La primera, considerar que la humildad es algo positivo.
Ser humilde no siempre tiene buena prensa. Pero si has escogido leer este texto es porque la cuestión de la humildad te ha tocado por dentro.
¿Probamos a ser más humildes?
Para comenzar, nos ayudará saber qué significa esta palabra. O, por lo menos, saber de dónde viene. Humildad viene del latín humus, que significa “tierra”. ¿Hemos oído alguna vez eso de que hay que estar con los pies en el suelo? Pues eso: la humildad, no la vida, pone a cada uno en su sitio.
La humildad es un baño de realismo, de saber realmente lo que valemos y no lo que creemos que valemos o nos dicen que valemos.
Ordenar la ambición de los grandes retos
En la vida aspiramos a cosas grandes. Son ambiciones lógicas: en la profesión, en la familia, en la ciudad o el pueblo donde vivimos queremos ser alguien relevante. Pero a veces esa ambición podría ser insana y desordenada. Podría hacer que desatendiéramos los aspectos de nuestra vida que son más importantes. Con la humildad, se corrigen las ambiciones exageradas y nos tomamos cada cosa en su justa medida.
Aviso: no es fácil. Cuando uno se encuentra sumergido en algo que le apasiona, aquello se expande como un gas y va ocupando otros espacios de la vida. Por ejemplo, el trabajo que nos encanta comienza a ser obstáculo para atender a la familia. O pasarlo bien con los amigos hace que no estudiemos lo necesario. En esos casos, ser humilde implica reconocer que nos hemos pasado.
Tirar para arriba cuando uno podría desesperar
Pero podría ocurrir que cuando uno se pone a investigar en su interior, encuentra “el lado oscuro”. O sin investigar mucho, en ciertos momentos de nuestra vida se nos pone enfrente el “monstruo” que podemos llegar a ser: hemos atravesado una frontera que siempre dijimos que no cruzaríamos. La droga, el alcohol, las relaciones, la corrupción, la mentira, la infidelidad…
Cuando uno cae muy bajo, descubre de qué está hecho su humus y a veces eso puede conducir a la desesperanza. La tentación que asalta entonces es: “ya no tengo camino de vuelta, mejor seguir en el fango”. O nos asalta un ataque de soberbia: “¿cómo he podido caer tan bajo?” y comenzamos a odiarnos a nosotros mismos porque no queremos ver nuestro retrato real.
Ser humilde ayuda a mantener la esperanza cuando uno ha descendido a los infiernos. Propósito: solo decir “soy un desastre” el tiempo justo, a continuación reactivarse y buscar solución. Luego no revolcarse en ese argumento como si no hubiera salida. Y es que la humildad es algo activo, no agachar la cabeza y no mirar a los ojos de nadie.
Hay que decir que la humildad adquiere todo su sentido cuando uno tiene una visión trascendente de la vida. Las personas nos movemos por las metas que buscamos. ¿Cuál es la tuya?
En el día a día, ese ordenar las grandes ambiciones y frenar la desesperanza se puede vivir en múltiples formas. Por ejemplo, para comenzar:
- Actuar sin querer llamar la atención.
- Dar lo mejor de ti mismo por una causa trascendente, no por tu ego.
- Pedir ayuda si la necesitas.
- Despreocuparte de la impresión que causas en los demás cuando haces cosas buenas.
- Comprender que cada uno tiene su camino y no todos han de seguir el tuyo.
- Ser agradecido (a Dios y a los demás) por todo lo que has recibido y cuando las cosas te salen bien.
- Reconocer que no lo sabes todo y que tienes mucho que aprender, de los de arriba, de los de al lado y de los de abajo.
- Antes de quejarte, considerar el bien que supone lo que te acaba de suceder, sea bueno o malo.
- Pedir perdón a quien corresponda por lo que has hecho mal.
- Tener actitud de escucha.
- No esconderte cuando eres consciente de que tienes capacidades que podrían hacer mejor el mundo en que vives.
Dolors Massot, Aleteia
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