lunes, 14 de diciembre de 2020

Cuatro cosas que conviene saber para dar confianza a los hijos

 


La confianza es clave para desarrollar la autoestima de niños y mayores. Como padres ayudar a nuestros hijos.

La confianza se construye a través de los vínculos que se tejen con los demás y a través de las experiencias que se viven. Estas cuatro ideas te ayudarán a infundir y dar confianza a los hijos. Y es que la confianza es una de las competencias más importantes de la educación.

La confianza anima

Cuántos padres y educadores piensan que, para animar a un niño, para estimularlo, hay que mostrarle sus fracasos, castigarle, reñirle… cuando lo único que se consigue con más frecuencia son problemas.

Toca hacer lo contrario. Cuando el pequeño se cae con sus primeros pasos conviene decirle un alegre “¡bravo!”, “¡tú puedes!”. Cuando el torpe rompe un plato puede ayudarle que reciba una sonrisa de agradecimiento por el servicio que pretendía prestar. Cuando tienes dificultades escolares hay que destacar el progreso hecho…

La confianza es contagiosa

Para que nuestros hijos tengan confianza en sí mismos, comencemos por tener confianza en nosotros y, sobre todo, en nuestra propia capacidad para ser buenos padres.

Cuando comparamos quienes querríamos ser con quienes somos en realidad, nos sentimos por debajo de todo. ¡Todos soñamos con ser padres perfectos! Pero los padres perfectos no existen y nuestros hijos no podrían tener mejores padres que nosotros, porque el Señor nos eligió a nosotros para serlo.

Y aunque Él conoce nuestros límites y nuestro pecado, conoce también mejor que cualquiera todos los talentos que tenemos y las gracias que nos son dadas para cumplir nuestra misión de educadores cristianos.

La confianza es una actitud exigente

La confianza es exigente tanto para quien la da como para quien disfruta de ella. Mostrar confianza en un niño no consiste en dejarle actuar de cualquier modo: “Haz lo que te parezca, yo me lavo las manos”.

Más bien, es establecer un pacto con él: “Espero algo de ti: sé que eres capaz de hacerlo y puedes contar conmigo para ayudarte”.

Esta doble certeza –puedo hacerlo bien y mis padres están a mi lado– es un poderoso motor que permite al niño progresar continuamente.

La confianza debe ser medida y progresiva.

Desde su nacimiento, el niño pequeño necesita sentir que tenemos confianza en él. ¡Pero no podemos otorgar la misma confianza a un bebé de pocos meses que a un adolescente de 15 años!

Si nuestra confianza no está adaptada a las posibilidades reales del niño, lo aplastará en vez de ayudarle a crecer. Juliette, de 12 años, es muy capaz de vigilar a sus hermanos y hermanas más pequeños; sin embargo, sus padres todavía no le confían esta responsabilidad de noche, porque saben que tiene un carácter ansioso.

Aunque la confianza puede obrar maravillas, el miedo a decepcionar puede generar catástrofes: tener demasiada confianza equivale a exigir demasiado. Si ponemos el listón demasiado alto, nuestros niños se negarán a saltar.

La confianza se da y se devuelve

La confianza no es un “todo o nada”. A un hijo que nos ha mentido gravemente, estamos tentados de decirle: “Ya no confiamos más en ti”. Habría que añadir: “Depende de ti recuperar nuestra confianza”. El capital confianza no es como una cuenta bancaria, es inagotable… ¡o debería serlo!

Cuando no podamos fiarnos de un niño con respecto a algún asunto (porque miente, porque es olvidadizo o torpe, porque no domina sus rabietas, etc.), pongamos en valor los ámbitos en los que sí podemos contar con él. Siempre hay alguno, incluso en el más difícil de los niños o el más rebelde de los adolescentes.

Establezcamos un clima de confianza alrededor de nuestros hijos. Necesitan que confiemos en ellos, pero también en quienes les rodean, quienes se ocupan de ellos en algún ámbito: docentes, catequistas, educadores, abuelos, tíos, amigos, etc.

Cierto, conviene estar atentos y no confiar a nuestros hijos a cualquiera; cierto, dar nuestra confianza –a los docentes, por ejemplo– no consiste en descargar sobre ellos toda la responsabilidad educativa. ¡Pero no pasemos todo por el tamiz de la sospecha! La vigilancia debe ir de la mano de la benevolencia. ¡Si no, los niños son los primeros en sufrir por ello!

Dios tiene confianza en nosotros: ¿lo sabemos lo suficiente? Si Él no nos hiciera capaces de hacer lo mejor, no nos lo pediría. Y este “mejor” consiste, primero, en dejarnos amar por Él, incondicionalmente, tal y como somos. Este “mejor” consiste en poner toda nuestra confianza en Él para todo y para siempre.

Christine Ponsard, Aleteia


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