Los discípulos fueron los primeros en lamentar la subida de Jesús al Cielo. Pensaban que se convertiría en el rey de Israel y permanecería durante largo tiempo con ellos. Pero solo después comprendieron los regalos que Jesús hizo a la humanidad al abandonar la tierra…
Si Jesús hubiera permanecido en la tierra después de su resurrección, ¡qué gran prueba habría sido para los incrédulos! ¡Qué alivio para los indecisos! ¡Qué palmo de narices para los escépticos! Y sin embargo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes” (Jn 16,7).
Entonces, ¿por qué su “ausencia” sería un “regalo”?
Jesús vuelve a nosotros de forma nueva
La primera razón es el don del Espíritu Santo. Este Espíritu hace de nosotros hijos de Dios. Nos hace semejantes a Jesús, nos “cristifica”.
Por el don del Espíritu, Jesús comparte con nosotros el tesoro de su ser de Hijo: su relación de amor con su Padre.
Desde entonces, encontramos a Jesús no en el exterior, sino en el interior de nosotros mismos, para vivir, a través de él, como hijos e hijas de Dios.
Por su parte, Cristo “se reúne” con nosotros también de forma nueva, en la intimidad de nuestros corazones.
Nos asegura entonces que, el día de este encuentro interior, nuestro corazón se llenará de dicha, y esta dicha nadie podrá arrebatárnosla (Jn 16,22).
Jesús nos abre la vía a una auténtica intimidad de amor con Él
La segunda razón se nos da a través de la aventura de María Magdalena.
Unos días antes de la Pasión, ella había derramado lágrimas sobre los pies de Jesús. María “ungió” sus pies con sus manos y luego los secó con sus cabellos, cubriéndolos de besos y de perfume. La mañana de la Resurrección, Jesús dijo a esta misma mujer:
“No me toques”.
La forma de encontrar a Jesús después de la Resurrección no es la misma que en tiempos de su vida terrestre. La renuncia a un encuentro “sensible” es la condición indispensable para un encuentro de verdad.
Esta nueva relación se hace en el acto de fe y ya no a través de los sentidos.
Se puede decir incluso que Jesús no “permaneció” entre nosotros bajo esta forma corporal para que pudiéramos vivir una auténtica intimidad de amor con Él.
Porque en el amor, bien lo sabemos, hay abrazos que separan y distancias que acercan. Hay cercanías que exilian y éxodos que conectan, caricias que separan y distanciamientos que reúnen.
Jesús permanece con nosotros bajo la apariencia de la eucaristía
La tercera razón se nos da a través de la aventura de los discípulos de Emaús. Dirán a ese misterioso compañero:
“¡Quédate con nosotros!”.
Entonces, Jesús se detuvo con ellos en el albergue, tomó el pan, lo bendijo y lo repartió. En el momento de la comunión, Él desapareció ante sus ojos.
Al actuar así, Jesús respondió plenamente al deseo de los discípulos: permanece verdaderamente con ellos bajo la apariencia de la eucaristía.
Su ausencia visible da lugar a su presencia real, viva y corporal en el Santísimo Sacramento. Y desde entonces, su dirección es el tabernáculo de todas las iglesias del mundo… porque Él está de verdad con nosotros, ¡todos los días y hasta el fin del mundo! (Mt 28,20).
Por el padre Nicolas Buttet, Edifa
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