jueves, 17 de diciembre de 2020

Cómo seguir el calendario litúrgico puede cambiarte la vida

 



Intenta vivir en base a la agenda de Dios, verás el mundo de una manera totalmente nueva

Adviento. Navidad. Tiempo Ordinario. Cuaresma. Si siempre han sido católicos, quizás se haya convertido en una costumbre, una música de fondo de los domingos. Si acuden habitualmente a la iglesia, tendrán este esquema anual que puede ayudarles a poner en orden, e incluso a transformar su vida.

Chene Heady, en un libro titulado Numbering My Days: How the Liturgical Calendar Rearranged My Life, quiere ayudar desde este punto de vista. Heady, que enseña en el Departamento de Inglés de la Longwood University de Virginia (EE.UU.), comparte un poco de su experiencia en esta entrevista.

¿De qué manera la liturgia es “nuestra historia universal”? ¿Qué significa a nivel práctico?

Muchos sociólogos e historiadores intelectuales sugieren que el rasgo distintivo del Occidente moderno es la pérdida de un sentido de significado compartido. En términos literarios, hemos perdido nuestro sentido de la historia.

La experiencia humana afecta a los modernos (a veces a mí también) como secuencia aleatoria e indeterminada de eventos privados de una forma significativa, y nuestra vida se muestra, en consecuencia, en los post discontinuos y fragmentarios de Facebook y Twitter. La historia ya no tiene una trayectoria conjunta, y el mundo ya no se da en términos que tengan un sentido humano.

Pero la Iglesia, que es más antigua y más amplia que el Occidente moderno, ofrece otra perspectiva. El cristianismo nos enseña que el universo tiene una historia de conjunto, que va desde la creación hasta el fin de los tiempos, y que esta historia puede ser encarnada en la vida de un individuo concreto: Jesús.

El calendario litúrgico, estructurado esencialmente en torno a la vida de Cristo y secundariamente en torno a la vida de sus seguidores, los santos, sirve para conectar nuestra vida cotidiana a esta historia. En términos prácticos, veré el mundo de manera distinta si en lugar de pensar que hoy es un miércoles cualquiera, sé que es el día de la conversión de san Pablo, y por tanto un reto a mi conversión interior.

Vivir el año litúrgico ¿es compatible con el matrimonio, los niños, todas las demás ocupaciones y la falta de tiempo?

En realidad, escribí mi libro para mostrar que vivir el año litúrgico es posible (y beneficioso) también para la gente estresada, distraída y espiritualmente en la media, como yo.

En el prólogo del libro, estoy en una cafetería con mi hija pasándole trozos de croissant y cantándole «En la casa de Pepito» para que no me distraiga mientras sorbo el café y preparo el trabajo. No es mi mejor momento, pero muchos lectores me dicen que esta escena describe exactamente su vida.

Si el año litúrgico es nuestra historia universal, entonces es para nosotros en todo momento, también cuando sentimos que no tenemos tiempo.

Y entonces, ¿cómo hacerlo?

Muchos de nosotros llevan vidas estructuradas alrededor de las exigencias del calendario laboral y responder a los mensajes que llenan la bandeja del correo electrónico. Estas exigencias constantes hacen que parezca imposible asumir una nueva práctica espiritual.

Si vives una vida así, te recomiendo que te inscribas para recibir las lecturas litúrgicas del día por e-mail. Puedes hacer de la reflexión litúrgica una parte de tu vida insertándola en las costumbres que ya tienes. Hacen falta diez minutos para leer y meditar las lecturas del día (escribirlas, como hice yo, requiere un poco más de tiempo). Si es necesario, el compromiso a nivel de cantidad de tiempo puede ser incluso marginal.

¿Cómo puede esto poner la vida en orden? 

Las lecturas cotidianas pueden poner en orden tu vida cuando las tratas no como curiosidades antiguas, sino como clave interpretativa de la jornada. Yo tomé la decisión consciente de actuar como si el calendario litúrgico, más que el reloj, fuese la unidad orgánica del tiempo.

He pensado que ya que Dios guía a la Iglesia y Dios es el autor del tiempo, yo me encontraba esas lecturas no por casualidad, sino exactamente cuando necesitaba escucharlas. Llevar a cabo este cambio de perspectiva y comprobar los resultados es contar los días.

San Francisco de Asís es el ejemplo perfecto. Tomó la lectura del Evangelio de día  –“Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres” (Mc 10, 21)– como una exhortación personal, y ya sabemos lo que pasó después.

Mi transformación ha sido menos dramáticas, pero también muy real. Sospecho que todo intento de yuxtaponer el calendario litúrgico y la propia vida cotidiana desafiaría de alguna manera las prioridades personales y haría cambiar algo la propia vida.

Usted lo define como entrar en el “tiempo divino”. ¿Qué le diría a una persona a la que esto le pueda parecer muy místico e impracticable?

Yo mismo no soy particularmente místico. De adolescente leí un poco de san Francisco y de Gerard Manley Hopkins y decidí ir a los bosques y entrar en comunión mística con Dios en la naturaleza. Tuve un ataque de asma y me volví en seguida, lo que fundamentalmente resume mi experiencia de misticismo.

Poner en práctica el calendario litúrgico es algo eminentemente práctico. Las personas son criaturas sociales, y nuestro ambiente social modela la manera como experimentamos el tiempo.

Como dije, la mayor parte de nosotros transcurre los días concentrándose en el trabajo (producción) y los fines de semana concentrándose en el placer (consumo). Si nos vemos como productores y consumidores más que como criaturas divinas, lo hacemos en parte porque es la manera como estructuramos nuestro tiempo. Nuestro reloj interior bate en base a este orden social particular.

Y entonces, si dejamos completamente de lado el misticismo, el tiempo tiene aún inevitablemente un significado amplio y social. No tenemos elección al respecto. Pero todos pertenecemos a múltiples mundos sociales, y podemos de alguna manera determinar cuál de estos estructurará plenamente nuestro tiempo y modelará nuestra experiencia.

Podemos decidir si nuestra vida será modelada por el calendario litúrgico o sólo por el de la oficina, por la historia de Cristo y de los santos o sólo por nuestras tareas. También en términos puramente psicológicos, debería ser obvio qué manera de experimentar el tiempo llevará seguramente a una vida más sana y más profunda.

¿Qué se hace con el Tiempo Ordinario?

Muchos católicos se preguntan qué hacer con el Tiempo Ordinario, que es tan largo y puede parecer aburrido. La idea del calendario litúrgico en su conjunto, sin embargo, es que cada día tiene un significado divino. Las semanas “insignificantes” del Tiempo Ordinario, como seguramente el Adviento y la Cuaresma, sirven para unir la Escritura con nuestra experiencia cotidiana.

Muchos de los textos de la Escritura para el Tiempo Ordinario –sobre todo los de san Pablo– analizan explícitamente los retos que afrontamos en el largo fluir de los días que componen gran parte de nuestro año, o en el maratón que constituye nuestra vida.

El Tiempo Ordinario me desafía a buscar un significado de gracia en los momentos más cotidianos, ordinarios e incluso tediosos de mi vida. He intentado poner atención en la presencia del significado en las cosas mundanas más que (como habría hecho antes) dormirme después de Pentecostés.

¿Qué consecuencias ha tenido esta aproximación a la vida basada en contar los días en base a la Escritura y a la relación con Cristo?

San Jerónimo sugería que conocemos a Cristo conociendo las Escrituras, porque ambas están unidas. Yo soy más bien hiperactivo y frenético, y esta aproximación a la vida me ha enseñado por primera vez los rudimentos de lo que los escritores llaman “recogimiento”.

“Sólo una cosa es necesaria”, dice Jesús, y no es una actividad cualquiera, sino pararse y escucharle (Lc 10, 42). Ahora intento pararme al menos un momento antes de hablar o de actuar, para preguntarme qué luz me han dado las lecturas del día sobre esta situación.

Y este pequeño recogimiento ha influido en la manera como hablaba y actuaba cuando, por ejemplo, no lograba arreglar la ducha o la vecina de la puerta de al lado dejaba el auto aparcado en el patio, o cuando mi hija escupía cosas por la nariz o una estudiante de la Facultad nos hablaba de su próxima expulsión. Cristo ha estado conmigo tanto en los momentos profundos como en el día a día.

Kathryn Jean Lopez, Aleteia 


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