La pandemia ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, pero el amor sigue siendo el mismo…
La pandemia, querámoslo o no, ha socavado las relaciones y nuestras formas de estar cerca. Tenemos que estar distantes. Cuando caminamos evitamos “aproximarnos” a los demás y los miramos con cierta desconfianza. Pensamos que al menos el amor estaba a salvo, pero, querámoslo o no, ha cambiado y nos reta a ser creativos.
El otro se ha convertido en alguien de quien nos tenemos que defender de alguna manera. Tenemos que escondernos detrás de una máscara para protegernos a nosotros mismos y a los demás.
Pero, como en todas las situaciones de crisis, podemos aprovechar la oportunidad para obtener algunos frutos útiles para nuestra vida.
De hecho, puede ser hora de repensar la forma en la que Dios nos ama y nuestra forma de amar.
El amor autorreferencial
Si en estas circunstancias nos hemos visto pensando sobre todo en nosotros mismos, si nos hemos dejado atrapar por nuestro egoísmo y por nuestros miedos, si hemos pensado en preservar en primer lugar nuestra vida, nuestros intereses, nuestro futuro, nuestras comodidades… probablemente amamos en lo que podríamos llamar la modalidad del “uno”. La forma de amor autorreferencial.
Los que aman a la manera del “uno” solo miran su propia hambre y transforman a los demás en herramientas de su afirmación. Los otros, más que sujetos de amor en sí mismos, son objetos del bien que queremos obtener.
Se puede decir que esta es una forma segura de obtener amor, pero no es suficiente.
La reciprocidad estéril
Muchos saben que estar de a dos no es suficiente para amar realmente. Cuando una pareja se cierra en una reciprocidad estéril, excluyendo a todos los demás, pronto el amor se apaga.
Los que aman en la modalidad de “dos” pasan toda su vida preguntándose: ¿me amas? Y no se permiten reflexionar en cuánto amor están poniendo en esta relación. Cada uno vive de la respuesta del otro. El amor se hace dependiente e inseguro.
De ninguna manera nos basta este tipo de amor.
El amor trinitario
Si hemos experimentado un verdadero amor, seguramente nos hemos dado cuenta de que el amor está donde hay exceso y desperdicio. Este es el modo trinitario de darlo y de recibirlo. El amor en la modalidad de “tres”. El amor entre el Padre y el Hijo.
Un amor que no permanece cerrado, sino que se convierte en un abrazo que se entrega generosamente: el Espíritu que vive en el corazón de cada hombre.
Este amor se encarna en Jesús, que ama hasta el final, desperdiciando su sangre en la cruz, sin medida, en exceso.
Los contadores del amor, aquellos que afirman mantener sus cuentas bajo control, luchan por comprender lo que significa amar en el camino de la Trinidad, pero nunca llegarán a tener un registro exacto de ese amor, ni a calcular sus implicancias.
Para ellos puede que este amor no sea una inversión segura pues no nos libera del dolor, pero nos sí que nos libera de nuestro egoísmo y de nuestra estrechez. Eso ya es una ganancia.
“No hay inversión segura. Amar, de cualquier manera, es ser vulnerable. Basta con que amemos algo para que nuestro corazón, con seguridad, se retuerza y, posiblemente, se rompa. Si uno quiere estar seguro de mantenerlo intacto, no debe dar su corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Hay que rodearlo cuidadosamente de caprichos y de pequeños lujos; evitar todo compromiso; guardarlo a buen recaudo bajo llave en el cofre o en el ataúd de nuestro egoísmo. Pero en ese cofre -seguro, oscuro, inmóvil, sin aire- cambiará, no se romperá, se volverá irrompible, impenetrable, irredimible. La alternativa de la tragedia, o al menos del riesgo de la tragedia, es la condenación. El único sitio, aparte del Cielo, donde se puede estar perfectamente a salvo de todos los peligros y perturbaciones del amor es el Infierno” (Los cuatro amores, C.S Lewis).
En estos tiempos, cuando tratamos de reaprender a amar, descubrimos que hemos vivido mucho en las modalidades “uno” y “dos” del amor.
Será momento para darle más espacio a un amor del tipo “tres”, el amor de la Trinidad, un amor que es más amplio y que está lleno de posibilidades.
Este amor raya con la lógica humana a la que hemos estado acostumbrados. En él, nos elevamos por encima de esa lógica, cruzamos, nos acercamos al camino de amar mejor a Dios y de amar como Dios. Con la seguridad de que, viviendo en este amor, aunque nos cueste, estaremos llenos.
Luisa Restrepo, Aleteia
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