
Aveces podemos pensar falsamente que no somos nada especial y que no tenemos nada que ofrecer al mundo. Esto a menudo puede llevarnos a tener sentimientos de envidia o celos hacia otras personas, deseando lo que tienen porque pensamos que Dios les ha dado algo especial que nosotros no tenemos. Si bien es cierto que Dios da a cada persona algo único, necesitamos dar un paso atrás y reconocer los dones especiales que el Espíritu Santo nos ha dado.
Los dones del Espíritu Santo
Dios tiene un plan específico para cada uno de nosotros y nos ha dado dones únicos que solo nosotros poseemos.
El documento del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, destaca esta enseñanza básica de la Iglesia católica:
"No solo mediante los sacramentos y los ministerios de la Iglesia, el Espíritu Santo santifica y guía al pueblo de Dios y lo enriquece con virtudes, sino que, 'distribuyendo sus dones a cada uno según quiere, reparte gracias especiales entre los fieles de todo rango'".
Especialmente como laicos, podemos pensar que no somos "especiales" o incluso "favorecidos" por Dios. Miramos a todos los sacerdotes y religiosos del mundo y pensamos que Dios les da más dones que a nosotros.
Lo que tenemos que reconocer es que el Espíritu Santo no dispensa dones según el "rango", sino según la vocación única de cada persona, como explica Lumen Gentium:
"Por medio de estos dones, Él los hace aptos y preparados para desempeñar las diversas tareas y oficios que contribuyen a la renovación y edificación de la Iglesia, según las palabras del Apóstol: "La manifestación del Espíritu se da a cada uno para provecho".
A menudo, estos dones se llaman "carismas", que es la palabra griega utilizada en el Nuevo Testamento para "favor" o "don gratuito". Cada uno de nosotros tiene un carisma (o múltiples carismas) que el Espíritu Santo nos da para que podamos llevar luz al mundo.
Depende de nosotros recibir ese don con un corazón alegre y utilizarlo para el mayor bien del mundo:
"Estos carismas, ya sean los más sobresalientes o los más sencillos y ampliamente difundidos, han de ser acogidos con acción de gracias y consuelo, porque son perfectamente adecuados y útiles para las necesidades de la Iglesia".
Dios te ama y te ha dado un don especial que solo tú puedes utilizar. Tenemos que discernir ese don y alegrarnos de que Dios nos haya mirado con buenos ojos.
Philip Kosloski, Aleteia
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