Fuera de nuestras casas la situación mundial es dramática. Son momentos muy duros pero, al mismo tiempo, son muchos los que viven estos días de confinamiento
como una oportunidad para disfrutar de lo más importante que tenemos: la familia.
como una oportunidad para disfrutar de lo más importante que tenemos: la familia.
Plantea la pregunta en tu entorno: los recuerdos de la infancia más alegres son los momentos sencillos vividos en familia, ¿verdad? No hacen falta gastos lujosos. Un juego de mesa, un pícnic improvisado en el salón, una película que ver en familia hasta entrada la noche…
¿Cuáles pueden ser las raíces profundas de esta alegría tan sencilla? No están en la búsqueda del placer o la emoción. La alegría no depende de las circunstancias exteriores ni de un carácter más optimista. Si creemos lo que dice san Pablo (Gal 5,22), la verdadera alegría se recibe de Dios y de los demás, es un fruto del Espíritu. Brota de nuestra relación de amor con Dios y refleja nuestra unidad interior.
Intentar vivir la alegría en familia en un contexto tan sombrío como el actual supone un reto y puede incluso parecer un tanto inconsciente o inocente. Sin embargo, es un mandamiento bíblico. “Estén siempre alegres. Oren sin cesar” (1 Te 5,16-17). No hay ningún misterio: si queremos una familia alegre, nos basta con rezar. Constantemente. Pero, ¿cómo aplicamos esto en lo concreto del día a día?
Las pequeñas cosas que ayudan a conservar la alegría diaria
Rezar no exime de estar atentos al ritmo familiar. Hay que atender las disposiciones humanas para hacer venir la alegría. Eso exige dedicar tiempo. Dedicar una hora para hacer un pastel con los niños o construir una torre de Lego con los pequeños, pararse con uno o con otro para escuchar lo que tenga que decir, trae gozo a quien se beneficia de ello.
Depende de los padres prever los momentos donde pueda brotar esta alegría y preparar el terreno donde germine. “Conviene anticiparse y reservar días o tardes para perder el tiempo juntos, sin esperar a que lleguen las ganas”, señala Priscille, madre de familia.
Celebrar los acontecimientos importantes es también un medio concreto de dar encanto a la vida cotidiana. Cualquier celebración vale: cumpleaños, festivos, progresos, éxitos por pequeños que sean, y con una pequeña puesta en escena que subraye el carácter excepcional del día.
Si, a pesar de todo, la moral de la tropa está a media asta, las comidas son lúgubres, la tensión es palpable y la tristeza parece haber calado hondo, es momento de preguntarse por nuestro equilibrio de vida.
“Es uno de los fundamentos de la alegría”, destaca Agnès, madre de cinco. “Es diferente para cada familia y debemos velar por adaptarla según las edades y la evolución de los niños, que cada uno pueda dedicarse plenamente a aquello que hace y desarrollar sus talentos. Es necesario hacer balance regularmente, para asegurarnos de que nadie sufre, que no se ha instalado ninguna fatiga o frustración”.
Y continúa diciendo Agnès: “Lo más importante es, por supuesto, la alegría diaria. Una fiesta será un éxito si la vida cotidiana ya es dichosa. Para ello, hay que ser capaz de sorprender y tener una gran libertad. La alegría se recibe, pero también se decide”.
- Fomentar la fantasía,
- preparar una comida original,
- ponerse a bailar juntos después de cenar,
- admitir también iniciativas por parte de los niños, a quienes a menudo contenemos por temor a que se desmadren…
- Y añadir a todo una buena dosis de humor y de risa.
Tanto los padres como los hijos mayores son adecuados para colaborar en el interés común. Los grandes estarán encantados de dar a conocer a los padres sus películas cómicas o sus humoristas favoritos, es importante para ellos.
Vivir con plenitud las fiestas litúrgicas
A veces, conviene hacer la vista gorda ante una habitación mal ordenada o algunos modales distraídos en el adolescente. Y es que, según pregunta Charlotte: “¿Qué es mejor, una casa llena, animada y alegre con un poco de desorden, o un interior niquelado del que los niños huyen porque el ambiente está plagado de reproches?”.
En una familia cristiana no hay que dudar en vivir plenamente las fiestas litúrgicas, las celebraciones de nuestra gran familia que es la Iglesia. Sin olvidar, claro está, la primera fiesta semanal: el domingo.
Los padres deben hacer todo lo que puedan para que sea el mejor día de la semana, como un día de celebración imprescindible, con una buena comida y una actividad agrupadora. Que no sea el día de los deberes, un día soso en el que se aburran los niños. El tiempo litúrgico permite dar color al año.
Para sobrevivir espiritualmente a lo largo del confinamiento, Aleteia os ofrece un tesoro de recursos que no debéis dudar en aprovechar. Todos los días, os propondremos el Evangelio del día, la oración de la mañana y la oración de la tarde, según la Liturgia de las horas. Los domingos y los festivos, encontraréis además la guía y el ritual para organizar en vuestra casa una hermosa y cautivadora Celebración de la palabra y una invitación a meditar sobre el Evangelio del día con un gran artista. Y por último, todos los días que Dios quiera, encontraréis una mina de buenos consejos y de sugerencias.
El perdón evita acumular heridas
Un corazón dichoso también se beneficia del amor de sus padres. Ver a los padres amarse maravilla tanto a pequeños como a grandes, aunque lo muestren menos. Es el secreto de la alegría familiar. Un niño que ha vivido la experiencia del amor repartirá alegría a su alrededor.
Otra fuente de alegría es el perdón, porque evita acumular heridas y rencores que envenenan la vida familiar. Libera la alegría.
Es papel de los padres el canalizar esta alegría. Esto les exige vivir el presente, aceptar la vida como venga, porque Dios permite que se desarrolle así. Los niños sienten esta fuerza interior y eso les tranquiliza. Con la paz, otro fruto del Espíritu, la alegría puede instalarse. Como confiesa humildemente Charlotte: “Doy gracias sin cesar y lo expreso delante de mis hijos para que un día ellos lo hagan también”.
Florence Brière-Loth, Edifa Aleteia
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