jueves, 3 de diciembre de 2020

Método para favorecer la paz ante una discusión familiar

 

ANGRY


Si somos los protagonistas o los espectadores de una discusión familiar podemos optar por favorecer la paz o por arrojar más leña al fuego.

Cuando nuestros seres queridos nos preocupan, solamente queremos una cosa: ir en su ayuda de a toda costa. Sin embargo, a veces, nos inmiscuirnos en trifulcas que no nos conciernen. Por el contrario, podemos contribuir a construir la paz en el seno de nuestra familia.

Una familia sin desacuerdos no existe. Se puede llegar a decir que la familia es el lugar donde vivimos más enfrentamientos y los enfrentamientos más dolorosos. ¿Por qué? Porque nos queremos, porque el amor nos hace vulnerables y porque el día a día compartido somete al amor a una dura prueba: es difícil, si no imposible, ocultar nuestras molestias y rencores cuando vivimos juntos 24 horas al día.

No todas las discusiones son graves. No es necesariamente deseable intentar evitarlas: una “buena” escenita doméstica vale más que un silencio cargado de cosas sin decir, y los altercados entre hermanos y hermanas pueden resultar beneficiosos.

Problemas para la paz familiar

Pero es imprescindible cumplir con una condición: que las riñas desemboquen en perdón. Perdonar también los problemillas más pequeños. ¡Cuántas heridas no perdonadas pesan tanto como una grave disputa! Son a menudo estas pequeñas cosas las que, al acumularse, conducen a la ruptura.

En comparación con los conflictos benignos, los problemas graves provocan rupturas y divisiones dramáticas. Divorcios, por supuesto, pero también profundas broncas entre un padre y un hijo, un hermano y una hermana, una tía y un sobrino, etc.

Si somos actores o espectadores de estas rupturas, tenemos dos opciones: ser artesanos de la paz o arrojar leña al fuego.

Por supuesto, no podemos perdonar en nombre del esposo engañado por su cónyuge o del padre traicionado por su hijo, pero nuestra actitud puede ayudarles a caminar hacia el perdón y la reconciliación o, al contrario, mantener la animosidad mutua.

La paz se encuentra en la oración

Muchos conflictos familiares se agravan por comentarios intempestivos, juicios precipitados, cotilleos y maledicencias machacadas en todos los tonos.

“Reprocho a mi suegro haber sido violento con sus hijos”, explica Brigitte. “Pero me he dado cuenta de que, al no perdonarle, impido a mi marido perdonar. A través de mis pequeños comentarios, de mis palabras amargas, mantengo su rencor”.

Para extender la paz, hay que empezar por estar en paz. Una madre indignada por las infidelidades de su yerno no podrá ayudar a su hija a reconciliarse con su esposo. Es normal que esta madre sufra por su hija, pero, mientras esté dominada por la cólera, solo podrá empeorar la situación.

La paz, tan difícil de conquistar en estas circunstancias, se encuentra en la oración: en el corazón de Aquel que lo comprende todo y lo puede todo, ahí debemos arrojar nuestro dolor, nuestra indignación, nuestros pensamientos rencorosos, nuestros deseos de venganza.

Solamente Dios puede calmar nuestras tempestades internas y arraigarnos en su paz. Entonces, revestidos de su dulzura, podemos escuchar sin juzgar y empatizar sin tomar partido.

El método

El método o actitud que contribuye a construir la paz en la familia es no meterse en las discusiones de los demás,

La discreción es también un excelente medio de contribuir a la paz. Discreción no significa disimulo, sino prudencia.

Cuando vivimos una situación conflictiva, es importante encontrar “un corazón que escuche”. Pero ¿cómo hablar si tememos ver nuestras palabras repetidas a todo el entorno?

Aquello que se nos confiesa, aquello de lo que somos testigos, no tiene que llevarse forzosamente a conocimiento de toda la familia, incluso si la curiosidad de dicha familia está inspirada por un afecto real.

Pidamos al Espíritu Santo que nos muestre qué podemos y debemos decir y a quién. La dificultad, en efecto, está en saber hablary hacerlo siempre con sabiduría y de manera benévola.

De igual modo, solo debemos intervenir directamente si es lo oportuno.

Una de las maneras de construir la paz familiar consiste en no inmiscuirse en discusiones que no nos conciernen personalmente.

Escuchar, acoger, consolar, ¡eso sí!

Tal vez podamos dar el contacto de algún sacerdote o algún especialista. Y rezar, por supuesto, sea o no sea oportuno.

Conviene, además, aceptar nuestra impotencia, reconocer que no estamos necesariamente en la mejor disposición para dar consejos.

Lo más importante no es hacer cosas por quienes discuten, sino estar a su lado, dando testimonio de un amor incondicional y una esperanza a prueba de todo.

Christine Ponsard, Edifa

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