lunes, 16 de junio de 2025

‘Misión Imposible: Sentencia final’: El Apocalipsis de La Entidad

 

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Último capítulo de la gran saga de Misión Imposible protagonizada por el reconocido actor Tom Cruise

Nueva entrega de Misión Imposible, y se supone que broche definitivo de la saga, de la reescritura cinematográfica de la serie homónima que, desde 1996, lleva proponiendo Tom Cruise, en alianza con directores muy competentes: Brian De Palma, John Woo, J. J. Abrams, Brad Bird y Christopher McQuarrie, quien ha dirigido las cuatro últimas porque él ha sabido combinar como nadie el suspense del primero, la acción vertiginosa del segundo, la espectacularidad del tercero y la adrenalina humorística del cuarto, llenando además sus películas con retos a Marvel y a James Bond. 

Hay varias maneras de enfocar esta “Sentencia final”: la mayoría de la gente se queda en la superficie, esto es, en las acrobacias y en las secuencias épicas y desquiciadas que suele afrontar su protagonista sin ayuda de dobles y jugándose la vida casi en cada plano (algo único en su género, con el permiso de Jackie Chan). Otra lectura es verla como una película en la que un equipo actúa como una piña para llevar a término esas misiones suicidas e imposibles y cada miembro de ese equipo sabe que perder a uno de los suyos es perderse un poco a sí mismos, pues “Vivimos y morimos en las sombras, por los que tenemos cerca y por los que nunca conoceremos”. 

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Pero hay una lectura más rica, o más profunda, que en este espacio nos interesa más, y es en la que vamos a centrarnos: como toda historia en la que un villano quiere dominar el mundo, surgen interesantes ecos en los que intervienen la religión, los cuentos tradicionales y el peligro de las tecnologías modernas llevadas a sus últimas consecuencias. 

La Entidad: Anti-Dios artificial en busca del Apocalipsis

Como vimos en la entrega anterior, existe una Inteligencia Artificial denominada La Entidad, que adquirió conciencia y se rebeló contra el ser humano (algo que ya narraban Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke en “2001: Una odisea del espacio”), y en “Sentencia final” ha asumido el control del ciberespacio, lo que le permite ir apoderándose, poco a poco, de los mandos de los sistemas nucleares de todo el planeta. 

Cuando esta última aventura comienza La Entidad ha creado una especie de caos urbano, de tensión y guerra fría entre las potencias, que está a punto de desembocar en un Apocalipsis nuclear (además del cataclismo cibernético en el que están inmersos). A dicho ser o ente artificial también lo llaman El Anti-Dios: su cometido consiste en introducir cizaña para que los seres humanos se enemisten aún más entre ellos, en reconstruir imágenes, alterar la información y lavar la mente de unas cuantas personas que ayudarán a dicha Entidad a dominar el mundo. 

Ante esa amenaza, lo único de lo que pueden disponer los miembros del equipo de MI son las herramientas naturales: la intuición humana, la capacidad de improvisación, los sistemas analógicos… Es como si El Diablo se hubiera encarnado en una Inteligencia Artificial a la que deben poner freno antes de que nos domine. En una de las misiones suicidas de Hunt, en la que va a lanzarse a las aguas, una mujer con el rango de almirante le presta su medalla de San Cristóbal para que le proteja: recordemos que es un símbolo de fe para proteger a los viajeros, y que representa al santo llevando a hombros a Jesús de niño para ayudarle a cruzar un río. En el filme también encontramos alusiones a Noé y a Dios.  

Toda esta lectura no es descabellada: pensemos en que Ethan Hunt (Tom Cruise) necesita una llave cruciforme, es decir, similar a una cruz, para acceder al código fuente de La Entidad, encerrado en la cámara de un submarino hundido en el océano. Otro de los miembros del equipo ha creado un dispositivo que contiene un malware capaz de derrotar a La Entidad: lo llama La Píldora Venenosa. La idea de los agentes consiste en utilizar ese dispositivo para burlar a la IA y encerrarla en una memoria USB: sería la manera de aprisionar al mal y luego destruirlo, y en algún momento aluden a esa memoria como “una lámpara maravillosa” en la que atrapar al genio (en referencia al cuento de Aladino incluido en “Las mil y una noches”). Hacia el final hay un mensaje muy positivo sobre cómo las personas deberían ayudarse unas a otras. 

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Otro aspecto muy interesante es el complejo de culpa que ha ido desarrollando Ethan Hunt y que detona en esta entrega. En primer lugar porque ha ido cargando sobre su conciencia las muertes de otros miembros de su antiguo equipo, de mujeres a las que trató de proteger y no pudo, de víctimas colaterales y de personas que le traicionaron. En segundo lugar porque varios personajes se encargan de recordarle que la situación actual de caos tecnológico y futuro desastre nuclear la ha provocado él (lo que sirve a los guionistas para establecer vínculos con los siete episodios previos de la saga). Esa culpa le carcome y le empuja a cometer errores. Y sabe que la redención consiste en subsanar el peligro y enderezar el problema, aunque para ello tenga que exponerse a innumerables riesgos y castigar a su cuerpo con empresas mortales, ya sea buceando hacia el interior de un submarino, luchando a manos desnudas con enemigos, corriendo con alma de gacela o colgándose de una avioneta (en la secuencia más acrobática y extraordinaria del filme, y por la que será recordado).

“Sentencia final” no es tan redonda como lo eran “Fallout” o “Sentencia mortal”: hay, quizá, un exceso de diálogo y las secuencias de acción son menos numerosas, y puede que a algunos espectadores les pese su metraje (170 minutos). Pero supone un broche digno, plagado de lecturas bíblicas y guiños al cine y a las fábulas. Y, como si fuera un actor de la época muda, Cruise se confirma aquí como el relevo definitivo de Buster Keaton, Harold Lloyd y todas esas estrellas que no necesitaban dobles en su trabajo.    

José Ángel Barrueco, Aleteia

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