Helena Kowalska nació en Lodz, Polonia, en 1905. Desde pequeña quiso entrar al convento, pero su familia no se lo permitió. En su juventud asistió a fiestas para olvidarse de estos anhelos, pero nada de eso le llenó el corazón.
Durante una de esas fiestas, en medio de sus amigos, logró ver a Cristo crucificado que le decía: “Helena, hija, ¿hasta cuándo Me harás sufrir?¿hasta cuándo Me engañarás?”
A los 21 años, ante sus anhelos innegables de la vida consagrada, entró al convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia de Varsovia, Polonia. Aquí toma el nombre de María Faustina.
Su vida consagrada fue marcada por una serie de visiones que tuvo sobre el infierno, el purgatorio y el cielo. Pero sobre todo, la visión que tuvo del mismo Cristo, cuyo corazón iluminaba la oscuridad con luz roja y blanca.
Él pidió que se le haga una imagen, la que conocemos hoy como el “Cristo de la Divina Misericordia”, una advocación cuyo mensaje es confiar en la misericordia de Cristo, que nos salva de todo mal.
Reconfortante también fue su visión del cielo. Lo que ella vio y comunicó, animó a muchos cristianos a combatir con más ahínco en su lucha espiritual.
Así describió su visión:
“Hoy, en espíritu, estuve en el cielo y vi estas inconcebibles bellezas y la felicidad que nos esperan después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas dan incesantemente honor y gloria a Dios; vi lo grande que es la felicidad en Dios que se derrama sobre todas las criaturas, haciéndolas felices; y todo honor y gloria que las hizo felices vuelve a la Fuente y ella entran en la profundidad de Dios, contemplan la vida interior de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nunca entenderán ni penetrarán.
Esta fuente de felicidad es invariable en su esencia, pero siempre nueva, brotando para hacer felices a todas las criaturas. Ahora comprendo a San Pablo que dijo: Ni el ojo vio, ni oído oyó, ni entró al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman.
Esta gran Majestad de Dios que conocí más profundamente, que los espíritus celestes adoran según el grado de la gracia y jerarquía en que se dividen; al ver esta potencia y esta grandeza de Dios, mi alma no fue conmovida por espanto ni por temor, no, no absolutamente no.
Mi alma fue llenada de paz y amor, y cuanto más conozco a Dios tanto más me alegro de que Él sea así. Y gozo inmensamente de su grandeza y me alegro de ser tan pequeña, porque por ser yo tan pequeña, me lleva en sus brazos y me tiene junto a su Corazón”
No hay comentarios:
Publicar un comentario