¿Y si rezar no fuera tan difícil como pensamos? Descubre 10 maneras sencillas de rezar y ponerte en la presencia de Dios en todas las circunstancias.
Se aprende a rezar rezando. La oración existe en cuanto tenemos el deseo y empezamos a rezar. Es una experiencia de fe y amor que se vive en las profundidades del corazón.
Muy discreta, llama a la puerta para acompañarnos a todas partes. Lo único que hay que hacer es abrirle la puerta. Es un regalo de Dios que se acoge en la fe poniéndose a disposición, donde quiera que estemos.
Entonces, ¿cómo rezar? Simplemente rezando.
“Él está en mí, yo estoy en él, sólo tengo que amarlo, dejarme amar, y esto en todo momento, a través de todas las cosas“, escribió Isabel de la Trinidad.
Rezas como eres, vives, crees, amas y hablas con un amigo. Estos son los primeros cinco caminos de la oración. Los cinco siguientes se presentan como soportes para la oración: se reza con el deseo, el cuerpo, la Biblia, la liturgia y el silencio.
Reza como eres
La mejor manera de rezar es la tuya, pero todavía tienes que descubrirla. La mejor técnica, si la hay, es la que mejor te ayuda a liberar la oración que está dentro de ti.
Tienes una oración que es tuya y que está en sintonía con tu temperamento, con tu estado de vida. No tienes que copiar la oración de los demás.
Varía según el día: petición o alabanza, súplica o acción de gracias, vocal o silenciosa. No importa, rezas desde quien eres, con la edad que tienes, con tus alegrías y penas, con tu historia y experiencia de vida.
Rezas desde una imagen de Dios que es tuya y que está llamada a cambiar a medida que creces en la fe.
Te presentas ante Dios sabiendo que te ama tal como eres. ¡Sé tú mismo! ¿No es ese el mayor regalo que puedes darle a Dios? Al aceptarte y amarte como eres, estás aceptando y amando a Dios como un padre misericordioso.
Reza como vives
La oración no anda al lado de la vida, está en la vida. Y como la vida no es perfecta, la oración tampoco. Si esperas las condiciones ideales para rezar, nunca rezarás.
La oración más hermosa es la que estás viviendo hoy, en las más diversas y a veces angustiosas situaciones: fallar un examen, equivocarse en una salida de autopista, perder las llaves, experimentar un gran estrés, pasar por una terrible prueba, acompañar a un niño enfermo.
La oración se adapta a las circunstancias de tu vida, ya sea que estés en un banco de la escuela o en el trabajo, en casa o en una cama de hospital, en la carretera o en el tren, acostado o al aire libre, feliz o triste, insomne o trabajador nocturno, está ahí siempre que reces.
Invisible para los demás, toma lo que compone tu vida y lo expresa al Señor en forma de peticiones y alabanzas.
Reza como crees
¡Dime cómo rezas y te diré cuál es tu fe! Rezas de la forma en que crees. La oración comienza con un acto de fe. Es como una flecha que se dispara al cielo. Cuanto más viva sea tu fe, más alto vuela.
Pero no todos creen en Dios de la misma manera, ni le rezan de la misma manera. Si Dios está en el corazón de tu vida, tu oración también lo estará.
La idea de la oración está por lo tanto subordinada a la imagen de Dios. Si es un ser distante y amenazante, la oración será fría y temerosa.
Además, no se reza mucho tiempo a un Dios que parece indiferente a lo que uno está experimentando. Esta imagen de un Dios impasible está en las antípodas de los grandes textos bíblicos del Antiguo y Nuevo Testamento, donde Dios se presenta como un amante que se casa con su criatura. “
“Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2, 21-22).
Reza como amas
Rezas porque eres amado por Dios y le respondes con amor. La oración es un diálogo secreto y amoroso que sólo te pertenece a ti y a Dios.
Él te ofrece su presencia sin que nada interfiera, ni siquiera tus debilidades; son una oportunidad para experimentar su infinita misericordia.
No siempre rezarás de la misma manera, pero siempre rezarás como amas. Rezar es estar en la presencia de Dios, pensando en Él con amor. El beato Carlos de Foucauld decía a menudo que cuanto más se ama, mejor se reza.
En cierto punto de la oración se siente una especie de ausencia del amor de Dios, pero esto no significa que Dios esté ausente. Nos lleva por los caminos de la sequía para hacernos crecer más seguros en el amor desinteresado.
Teresa de Lisieux es un ejemplo elocuente de esto. Mientras está en la cama en la enfermería del Carmelo, no puede dormir, así que reza. La hermana Genevieve le pregunta qué le dice a Jesús. Ella responde: “No le digo nada, lo amo”.
Reza como si hablaras con un amigo
Rezar es hablar con Dios, Cristo, en amistad. Nada te impide, en este momento por ejemplo, cerrar los ojos y decir con tus palabras que crees en Dios:
“Señor, creo en Ti, enséñame a rezar y a amarte. Me conoces y me amas como soy. Te ofrezco lo que soy y a los que me son queridos. Envía tu Espíritu para dar vida a mi vida. Te alabo por lo que eres y por lo que soy yo. Gracias por tu infinito amor“.
Ya ves, es simple. Ponte en su presencia como un amigo con su amigo. Sólo háblale simplemente y escúchalo. Dile lo que estás experimentando o míralo silenciosamente con fe.
¿No es la oración escuchar a Dios que habla a través de nuestras palabras y nuestros silencios tanto como a través de su palabra y su silencio?
Sabiendo que somos escuchados por Dios, encontramos el hilo que conecta nuestra vida con la suya.
Reza con tu deseo
“Tu deseo es tu oración“, dijo san Agustín.
Rezas presentando a Dios no sólo lo que eres, sino lo que deseas ser. Te abres al deseo de Dios estando presente en su presencia con todo tu interés.
La oración que recitas, no la dices sólo con los labios. Ya sea que repitas interiormente una oración que has aprendido o que ores espontáneamente, lo que Dios está mirando es el deseo y el amor que pones en tu oración.
Si tienes dificultad para recogerte, si te sientes en el vacío, y si tu espíritu se mueve en todas las direcciones, usa una imagen o un icono, un versículo bíblico, música, o el nombre de Jesús que puedes repetir interiormente.
¿También sabes que puedes rezar desde tus distracciones, en vez de intentar expulsarlas todo el tiempo?
Depende de ti ver qué te ayuda en la oración y cuál es tu deseo. ¿Quizás quieres hacerlo demasiado bien, o quizás ves a Dios como alguien complicado que necesita ser impresionado, satisfecho, convencido?
Debes saber que la oración es como Dios, muy sencilla. Es una mirada amorosa, un deseo de estar con Él, un silencio pacífico, un suspiro suave. Es fundamentalmente descanso, gracia, don.
Reza con tu cuerpo
Tu cuerpo puede ser un aliado que expresa y apoya tu oración. Aliméntalo bien y dale el descanso que necesita. Rezar también significa saber cómo sentarse.
Al sentarse quieto y con la columna vertebral recta, rezas mejor. Una buena postura al sentarse ayuda al espíritu a recogerse y a estar atento a la presencia de Dios.
Si, en las grandes tradiciones, la posición sentada expresa sobre todo la espera, la escucha y la meditación, la posición arrodillada expresa la súplica, el arrepentimiento y la adoración.
También está la posición de las manos, unidas o levantadas, y también la postura de pie. Para el cristiano, la postura de pie significa que ya ha resucitado en Cristo.
Depende de ti encontrar la postura que te conviene en la oración. Y si te duermes rezando, no te escandalices: “¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!” (Sal 126, 2).
Reza con la Biblia
El cristiano nunca reza en el vacío, responde a la palabra de Dios que lee y escucha, medita y contempla, individualmente o en grupo.
La tradición cristiana habla de cuatro ejercicios del ser espiritual que son como cuatro niveles de oración: lectura espiritual, meditación, oración, contemplación.
Uno busca mientras lee y encuentra mientras medita. Se golpea mientras se reza y se entra mientras se contempla.
El método es simple. Te recoges durante unos minutos y luego lees un verso o una escena del Evangelio. Lees lentamente en tu corazón como si estuvieras “masticando” el texto. Meditas y pruebas lo que lees.
Ya no es tu actividad, sino la de Dios. Puede manifestarse en un silencio pacífico que invade todo. Esto sucede muy pocas veces, nuestra oración está más a menudo a un nivel muy bajo, pero la oración contemplativa, que es una atención amorosa a Dios, no es únicamente de los monjes y monjas. Dios es libre de sus dones.
Reza con la liturgia
“Rezo en casa, no necesito ir a la iglesia”, dicen algunos. Es cierto que no hay que estar en una iglesia para rezar, ya que el corazón es el santuario de la oración.
El starets Silouane (santo monje ortodoxo del Monte Athos) escribió que para el que reza, el mundo entero se convierte en iglesia. Pero el Señor también se deja encontrar en la celebración litúrgica.
La liturgia y la oración personal no se oponen, sino que se entrelazan como la levadura en la masa.
La liturgia y los sacramentos siempre han sido considerados lugares privilegiados para el encuentro con el Cristo Resucitado.
¿Por qué no sacas de esta fuente que abre tu oración a los demás dándole palabras que la nutran desde dentro? Pasamos del “yo” de su oración al “nosotros” de la Iglesia: “Oremos al Señor”.
La liturgia es un acto que ayuda a la oración. A través de sus ritos, palabras, gestos, cantos, música, la liturgia enseña a rezar proponiendo una experiencia: el encuentro con el Resucitado que conduce al Padre dando el Espíritu.
Varias formas de oración comunitaria pueden irrigar la oración personal: la celebración de la Palabra, la oración carismática, la peregrinación, las bendiciones diarias, el rosario, la Liturgia de las Horas, también llamada el Oficio Divino.
Reza con silencio
Es porque Dios es Palabra que guardamos silencio. El silencio en cuestión aquí es ante todo interior antes de ser exterior.
Por lo tanto, no es tanto la ausencia de palabras como una presencia amorosa en el misterio, una comunión con lo que es más sagrado, más profundo en nosotros.
Uno puede muy bien saborear este silencio en medio del metro en hora punta, o ser invadido por los ruidos interiores en un monasterio lejos del mundo.
La beata María de la Encarnación, una mística canadiense, dijo que “el silencio es un lenguaje sagrado en el que saboreamos el amor”.
El silencio es para la oración lo que el agua es para los peces: un espacio vital. Despierta el corazón y trae el misterio de Dios a la presencia. Es un silencio de espera, una simple atención a la Presencia, un desvelo de Dios.
Puedes desearlo, acogerlo, cultivarlo. Este silencio habitado se vive especialmente en la oración interior, también llamada oración contemplativa. La meta es siempre la misma: la unión con Dios presente en el centro del alma.
“Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:6).
Jacques Gauthier, Aleteia
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