
El Santo Padre indica que en el padre nuestro “Jesús nos ha enseñado a hacerle una serie de peticiones” y que “a Dios podemos pedirle todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios nos sentimos en defecto: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos”.

En sus palabras, Francisco resaltó que la oración “es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo profundo de nuestra persona y se proyecta, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia que es más que una necesidad: es un camino”.
Un “Yo” en busca de un “Tú”

De este modo, la oración cristiana nace de una revelación: “el ‘Tú’ no ha permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con nosotros”.
El “cristianismo es la religión que celebra continuamente la ‘manifestación’ de Dios, es decir, su epifanía”. Por ello, las primeras fiestas del año litúrgico (nacimiento en Belén, contemplación de los Reyes Magos, Bautismo en el Jordán y bodas de Canaá) “son la celebración de este Dios que no permanece oculto, sino que ofrece su amistad a los hombres”, describió.
El rostro tierno de Dios
El Pontífice resaltó que, al rezar, el cristiano “entra en relación con el Dios de rostro más tierno, que no quiere infundir miedo alguno a los hombres”, de manera que los fieles cristianos se dirigen a Él “atreviéndose a llamarlo con confianza con el nombre de ‘Padre’. Todavía más, Jesús usa otra palabra: ‘papá’”.

La paciencia de un Padre
Dios, aclaró el Obispo de Roma, “es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos”.

A continuación, sigue la catequesis completa del Papa Francisco.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La oración pertenece a todos: a la gente de cualquier religión, y probablemente también a aquellos que no profesan ninguna. La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales suelen llamar “corazón” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2562-2563). Lo que reza, entonces, en nosotros no es algo periférico, no es una facultad secundaria y marginal nuestra, sino que es el misterio más íntimo de nosotros mismos. Este misterio es el que reza. Las emociones rezan, pero no se puede decir que la oración es sólo emoción. La inteligencia reza, pero rezar no es sólo un acto intelectual. El cuerpo reza, pero se puede hablar con Dios incluso en la más grave discapacidad. Por lo tanto, es todo el hombre el que reza, si su “corazón” reza.

La oración del cristiano nace, en cambio, de una revelación: el “Tú” no ha permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con nosotros. El cristianismo es la religión que celebra continuamente la “manifestación” de Dios, es decir, su epifanía. Las primeras fiestas del año litúrgico son la celebración de este Dios que no permanece oculto, sino que ofrece su amistad a los hombres. Dios revela su gloria en la pobreza de Belén, en la contemplación de los Reyes Magos, en el bautismo en el Jordán, en el milagro de las bodas de Caná. El Evangelio de Juan concluye el gran himno del Prólogo con una afirmación sintética: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado”. Fue Jesús el que nos reveló a Dios.

El cristianismo ha desterrado del vínculo con Dios cualquier relación “feudal”. En el patrimonio de nuestra fe no hay expresiones como “sometimiento”, “esclavitud” o “vasallaje”, sino palabras como “alianza”, “amistad”, “promesa”, “comunión”, “cercanía”. En su largo discurso de despedida a los discípulos, Jesús dice así: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15, 15-16). Pero este es un cheque en blanco: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concedo”.


© Librería Editorial Vaticano
No hay comentarios:
Publicar un comentario