lunes, 21 de diciembre de 2020

Por esto te conviene jugar con tus hijos, incluso adolescentes

 



Aunque tus ocupaciones te absorban o, sencillamente, no te guste mucho jugar, nunca es demasiado tarde para encontrar el gusto de divertirte con tus hijos. Dedicar tiempo a jugar con tus pequeños tiene muchos beneficios, tanto para hijos como para padres.

Hay algunos niños demasiado consentidos que ya no saben divertirse. Por su parte, los adultos han perdido también el gusto por jugar. Con la cercanía de la Navidad, el psiquiatra Patrice Huerre, autor del libro Place au jeu [“Hora de jugar”], nos invita a redescubrir las virtudes de los juegos compartidos en familia.

¿Cómo estableció usted el vínculo en sus consultas entre los adolescentes que sufren y la falta de juegos en su infancia?

El juego tiene una función de intermediario entre la realidad y nosotros. Las personas que no juegan son incapaces de poner distancia entre sí mismas y el mundo exterior, entre ellas y los demás. Tienen problemas para adaptarse a la realidad.

Miremos el ejemplo de un niño frustrado por no tener lo que quiere inmediatamente porque sus padres se lo niegan. Luego reproducirá la escena con sus muñecos o sus cochecitos para “saldar cuentas” con sus padres “crueles” sin que eso tenga consecuencias.

El niño o niña que no tenga esta aptitud no dejará de pensar en el tema y lo rumiará incapaz de superar esta contrariedad. De ahí que, con frecuencia, haya adolescentes que agredan verbalmente o incluso físicamente a sus padres cuando no se salen con la suya. Otros utilizarán la disputa y la violencia como únicas salidas para expresar su descontento.

Sucede lo mismo en el aprendizaje escolar. Un niño que no sabe jugar se sentirá herido por una mala nota. Al contrario, otro que haya sabido adaptarse comprenderá que eso sólo juzga sus resultados sin cuestionarlo personalmente. Conservará las ganas de aprender.

Para muchos padres, el placer, la flexibilidad y la fluidez no tienen ninguna cabida. Con buenas intenciones, estimulan a su hijo desde muy pequeños y lo cubren de juguetes. Pero le ayudarían mucho mejor divirtiéndose con él y dedicando su propio tiempo a jugar con él. La verdadera motivación para aprender es el placer.

Sin embargo, encuentro a niños desmotivados, cerrados sobre sí mismos, rechazando cualquier aprendizaje nuevo por sobredosis de estimulación parental. A menudo, aparentemente tienen un recorrido satisfactorio en la infancia. Pero al llegar a la secundaria, todo empeora. La ausencia de juego ha esterilizado sus ganas de pensar.

Habla usted del placer de aprender. ¿Los juegos educativos permiten descubrir este placer?

Sí, pero nunca reemplazarán un mundo imaginario creado entre dos o tres a partir de unos pedazos de cuerda y de cartón, unos momentos de compartir y de crear sin objetivo preciso. En el juego, todos los participantes hablan. Todos aportan de sí mismos a una creación común. Y además, esos momentos de compartir son una fuente de placer.

¿Cuáles son las virtudes del juego?

Aparte del hecho de estimular la creatividad y la curiosidad, el juego tiene una función de socialización. Enseña la manera apropiada de vivir con los demás, sin evadirse, sin pegarse.

Permite también adquirir competencias que preparan para la vida adulta. El niño es entonces como el polluelo que aprende a hacer su nido mirando a sus padres. Así, el niño o la niña juegan a “hacer como si”.

El juego es también una cierta forma de conocerse. Observe la buena química que hay entre unos niños que han jugado juntos. ¡Diez minutos antes se miraban con ojos de recelo!

Además, el juego da derecho al error permitiendo remodelar situaciones hasta el infinito, inventar nuevas peripecias al antojo de su sensibilidad, de su humor o los del otro. No hay nada fijo: la niña que hacía de maestra ayer será alumna mañana, el malvado ogro se transformará en rey y se casará con la princesa.

Pero si, al contrario, el reparto de roles es siempre el mismo, si un niño parece encerrarse en un esquema (el de víctima, por ejemplo), los padres deben intervenir, hablar de esta situación con el niño y, si quiere salir de ahí, ofrecerle los medios.

Por último, en la edad adulta, el juego confiere una capacidad para regular mejor los impulsos agresivos, evitando al mismo tiempo el repliegue sobre uno mismo.

El niño que se divierte inventa espacios intermediarios; del mismo modo, el adulto encontrará placer y comodidad en objetos como la música, la contemplación de un cuadro, de una obra de teatro, etc. ¡Los objetos culturales son como los “juguetes” de los adultos!

¿Es necesario que haya varios para jugar?

Para divertirse uno solo es necesario haber descubierto las alegrías de la diversión entre varios. Los padres abren las puertas del juego cuando los niños son muy pequeños. La madre atrapa las manos de su bebé, hace ruiditos, etc. El niño mismo descubre su boca, sus manos, sus pies.

A partir de los 6 meses, el objeto (sonajero, oso de peluche, bola de tela) se convierte en una fuente de placer que le permite lograr otras satisfacciones (alimento, mimos, palabras). Este objeto le sirve más o menos de sustituto. Más tarde, los juegos se prosiguen y se perfeccionan.

Todas las situaciones permiten divertirse: la preparación de un plato en la cocina, el momento del baño, unas cajas tiradas en un pasillo… Aparece también muy rápido el uso de sonidos, palabras e ideas (el humor). Además, todo lo que los padres o adultos transmiten en este sentido motivan al niño.

¿El adolescente es aún capaz de jugar?

El adolescente no está muy disponible, preocupado por los cambios corporales que se producen y bloqueado a veces por una inmadurez afectiva. Su falta de seguridad interior hace que los juegos gratuitos le resulten difíciles, ya que exigen un mínimo de flexibilidad. No hay más que ver con qué facilidad estallan las peleas y los conflictos porque todo se toma al pie de la letra.

Los padres no están en la mejor posición para proponer actividades lúdicas. Los adultos externos a menudo tienen más éxito. Pero esto no es motivo para que los padres renuncien.

Corremos el riesgo de que nos manden a freír espárragos, pero tenemos que proponer juegos, de lo contrario, el adolescente se sentirá abandonado. Idealmente, los padres deberían encontrar actividades que permitan intercambio y comunicación, como el deporte o las escapadas culturales.

¿Existen niños que no juegan?

Sí, por desgracia, ya sea porque nadie se lo ha propuesto nunca o porque sufren alguna patología. Todo niño tiene una potencialidad para jugar que exige ser desarrollada.

Los padres deben aceptar también que el niño fantasee o no haga nada. No es tiempo perdido. Sumergido en su universo interior, el niño juega con sus pensamientos, con escenarios elaborados.

Es muy activo. La alternancia de momentos tranquilos y de acción es necesaria y beneficiosa: ¡nuestra vida no va en flujo tenso como en la industria automovilística!

¿Cuántos adultos no soportan estar solos y se rellenan el vacío de todo tipo de actividades y ruidos (televisión, música…)? La inacción les angustia, una resurgencia probable de una falta de seguridad en la infancia.

¿Cómo puede encontrar el adulto el gusto por jugar cuando lo absorben sus ocupaciones o si, sencillamente, no le gusta jugar en absoluto?

Si para un padre o una madre muy ocupado y estresado jugar es un tormento, más vale abstenerse. ¡El niño sentiría entonces esos eventuales juegos como algo aburrido! Pero existen muchas oportunidades para jugar. Por ejemplo, divertirse respondiendo juntos la pregunta “¿por qué es azul el cielo?” o incluso organizar durante un paseo por el bosque una búsqueda del tesoro.

Que empiecen por identificar lo que les divierte. ¿Les gusta la literatura? ¡Cuenten cuentos, invéntenlos juntos! ¿Son unos cocinillas? Que prueben a hacer recetas a cuatro manos.

No importa la extensión, lo que hay que cuidar es la calidad del acercamiento. Esos momentos aportan alegría compartida y recuerdos enriquecedores. ¡Mire, por ejemplo, hasta qué punto nos marca el primer plato de cocina que hacemos con nuestra madre o abuela que lo recordamos y deseamos transmitirlo al niño!

El videojuego, que ofrece al niño un mundo ya constituido, ¿puede frenar su imaginación y su capacidad para jugar?

El problema que plantean la tele, los videojuegos y cualquier otro juguete es el uso que se haga de ellos. ¿Qué relación mantiene el niño con estos artículos? Para saberlo, animo a los padres a acercarse a ver de qué tratan. Que conozcan sus videojuegos y programas de televisión, así podrán regular mejor su uso.

Algunos padres dejan a su hijo leer cinco horas al día. Aunque la lectura es preciosa, es indicio de una ruptura con la realidad, incluso de una adicción. Pero en cuanto el pequeño pasa media hora delante del ordenador, se rebelan.

Si pasara cada vez más tiempo, si no pudiera dejarlo sin un berrinche, si se replegara sobre sí mismo, entonces sería preocupante. Pero si el uso se mantiene moderado, ¿por qué privarse de esta tecnología?

¿Hay juegos buenos y malos?

Salvo los juegos amorales o los que hacen un elogio explícito de la violencia o el sadismo, no veo juegos malos. Señalo de pasada la asombrosa capacidad de los niños para convertir cualquier objeto en un juguete, cualquier lugar en un patio de recreo. En cuanto a los juegos muy sofisticados, el niño a menudo los usa una vez y luego los abandona en un rincón.

Entonces, para Navidad, ¿es usted más partidario del minimalismo?

Los juguetes son útiles cuando facilitan el establecimiento de relaciones de juego. Qué frustración para el niño escuchar responder a una petición de juego: “¡No tengo tiempo!”.

La presión actual conduce a los padres a buscar recetas psicológicas, soluciones complicadas, cuando tienen al alcance de la mano un medio muy simple de mimar a sus hijos: su presencia y el tiempo que les dedican.

Bénédicte de Saint-Germain, Edifa Aleteia

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