En 1995, en Massachusetts, nacieron dos pequeñas guerreras: Brielle y Kyrie Jackson. Gemelas, prematuras, llegaron al mundo 12 semanas antes de lo previsto. Pesaban apenas un kilo cada una, y su pronóstico era incierto. Durante sus primeras semanas, permanecieron en incubadoras separadas, como dictaba el protocolo médico de la época.
Pero a los 21 días de nacidas, Brielle empeoró bruscamente. Su ritmo cardíaco se disparó. El nivel de oxígeno cayó en picada. Su piel comenzó a tornarse azul. El equipo médico lo intentó todo… sin éxito. La pequeña Brielle estaba al borde de la muerte.
Entonces, la enfermera Gale Kasparian hizo algo impensado: decidió colocar a las gemelas en la misma incubadora. Era algo que nunca se había hecho antes en Estados Unidos. Las normas lo prohibían, por temor a infecciones cruzadas. Pero Gale siguió su instinto.
En cuanto estuvieron juntas, ocurrió lo inesperado: Kyrie, la más fuerte, estiró su brazo y abrazó a su hermana. Brielle se acurrucó. Y entonces… su respiración se estabilizó. Su ritmo cardíaco disminuyó. El color volvió a su piel.
Los médicos no podían creerlo.
Ese gesto —simple, natural, profundamente humano— salvó una vida. Las enfermeras lo llamaron el abrazo salvador. A partir de ese momento, el contacto piel con piel entre gemelos prematuros empezó a ser reconsiderado como una herramienta médica vital.
Y así, entre cables, máquinas y alarmas… un abrazo escribió una nueva página en la historia de la medicina.
De la red
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