viernes, 21 de febrero de 2020

De la curiosidad al hábito de pecar: monseñor Pope adapta los 12 pasos del orgullo de San Bernardo

La escalera concluye con la esclavitud a Satanás

Michael Douglas en «Wall Street» (1987), de Oliver Stone. Su personaje, Gordon Gekko, ya un clásico, es una muestra de conciencia moralmente cegada en la cual la avaricia está al servicio del orgullo.
Michael Douglas en «Wall Street» (1987), de Oliver Stone. Su personaje, Gordon Gekko,
  ya un clásico, es una muestra de conciencia moralmente cegada en la cual la avaricia
está al servicio del orgullo.

Los sermones de San Bernardo de Claraval (1090-1153) sobre los doce grados de la humildad de San Benito de Nursia (480-547) gustaron tanto a Geofredo de la Roche, entonces abad de Fontenay, que le pidió que los pusiera por escrito. El resultado fue su primera obra publicada, el Tratado sobre los grados de humildad y orgullo, compuesta en torno al año 1121. Los grados del orgullo debían resaltar los grados de su virtud contraria, lo que el santo hizo introduciendo en el texto algunas dosis de mordacidad y humor.   
San Benito y San Bernardo, los dos grandes padres del monacato occidental.
Recientemente, monseñor Charles Pope, párroco en Washington, D.C. y conferenciante en todo Estados Unidos, donde es un influyente creador de opinión en el ámbito católico, ha consagrado a esta obra de San Bernardo un post de su blog, resumiendo los doce pasos que pueden llevarnos sin darnos cuenta desde rasgos casi triviales de orgullo a las peores muestras de soberbia satánica.
"Observa cómo los doce pasos se van haciendo progresivamente más serios y conducen al final a la esclavitud del pecado", anticipa Pope: "Cada paso tiende a poner los cimientos del siguiente, empezando por una idea, moviéndose luego al comportamiento, para acabar hundiéndose en actitudes de presunción y por último a la rebelión y la esclavitud. Porque, cuando uno no sirve a Dios, sirve a Satanás".
A los comentarios de monseñor Pope añadimos en cursiva y entre corchetes algunas de las definiciones del cisterciense irlandés Ailbe John Luddy, autor de San Bernardo. El siglo XII de la Europa cristiana, una de las más completas y clásicas biografías del santo.
1. Curiosidad
[La curiosidad se revela en miradas errantes y en una sed por conocer noticias inútiles.]
Hay una curiosidad sana, dice monseñor Pope, pero a menudo profundiza “donde no debería”: los asuntos de los demás, temas privados, situaciones pecaminosas, etc. ¿Cuál es el vínculo entre la curiosidad y el orgullo? “Que pensamos que tenemos derecho a saber cosas que no tenemos derecho a saber”. Y esa mirada orgullosa e indiscreta cae entonces sobre asuntos “que no nos convienen o nos distraen, o que superan nuestra capacidad de abordarlos bien”.
2. Ligereza de pensamiento
[El hombre de pensamiento ligero es el que, descuidándose a sí mismo, vigila estrechamente a los demás, envidiándoles por sus virtudes y despreciándolos por sus faltas.]
Hay un “sentido del humor que es razonable” y “alguna diversión recreativa” a la que debemos hacer un hueco. Son necesarios momentos de relajación para hablar de deportes o de cine o de música. “Pero, con demasiada frecuencia, eso es lo único que hacemos, y dejamos de lado asuntos que deberíamos abordar seriamente. Al ignorar o trivializar las cosas serias que hacen referencia a la eternidad y dedicarnos solo al entretenimiento y las cosas pasajeras”, lamenta, “estamos abandonando asuntos que tendríamos que atender”. No se puede dedicar horas a ver una serie de televisión tras otra, mientras no dedicamos ni un minuto a la oración, a la atención a los pobres o a nuestra formación cristiana y la de nuestros hijos. ¿Por qué esto es orgullo? Porque “dejamos de lado lo que es importante para Dios y lo sustituimos por nuestras fútiles prioridades”.
3. Vana alegría
[En el tercer grado del orgullo se encuentra el hombre entregado a una alegría no provechosa.]
Es el paso siguiente que transforma la ligereza de pensamiento en “comportamientos frívolos” que enfatizan las experiencias banales en detrimento de las más profundas. Hay que ser rico en las experiencias “que le importan a Dios”, y no dar facilidades a que nuestro orgullo “maximice lo inferior  y minimice lo superior”.
4. Jactancia
[El jactancioso es aquel que tiene que decir tanto en su favor que tiene que hablar o reventar.]
“Cada vez más encerrados en nuestro pequeño mundo de una inteligencia oscurecida y un comportamiento atolondrado, empezamos a disfrutar con las actividades más viles y carnales y a considerarlas un signo de grandeza: empezamos a presumir de tonterías”, describe Pope. La jactancia consiste en “hablar y pensar de uno mismo mejor de lo que es verdadero y razonable”. Hay que apreciar los dones recibidos, pero sin olvidar que son dones recibidos, esto es, “Dios nos los da y los demás nos ayudan a desarrollarlos”.
En su célebre Mesa de los pecados capitales, que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid, El Bosco representó el orgullo o soberbia con una mujer que se mira a un espejo sostenido por un demonio.
5. Singularidad
[El amante de la singularidad adopta este lema: "Yo no soy como los demás hombres" (Lc 18, 2); su ambición es no ser, sino parecer mejor que los demás.]
Llegados a ese punto “nuestro mundo es cada vez más pequeño y sin embargo lo que pensamos de nosotros mismos es cada vez más grande… Olvidamos nuestra dependencia de Dios y de los demás, y quiénes y qué somos”. El prelado norteamericano ubica aquí esa idea falsa del self-made man u hombre hecho a sí mismo. Empezamos a creer que las cosas son como creemos que son: “Aferrados solo a nuestra propia opinión, descartamos las evidencias de la realidad dejamos de buscar la información y el consejo de los demás… Nuestro mundo se hace cada vez más singular, centrado cada vez más solo en nuestro propio yo”.
6. Arrogancia
Se define como “la opinión injustamente favorable e indebidamente elevada  que uno tiene sobre su capacidad y su valor”. Y a medida que nuestro mundo es cada vez más pequeño y nuestro orgullo cada vez mayor, nos hacemos más auto-referenciales: “Somos ciegos a lo difícil que resulta vivir con nosotros. Vemos fácilmente las faltas de los demás y ninguna en nosotros mismos. Empezamos a compararnos favorablemente con los demás: 'Yo no soy como esas prostitutas o como esos traficantes de droga'. Pero nuestro modelo no son las prostitutas y los traficantes, sino Jesús", recuerda Pope. En vez de compararnos con Él y pedir misericordia, nos comparamos con otros a quienes miramos por encima del hombro, abriendo camino al orgullo.
7. Presunción
“En este nivel, incluso el juicio de Dios debe ceder al nuestro”, lamenta Pope. Nos damos por salvados, lo cual es un pecado contra la virtud de la esperanza: “Es esperanza confiar en la ayuda de Dios para alcanzar la vida eterna. Es orgullo pensar que ya tenemos lo que no tenemos todavía. Dejamos de lado la Palabra de Dios, que nos pide vernos como mendigos de la ayuda de Dios, y no como ya poseedores del título de la gloria celestial”.
8. Justificación del mal
Ya no necesito el juicio de Dios porque me basta el mío. No solo eso: “Él debe dejar la Cruz porque en realidad no necesito Su sacrificio. Puedo salvarse por mí mismo, pero, la verdad, tampoco necesito demasiada salvación”. Puedo auto-justificarme, es decir, en sentido literal, salvarme a mí mismo, lo que significa que “haré lo que yo quiera y yo decidiré si está bien o mal”.
9. Hipocresía
[Sus ardides son muchos y variados.]
En griego, hipócrita significa “actor”. Reconocer las propias faltas y considerarse pecador es propio de la humildad, pero cuando el hombre orgulloso lo hace “solo está actuando”, dice Pope, más para lograr el reconocimiento social que por que tenga una contrición o arrepentimiento reales.
10. Rebelión
“El orgullo empieza a salirse realmente de control cuando uno se rebela directamente contra Dios y sus respresentantes legítimos”, explica Pope: “Rebelarse significa renunciar a la lealtad o a cualquier sentido de la rendición de cuentas ante Dios o de la obediencia a Él, a su Palabra o a su Iglesia. Rebelarse es intentar derrocar la autoridad de otros, en este caso de Dios y de su Iglesia. Es orgulloso rechazar cualquier autoridad y actuar de forma directamente contraria a lo que ordenan rectamente las autoridades legítimas”.
11. Libertad en la viciosa complacencia
En este punto, el orgullo se acerca a su punto máximo, porque “afirma con arrogancia que se siente totalmente libre para hacer lo que le plazca. El hombre orgulloso rechaza cada vez más toda restricción o límite”. “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo" (Jn 8, 34), dijo Jesús: el orgulloso se hunde tanto más profundamente “en la adicción y la esclavitud” cuanto más alto proclama su absoluta libertad para obrar a su capricho.
12. Hábitos de pecado arraigados
[El santo abad nos enseña que la impenitencia final es el único pecado realmente irremisible.]
Es “la flor más plena y más fea del orgullo”, dice Pope: “El pecado habitual y la esclavitud a él”. Como lamentaba San Agustín en las Confesiones (VIII, 5): “Mi voluntad perversa se hizo pasión, la cual, servida, se hizo costumbre, y la costumbre no contrariada se hizo necesidad”.
* * *
Y es así como, resume Pope, hemos escalado los doce pasos del orgullo: la curiosidad malsana y las inquietudes frívolas conducen al comportamiento frívolo y exculpatorio, que luego se hace presuntuoso y despectivo antes de aceptar la rebelión contra Dios y la esclavitud del pecado: “La esclavitud proviene de que si uno rechaza servir a Dios por orgullo, acaba sirviendo a Satanás”.
Como dice el viejo consejo: “Siembra un pensamiento y cosecharás una acción; siembra una acción y cosecharás una costumbre; siembra una costumbre y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino”.
C.L. / ReL



No hay comentarios:

Publicar un comentario