audio con mi testimonio para que lo escuches y compartas, sobre todo con aquellos que tienen dificultad para leer.
Entramos en diferentes cuartos llevando la comunión a los enfermos. Cuando nos marchábamos nos indicaron una habitación al final de un pasillo. Había un enfermo al que pocos visitaban.
En la puerta, un suave golpe en el alma me detuvo.
“Aquí estoy”, escuché en mi interior.
Entré con mi amigo. Estaba oscuro. La cama en una esquina. Nos acercamos en silencio y al estar al lado del enfermo sentí que se me congelaba el alma.
Era Cristo sufriente, en un enfermo.
Me impactó. No había parte sana en su cuerpo. Estaba totalmente llagado.
Me inundó un dolor profundo al verlo en ese estado y no lo soporté, tuve que salir de la habitación. En el pasillo lágrimas rodaron por mis ojos. Allí estaba Cristo, lo tenía al lado… y yo no poseía el ánimo para entrar y abrazarlo.
Al día siguiente hablé con un sacerdote amigo. Le conté todo.
“No amaste lo suficiente”, me respondió.
“No comprendo”, le dije.
“Imagina por un momento que esa persona era un hermano, un hijo, un familiar. ¿habrías entrado?”
“Por supuesto”.
“¿Sabes por qué? Porque los amas. El amor te da la fortaleza para reconocer al amado”.
Claudio de Castro, Aleteia
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