viernes, 19 de noviembre de 2021

¿Cómo puedo llevar a Dios a la gente?


¿Qué hay que hacer para ser una persona santa? Llenarse del verdadero amor, irradiarlo, llevar a otros al cielo,... es un regalo divino

La santidad es un don que se me regala. Un manto de amor que cubre mis mezquindades. Una ofrenda que Él hace para que simplemente yo sea ofrecido.

No tengo miedo, espero, aguardo, medito. Dice la Biblia:

«Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos».

Yo me empeño en salvar el mundo. Doy pasos, muevo las manos y pronuncio palabras.

Me invento melodías que calmen el alma. Pinto sobre un lienzo un amanecer eterno. Y espero a que Dios sonría conmovido.

Su ofrenda ya basta. Su entrega en la cruz me sigue conmoviendo. Ese instante de dolor ante el que rezo.

Qué imperfecto soy y Jesús igual viene

Pero me gusta más Jesús cuando cura al enfermo, levanta al caído, abraza con misericordia, libera al endemoniado, sana al que está roto, teje las heridas abiertas, juntando los extremos del alma partida.

Me gusta más ese Jesús que camina de un lado a otro de la orilla del lago o sube a la montaña más alta para decir sus palabras.

O guarda silencio cuando quieren tentarlo o simplemente escribe sobre la arena palabras que yo no entiendo.

Me gusta más ese Jesús que no espera a que yo cambie para darme su abrazo, a que lo haga todo bien para entrar en mi camino.

No me suplica que cambie para caminar sobre las aguas. Ni espera que crea como para mover de lugar una montaña.

Solo busco amor

Y yo le pido que aumente mi fe como un moribundo al borde de la muerte. Es tan sencilla mi forma de ver la vida que a Él le agrada.

Sabe que sólo quiero amar y ser amado. En esto me desgasto recorriendo esta tierra. Habitando lugares y soñando misiones.

Y creo que sin mí nada será hecho. Y gracias a mi entrega su reino será hondo. No lo tengo tan claro porque he visto mi debilidad y he sentido mis pecados.

¿Mi ofrenda vale tan poco o es la suya la que vale? Ofrezco lo que tengo, y lo que he perdido.

Lo ofrezco todo como un niño que sólo sueña con el cariño de los que le rodean. Lo que me cuesta, lo que me duele. Decía el padre José Kentenich:

«Y si durante el día se me exige algún sacrificio, aunque fuese el más duro, estoy dispuesto a ofrecerlo. Y si me retraigo, ¿no significa eso saltar de la cruz?».

José Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal

Aceptando lo negativo de mi vida

Jesús ofreció lo que más le dolía sin bajarse en ningún momento de la cruz. Así quiero vivir yo y quiero ofrecer lo que me duele.

La renuncia que no he buscado y acepto con humildad. La ocasión que Dios me da para entregar la vida con sencillez.

Mi sacrificio diario. Cuesta darle mi sí a ese Dios que se abaja sobre mí para recibir mi ofrenda.

¿Necesita mi ofrenda? Sólo quiere que le dé mi sí alegre y confiado. Quiere que llegue a su presencia sin miedo y sin angustia.

Quiere que me ponga en sus manos para que pueda utilizarme a su manera, según sus formas.

Yo huyo del dolor, del sufrimiento, de lo que no me gusta. Detesto lo que me hace daño y me aparto de lo que es tóxico y me hiere por dentro.

Todo lo recibido… lo ofrezco

Sé que la vida es corta y todo lo que tengo es un don. No puedo sino ofrecer mis días, mis años.

Ofrezco lo que no me gusta y sólo me cabe aceptar. Sonrío cuando me duele y la vida se agarra con uñas y dientes a mi piel.

Ofrezco lo que me agrada y temo perder. El tiempo del que disfruto. El momento sagrado en el que amo.

Ofrezco lo que me alegra, lo que me hace vivir con un sentido. Sé que ofrecer es entregar con un sentido.

Para que Dios se sirva de mi vida para dar vida a otros. No importa dónde ni cómo.

Mi santidad es de Dios

Mi santidad no es un don logrado sino una gracia que se regala a todos los que la precisan. Eso me alegra y me gusta. Ensancha el alma.

Sufrir con un sentido vale la pena. Es como la semilla que para dar fruto tiene que morir antes. Sólo muriendo vivo. Sólo entregándola como ofrenda mi vida tiene un sentido.

Amo esa ofrenda que duele y al doler se ensancha el alma, se agranda el corazón y el camino se vuelve más claro.

Me gusta ofrecer lo que soy, lo que tengo, lo ganado, lo perdido. Ofrezco todo para que Dios disponga a su gusto.

Acojo en mi corazón los miedos que me impiden darme. Dios lo sabe todo, eso me consuela y me hace sonreír.

Esa es la santidad que sueño, el don que le pido. Su Espíritu cubre mi carne y la eleva.


Carlos Padilla Esteban, Aleteia

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