Historias de consultorio. La ayuda mutua es clave para ser unión en las obras y en el ser. Con el tiempo, va tomando formas diferentes
Nuestros hijos han crecido y volado con sus fuertes alas, por lo que es nuestra casa un nido vacío. Es por eso que mi esposo, en cuanto sale de su oficina, se viene directamente a la casa para hacerme compañía. Yo, por lo general, lo espero frente a la ventana para verlo llegar, como hace ya tantos años.
A veces lo hago reflexionando sobre mis hijos y sus matrimonios.
Les he contado que cuando nos casamos, éramos muy jóvenes, y en nuestro enamoramiento, tuvimos la felicísima y peregrina idea de que habíamos encontrado el amor tan de golpe como entero, como quien se saca la lotería y le entregan todo el dinero junto.
Por supuesto que no era así.
Lejos estábamos de agotar su fuente, pues el amor conyugal en su verdad y bondad reclama de suyo todo el futuro para dar renuevos a través de la ayuda mutua, uno de los fines del matrimonio.
La unión de amor en las obras
Por esa ayuda realizamos juntos muchos planes e ilusiones, como comprar nuestra casa, formar un patrimonio, procrear y educar a nuestros hijos… Por supuesto que la complementariedad del ser persona como varón y como mujer, obraba maravillas.
Por el amor conyugal aprendimos a armonizar nuestras diferentes cualidades, como la objetividad, emotividad, atención a los detalles, capacidad de planear, ser intuitivo y más… siendo muy felices en ese mutuo intercambio de dones.
Sin embargo, era una etapa en la que, ante ciertas diferencias, solíamos discutir y perder la paz, la más de las veces por cosas ordinarias que simplemente pasaban, sin dejar poso en nuestras almas. Una etapa en la que habíamos visto a matrimonios de amigos sucumbir sin saber cómo ni cuándo, su amor se había enfermado de muerte.
Y sentimos inquietud.
La unión de amor en el ser
Tales desacuerdos finalmente hicieron una dura crisis, que a Dios gracias generó vida, ya que la ayuda mutua, que hasta entonces había sido para unirnos en las obras, penetró en nuestras intimidades en un cauce ancho y profundo, que se tradujo en la capacidad de comprendernos, corregirnos, animarnos, perdonarnos… y en un humilde recomenzar entre los dos.
Un camino en el que yo trataba de responder a las nobles expectativas que sobre mí proyectaba mi esposo, y viceversa.
Lo que queremos que nunca ocurra
Actitudes que brotaban como un principio de vida de nuestra unión conyugal, por lo que descubrimos que podíamos encontrar e incorporar en todo aquello que “nos pasaba”, aquello que “nunca pasaría”, como un pegamento que daba solidez a nuestro amor.
Descubrimos así nuestra unión en el ser.
Una unión indisolublemente fiel y fecunda, que existe y existirá siempre fuera del tiempo en que han de envejecer nuestros cuerpos y caducarán los medios materiales por los que tanto nos afanamos. Un tiempo en el que nos amaremos cada vez más en un horizonte sin límites, con la certeza de que la muerte nos separará solo temporalmente.
Por la ayuda mutua, los esposos deben discernir sobre aquellos bienes imperecederos y su realización en lo ordinario de su vida y, de esa manera, vencer el tiempo de las pruebas, desde el propio tiempo del amor.
Un tiempo con sabor de eternidad.
Por Orfa Astorga de Lira, Aleteia
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