Pueden pasar muchas cosas en torno a una mesa. Comer en familia permite conocerse y quererse más.
La comida es una ocasión para conversar, para conocerse más, para sincerarse, para divertirse, para reflexionar… En resumen, ¡pueden pasar muchas cosas en torno a una mesa! Aquí dispones de algunos consejos para comer en familia y hacer de las comidas un momento único de comunión familiar.
Con los horarios abarrotados de unos y de otros, con padres y madres que suelen volver tarde a casa y con los distintos hábitos alimenticios, el disfrute de la comida en familia queda tocado del ala cuando crecen los niños. Y, una vez en la mesa, algunos tienen dificultades para estar del todo presentes (debido a los móviles), cuando la educación para unos buenos modales en la mesa no recalca el saber escuchar y compartir.
Tampoco pintemos las comidas familiares como un cuadro idílico: “A veces, se tensa bastante cuando los ánimos no están muy altos”, confirma Agnès, madre de cinco hijos. Pero admitamos que se pasan buenos momentos.
La comida es la pequeña fiesta diaria donde nos reunimos en torno a la misma mesa para alimentarnos y encontrarnos en el saber compartir y disfrutar.
Así que no hay que despacharla lo más rápido posible bajo el pretexto de que hay que hacer cosas más importantes o más espirituales. Es un acontecimiento comunitario importante que debe ser bien preparado y plenamente vivido.
El mejor recuerdo de comida familiar de Étienne, de 25 años, sigue siendo una cena en casa de sus abuelos después de una jornada al aire libre. “El menú inmutable (sopa, jamón, ensalada, arroz con leche, compota) me encantaba.
Teníamos hambre, nos colocamos en torno a una gran mesa, un tío nos cautivaba con sus historias, todo el mundo estaba relajado”.
La comida halaga los sentidos y contribuye a la alegría. Es el combustible del organismo. Pero es mucho más que eso.
Comer en familia, cimiento del hogar
Detrás de los platos bien servidos se encuentran las personas que los han preparado. Para los monjes, cocinar está considerado incluso como un acto de caridad fraternal. “Todos los cocineros y cocineras monásticos que he conocido ponen mucho amor en su cocina”, señala François Lespes, director del programa mensual de la cadena de televisión KTO La Cuisine des monastères.
“Con el tiempo, conocen los gustos de sus hermanos y hermanas. La caridad se manifiesta en la elección de las recetas, de la condimentación, velando por que cada uno pueda comer alguna cosa que le guste, cuidando así de su salud”.
A pesar del carácter repetitivo de su tarea, los cocineros familiares están también llamados a servirse de las comidas como una oportunidad de manifestar su amor y de entregarse.
Por su parte, los comensales están invitados a reconocer su labor, a dar gracias por el cocinero o cocinera y por los dones del Creador. Una bendición de la mesa, un halago, una sonrisa y unas gracias dan una tonalidad diferente a las comidas cotidianas.
Es importante reconocer estos dones humildes y concretos de los demás y saber agradecérselos.
“Para que una comida sea un éxito, es necesario que los alimentos sean abundantes y de calidad. No se trata en ningún caso de llenar la barriga, pero sí hay que quedar saciado y no simplemente de comer. Los alimentos están ahí para facilitar el encuentro y la comunión”, explica el hermano Patrick-Marie.
Preciosos momentos juntos
De hecho, la comida es a menudo, junto con las vacaciones, la única ocasión que tiene la familia de reunirse, de hablar y de pasar tiempo unida. “Cimienta la vida familiar. Es entonces cuando los hermanos y hermanas se hablan, aprenden lo que hacen los demás. Esos momentos son preciosos, hay felicidad por estar juntos”, constata Stéphanie Schwartzbrod, actriz y autora del libro de cocina La Cuisine de l’exil (ed. Actes Sud).
En casa de Thibault, padre de cuatro chicos de entre 16 y 23 años, “las comidas son el momento en que nos decimos las cosas, en que abordamos tanto las cuestiones de agenda como temas más profundos, en que conversamos y a veces discutimos. Intentamos entrenar a nuestros hijos para que digan aquello que piensan de verdad sobre el mundo”.
Reglas para la comida familiar
Concretamente, ¿cómo hacer para que la comida sea de verdad familiar?
Primero, planificando ese tiempo en que todos los que estén en casa estarán presentes al mismo tiempo. “Tenemos una tablón mensual en el que cada uno señala si está en casa o no”, explica Thibault.
Ritualizar la comida estructura a la familia y a las personas:
“La comida es ese momento en el que nos detenemos, en que retomamos el contacto con esta realidad que es el encuentro familiar y que da sentido a muchas de nuestras actividades”, señala el hermano Patrick-Marie.
Luego, haciendo que cada uno encuentre su lugar. Para Agnès, que tiene cinco hijos pequeños, se trata de “dejar espacio a todos, preguntarles sobre sus días o sobre sus últimas actividades, pero también de hacer que los beligerantes habituales no riñan (ni molesten).
Es también la oportunidad de transmitir el saber vivir y el saber estar, de explicar por qué se hacen tales o cuales cosas, en la mesa y más en general en la sociedad”.
Relación de hermanos
Con perspectiva, François, de 23 años, señala que “las comidas pueden ser también ansiogénicas para quienes no tienen confianza en sí mismos: es el momento en que pueden ser comparados con sus hermanos y hermanas”. Corresponde a los adultos velar por que cada uno pueda expresarse y ser escuchado con benevolencia.
Un conjunto de reglas bien entendidas permite también facilitar los encuentros.
“El tema espinoso es el móvil: en nuestra casa, debe estar en modo silencio durante toda la comida. Es tan duro para los niños como para mí”, constata Thibault. Para los más pequeños, aprender a estar en la mesa, a ser pacientes, a escuchar, les dispone a recibir bien a la vez los alimentos y las conversaciones.
Es importante que, durante una comida, cada uno pueda encontrar a los demás, aunque sea a través de un simple gesto. La apertura del corazón se practica a través de la atención a los demás. Para desarrollar esta cualidad, Agnès ha instituido las comidas “ángel de la guarda”: cada uno extrae un papel con el nombre de una persona de la que debe ocuparse secretamente durante la comida.
A cualquier edad, la comida compartida es una oportunidad de dar y, por tanto, una fuente de alegría. Ya solo queda pasar a la mesa.
Bénédicte de Saint-Germain, Edifa Aleteia
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