¿Cómo creer en la buena noticia si los cristianos están más preocupados por el contenido de sus platos que por la suerte de su prójimo?
La fiesta de Navidad ha sido tan aprovechada por un mundo sin Dios que un número creciente de nuestros contemporáneos ha olvidado hasta su origen.
A veces el portal de Belén dice más o menos algo, pero no se sabe que ese niñito acostado en un simple pesebre ha venido para aportar el amor y la alegría que buscamos desesperadamente.
“¡Estoy deseando que termine la Navidad!”, confiesa Dany, de dieciocho años. “Ya no somos niños pequeños. Se acabó lo de Papá Noel y todo eso, así que, ¿qué más hay que pase en Navidad? Comemos demasiado, dormimos mal y, ocho días después, vuelta a empezar”.
En vez de aportarle esperanza, el tiempo de la Navidad es para Dany –y para tantos otros– una ocasión en la que sentir con más pesadez el vacío de una existencia sin ideal, el peso de la soledad, la amargura frente a la falta de dinero, la aversión a uno mismo y a los demás.
Una visión alternativa de la Navidad
No podemos resignarnos ante la apropiación materialista de la fiesta de la Navidad. Si no, Dany y sus semejantes terminarán por desesperar totalmente.
Los cristianos somos responsables de nuestros hermanos, somos responsables del Evangelio que el Señor nos ha confiado: debemos evangelizar. No es algo facultativo, es un deber. Y especialmente en este tiempo de Adviento.
Dios envió ángeles a los pastores para decirles que el Salvador había nacido. Hoy, Él nos envía a nosotros.
Yo los envío como a ovejas en medio de lobos (Mt 10,16)
Jesús nos lo advirtió. Así que no nos sorprendamos cuando seamos incomprendidos, burlados o despreciados. No nos inquietemos ante los obstáculos que surjan para desanimar nuestro celo evangelizador.
En cierto modo, es más bien una buena señal: el Maligno detesta particularmente la alegría e intenta por todos los medios impedirnos extenderla.
¡Evangelizar nunca fue fácil! Pero si el Señor nos lo pide, Él nos dará los medios para ello. Confiemos en Él.
Anunciar la alegría de la Navidad es, primero, vivirla y compartirla
¿Cómo podría el mundo creer en la Buena Nueva de la Navidad si los cristianos, como los demás, están enredados en sus inquietudes, obcecados en la carrera del dinero y de los bienes materiales, más preocupados por el contenido de sus platos que por la suerte de su prójimo?
Durante este tiempo de Adviento, preguntémonos cuál es, para nosotros, el sentido de la fiesta de Navidad. ¿Dónde está lo esencial? ¿Qué es lo que este esencial cambia o debería cambiar en nuestras vidas?
Estas semanas que preceden a la Navidad se nos presentan como una oportunidad de conversión. Si no entramos más en el misterio de la Navidad, no podremos evangelizar.
Acciones concretas
A cada familia le corresponde encontrar su modo: invitar a una o varias personas aisladas, organizar un tentempié parroquial de chocolate caliente y dulces a la salida de la misa de medianoche, servir la cena a personas ancianas, llamar a nuestros padres, abuelos o amigos lejanos (una llamada de teléfono puede ser un precioso regalo de Navidad), fabricar con los niños tarjetas de Navidad o regalos pequeños (pasteles, trufas de chocolate, estrellas plateadas, etc.) que irán a ofrecer a los vecinos o a algún anciano o anciana que viva sola.
Los primeros a quienes anunciar: nuestros hijos
Anunciar la alegría de la Navidad es recordar también, en todo momento, que Dios se hizo hombre para salvarnos del mal y de la muerte, que Papá Noel no es más que un personaje de leyenda, mientras que Jesús existió de verdad, que está vivo hoy, que la historia de la Navidad no es una bonita leyenda pasada sino una Buena Nueva siempre actual.
Es un comerciante que expone en su vitrina el belén realizado por los niños de la catequesis; también un padre de familia que propone montar un belén viviente para el árbol de Navidad de su empresa.
Es Clara que, desde sus seis años, responde a un comerciante que le pregunta qué le va a traer Papá Noel: “No existe. El que existe es Jesús”.
Y Marcos quien, en medio de un grupo de estudiantes hablando sobre la Navidad con decepción, se atreve a manifestar la dicha que le traen las navidades en familia.
Auténticas Navidades
Si Marcos encontró las palabras apropiadas para anunciar la alegría navideña, si mantuvo ante esta fiesta la fascinación de su infancia, es que ha vivido en su familia unas navidades auténticas, centradas en lo esencial, donde la alegría no venía ni de la suntuosidad de los regalos, a menudo modestos, ni de la abundancia de la cena, ni de la espera de Papá Noel o los Reyes Magos.
Los primeros a los que tenemos que anunciar la alegría de la Navidad son nuestros hijos: preparemos para ellos y con ellos una bellísima fiesta de Navidad para que descubran, a través de las pequeñas alegrías humanas, la alegría de Dios.
Por Christine Ponsard, Edifa Aleteia
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