Me ha pasado innumerables veces. Vivo tranquilo. Rezo. Voy a misa. Y de pronto tengo la posibilidad de verme como realmente soy, un pecador.
San Juan tiene palabras muy fuertes para nosotros: “Si decimos que estamos en comunión con él mientras caminamos en tinieblas, somos unos mentirosos y no estamos haciendo la verdad.” (1 Juan 1, 6)
Y luego nos golpea el corazón al recordarnos algo fundamental con una lógica sobrenatural: “Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” (1 Juan 1, 8).
No hay pecado pequeño, pues todos ensucian nuestras almas y ofenden a un Dios tan bueno y misericordioso.
Cuando paso fuertes tentaciones recuerdo estas palabras impactantes de la sierva de Dios, sor María, Romero: “Un solo pecado bastó para convertir a Luzbel en Lucifer”.
Qué terrible es la soberbia que puede condenar nuestras almas y apenas nos damos cuenta.
Recuerdo a un joven que un día se me acercó para contarme de una pesadilla que lo despertó sudando frío. Se vio a sí mismo fuertemente encadenado contra un poste. Las cadenas lo rodeaban y era imposible zafarse de ella. Gritó con todas sus fuerzas: “Auxilio” y se vio en una iglesia. Comprendió el mensaje. Se dio cuenta que Dios le quería libre y feliz. Tenía muchos pecados encima y años sin confesarse.
Al despertar fue a visitar a un sacerdote y se confesó. Se sintió completamente liberado y aliviado. Hizo propósitos de no volver a cometer esos terribles pecados que tanto ofendían a Dios.
Inicié este escrito con una pregunta y debo responderte, es necesario.
Me encontraba en David, Chiriquí, una provincia a 444 kilómetros de la ciudad de Panamá. Había viajado por trabajo.
Tengo la costumbre de visitar a Jesús en los diferentes lugares a los que voy. Siempre busco la iglesia del lugar y al entrar pregunto por el sagrario para saludar a mi buen amigo. En eso estaba cuando pasé frente a un enorme crucifijo. Me detuve y me percaté que no podía mantener fija mi mirada, en la dulce mirada de Jesús.
Me sentía pecador, culpable, frente a tan grande sacrificio de amor.
Tuve que buscar un sacerdote para confesarme. Regresé luego a vero de nuevo, con una nueva mirada.
“Aquí estoy, Jesús, por ti. Para ti”.
Ante Él que es la verdad, no puedes mentir, ni mentirte. Él lo sabe todo y te ama como nadie te puede amar.
Cuando Jesús ve mi alma me comprendo pecador.
Dios nos llama a TODOS, te llama a la reconciliación, ¿hace cuánto que no te confiesas?
Este es un buen momento para dirigir tu mirada a Dios. Él nos quiere de vuelta en su redil. Somos sus favoritos. Él te ama.
¡Dios te bendiga y te conceda su paz!
Claudio de Castro, Aleteia
Vea también: El aplazamiento de la conversión - Santo Cura de Ars
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