¿Eres un gruñón profesional pero ese mal hábito os cansa a ti y a tus allegados?
¿Y si pudieras deshacerte de él en 21 días?
¿Y si pudieras deshacerte de él en 21 días?
“No aguanto más este desorden”, “¿Sabes hace cuánto que debías haber entregado ese trabajo?”, “¡Pero qué he hecho yo para merecer esto!”, “Estoy a-go-ta-da”, “¡¿Por qué es tan lento este ordenador?!”… El tiempo, el trabajo, los niños, la parea… Hay muchísimas razones por las que quejarse durante un día, incluso durante el confinamiento. Pero, ¿y si cambiaras un poco de disco? ¿Y si abandonaras definitivamente este mal –y estéril– hábito de quejarte que envenena tu vida y la de las personas que te rodean?
Una pulsera para motivarse
En el libro Deja de refunfuñar, la asesora familiar Christine Lewicki ofrece los secretos de un método sencillo del cual ella misma ha comprobado su eficacia para dejar de quejarse en 21 días. Esta madre de tres hijos confiesa que se embarcó en el desafío una noche de desánimo: “Estaba derrumbada en mi cama pensando que mi día había sido un auténtico asco. Y luego comprendí que había sido un día normal y corriente de mi vida ¡y que todavía me quedaban unos cuantos parecidos por vivir! Tomé consciencia de que debía encontrar un medio para no sufrir en mi día a día y que si quería una vida más agradable, yo tenía que cambiar. Reflexionando sobre esto, me di cuenta de que lo que me minaba eran todos esos momentos en los que más me quejaba”.
“Quejarse es culpar a otro por hacernos sufrir una situación frustrante”, explica la especialista. “Dejar de refunfuñar es decidir dejar de desempeñar el papel de víctima y, por tanto, de retomar las riendas de la vida”. ¿Por qué veintiún días? Porque los investigadores estadounidenses coinciden en este hecho: nuestro cerebro necesita veintiún días para deshacerse de un hábito y reemplazarlo con otro. Pero cuidado, deben ser veintiún días consecutivos, domingos inclusive, y sin ninguna recaída. Para motivarse, Christine Lewicki sugiere llevar una pulsera que debe permanecer puesta en la misma muñeca durante toda la cura de desintoxicación. Al menor gruñido, la pulsera cambia de brazo y el contador vuelve a cero.
¡Es hora de un lifting conductual!
Para empezar, elabora una lista con tus quejas habituales. Pregúntate luego si no tienes tendencia a exagerar los hechos para que te escuchen mejor o para que te compadezcan. “Ya no puedo más”, “Siempre soy yo quien se ocupa de todo”… A fuerza de repetir estas pequeñas frases, terminamos por convencernos de su veracidad. “Cuando nos quejamos, dejamos que nuestras ideas negativas tomen vida. Penetran a través de nuestras quejas en nuestras conversaciones, en nuestras relaciones, en nuestra vida diaria… y poco a poco se convierten en nuestra vida, nuestra identidad. ¡Terminamos incluso por creerlas!”, advierte la coach. Primera solución: dejar de dramatizar y encuentra la palabra precisa para describir una situación.
Luego estudia un poco más de cerca tu famosa lista. Te darás cuenta de que algunos motivos por los que te quejas pueden suprimirse simplemente. Para ello basta con un poco de voluntad y de organización. Es muy fácil, por ejemplo, terminar con el clásico “No tardéis en venir a la mesa, que la comida está lista”, si invitas a todos los miembros de la familia a venir un cuarto de hora antes del comienzo de la comida. Reuniones, deberes escolares de los niños, comidas… Es importante anticipar las cosas para que no te pillen de improviso en el último momento.
¿Y si escogieras la felicidad?
Segunda resolución: evitar entrar en situación de “plomos fundidos”. Analizando más en profundidad ese reflejo de quejarse frente a una contrariedad, Christine Lewiciki observa también que tenemos tendencia a valorar que todo iría mejor si nuestro entorno cambiara; que la vida sería más bella sin todas las imposiciones cotidianas. Sin embargo, “nuestra felicidad depende de nosotros y no de las circunstancias externas. Viene de la manera en que vemos las pequeñas cosas del día a día”, afirma la especialista. Es la historia del vaso medio vacío o medio lleno: elegir ver una cosa más que la otra es una cuestión de voluntad.
Santa Teresa de Lisieux lo explicó estupendamente: “La única felicidad que hay en la tierra es esforzarnos por encontrar siempre deliciosa la porción que Jesús nos ofrece”. Según especialistas estadounidenses, esta capacidad para la felicidad no sería más difícil de aprender que jugar al tenis o tocar un instrumento de música. Así que, tercera resolución: escoger voluntariamente la felicidad.
Celebra, agradece, da gracias, en vez de quejarte
Vale, pero cuando uno es adicto a quejarse, ¿no se arriesga a experimentar síndrome de abstinencia? ¿No existe un parche antidesagrado o un cigarrillo electrónico con sabor a indignación? “Quienes han intentado la aventura de dejar de quejarse se dan cuenta rápidamente que, de repente, hay mucho más espacio blanco en su conversación”, subraya Christine Lewicki. Sin embargo, es por todos sabido que la naturaleza siente horror al vacío. “Así que es importante reemplazar las palabras de queja por palabras de celebración”, concluye rotundamente la asesora. Celebrar, agradecer, dar gracias por lo que tenemos la suerte de poseer. ¿No es eso al final lo que podríamos llamar “la melodía de la felicidad”?
Élisabeth Caillemer, Edifa - Aleteia
No hay comentarios:
Publicar un comentario