Tres ideas esenciales sobre la relación que debe establecerse entre familias y escuela para lograr el éxito educativo
Compromiso familiar con la escuela y la comunidad. Los estudios sobre rendimiento escolar señalan que la implicación de los padres (y la familia) en la vida de los centros facilita el éxito educativo. Los estudiantes que perciben coherencia entre el colegio y la escuela cumplen con sus cometidos escolares con determinación, aprovechamiento y prosperan no solo en instrucción sino también en habilidades socio-emocionales.
La idea sintéticamente se podría expresar de este modo:
“El compromiso parental-familiar con la escuela es uno de los predictores más poderosos del desarrollo infantil, el logro educativo, y éxito en la escuela y en la vida”.
Sin embargo, hay que concretar estas afirmaciones poco a poco pues es un campo muy amplio. Vamos a desglosar solo tres ideas básicas:
- Las familias han de ser conscientes del papel de la escuela en las vidas de los hijos y de su propio papel en estas mismas escuelas y en la comunidad
- Las familias deben conocer qué sucede en una escuela y comunidad dinámicas para secundarlo desde casa
- Las escuelas y las familias deben crear un conjunto iniciativas que cohesionen la relación familia-escuela-comunidad.
Empecemos por la primera idea
La escuela no es solo el lugar a donde mandamos a los hijos para que los padres puedan dedicarse a trabajar y mantener un holgado estatus de vida. La escuela no es una guardería-permanente-de-estudiantes que son instruidos con vistas a que un día cursen unos estudios, sean profesionales o universitarios, que les permita ganarse la vida y continuar con el ciclo. Eso es muy poco: hay más.
La escuela es una continuación de la familia. Los padres delegan en la escuela la importantísima tarea de hacer de sus alumnos auténticos ciudadanos libres y cívicos capaces de contribuir con su trabajo a la mejora económica, socialmente cohesiva y democrática de cada comunidad, y por ende de cada región y nación. Y esta es una tarea de la familia y de la escuela que debe reflejarse en la vida de la comunidad. Y estas importantes tareas, contando con una familia que cumple sus funciones y una escuela que cuenta con horizontes altos, exigen trabajar integradamente y de un modo mancomunado.
Integrar familia, escuela y comunidad
¿Mancomunado con quién? Pues integrando familia, escuela y comunidad. Pues la comunidad también educa y también debe vivir en coherencia con la familia y la escuela: desde el ayuntamiento hasta las bibliotecas, desde los polideportivos hasta los museos, desde las actividades extracurriculares hasta las empresas que emplean a esos padres en un municipio y un barrio y que como tales empresas han de ser socialmente responsables.
Si la escuela, de la mano de la familia, es capaz de coordinar estos esfuerzos y crear un ambiente ejemplar en la comunidad estamos hablando de salud social, mental y física. Hablamos de bienestar y vidas significativas. Una de las cosas más importantes que pueden hacer los padres por sus hijos es apoyar decididamente a la escuela. ¿Y lo peor?: aislarse y criticar a la escuela sin mejorarla.
Es corrosivo para el rendimiento educativo desautorizar cínicamente a la escuela y profesores. Reírse de la educación integral de los hijos (escolar, cultural, deportiva, ciudadana, cívica, etc.) es negativo para el futuro de esa comunidad, de ese municipio, y, por ende, de esa región y de esa nación. Insistimos: el bienestar, la salud personal y democrática está en juego.
Sigamos con la segunda idea
No se trata de que los padres, o el tío joven aún soltero, o la abuela sigan punto por punto lo que aprende el estudiante en el aula. Pero sí es casi imprescindible que la familia –incluida la familia extensa- tengan una predisposición en favor de las letras, la cultura, la solidaridad y los números cuando la escuela emite señales en esta dirección.
Por ejemplo, en la promoción de la lectura desde el hogar; por ejemplo, en la gestión prudente de las pantallas en el hogar en favor de la convivencia y el estudio; por ejemplo, asociándose con la entidades excursionistas del barrio. Más ejemplos: apuntando a los hijos a las actividades extraescolares del polideportivo o de la biblioteca. Más aún, interviniendo en las fiestas escolares o de barrio que a veces se asocian para proponer mejoras en el barrio/municipio. Todavía más: implicándose en el voluntariado que visita a los mayores o reforestando el bosque de los contornos: verdadero aprendizaje-servicio; o asistiendo a las jornadas de reflexión y solidaridad promovidas por la parroquia.
Aún podríamos hablar de unos servicios médicos de atención primaria activos que ofrecen campañas de prevención de la salud y que llegan a todos los rincones desde una comunidad movilizada. Y cursos de formación laboral para los mayores en paro.
El estilo participativo de la escuela se extiende
Si la escuela tiene ese estilo participativo, los padres, la familia no pueden esconderse. Estamos hablando de escuelas con un sello social, con un estilo al que han llegado por propia incitativa o como resultado de las ideas que han generado los actores implicados: sobre todo las familias, pero también las bibliotecas, el teatro, las asociaciones altruistas, el mismo ayuntamiento.
¿Es difícil? Mucho. Es necesario: todavía más. Hoy estos actores sociales –individuales y grupales- están aislados, fragmentados, atomizados, des-cohesionados. Y lo paga el barrio, las familias y sobre todo los estudiantes y futuros ciudadanos. El peor enemigo: el cinismo. El mejor amigo: la confianza social, las normas compartidas, la reciprocidad dinámica. La sociología afirma que estas intervenciones hacen crecer el capital social. No es una idea singular ni imposible: es un marco de actuación que se ha implementado y ha contado con éxito.
Concluyamos con la tercera idea
Se necesita liderazgo compartido; e iniciativas; y algunas reuniones en las que el alcalde, el director de la escuela, el empresario de la firma con más trabajadores, el coordinador del centro médico, la bibliotecaria, el sacerdote de la parroquia (y cualquier representante de los actores comunitario-educativos en juego) establezcan un plan, unos objetivos, unas metas educativo-sociales. No para generar actividades extraescolares de pago, sino para dinamizar acciones co-curriculares culturales y cívicas.
Hay que llegar a unanimidades y convergencias. Sería bueno una comisión de festejos, otra de salud, otra deportiva, de cultura, etc. Y la sociología señala que el altavoz es la escuela: la institución que puede llegar a todos haciéndose eco de las diferentes ideas propuestas por las partes interesadas. Entonces la fábrica realizará una jornada de puertas abiertas exponiendo sus afanes de innovación y el tipo de profesionales que necesita. Y muchos ciudadanos en las instalaciones deportivas o en el teatro hablarán de sus aficiones o de sus proyectos.
Y la biblioteca creará grupos de lectura. Y el teatro organizará cortas representaciones o concursos de talentos. Y el ayuntamiento explicará cómo mejorar los servicios municipales con la colaboración ciudadana o propondrá iniciativas colmadas de participación para las fiestas mayores. Y la gente vivirá en la calle: en constante ebullición de ideas que si se realizan disminuirán la delincuencia, y aumentarán el bienestar y la salud de todos.
No es una utopía
Se me responderá que esto es imposible con un punto de ironía. Era posible hace décadas, quizás más de sesenta años cuando el ocio, la cultura, el deporte, el altruismo podían ser la moneda común. No se trata de mirar hacia atrás con nostalgia. Se trata de mirar hacia adelante. Una serie de éxitos se están produciendo en Estados Unidos en esta dirección. Las familias más beneficiadas serán las que quizá andaban en riesgo de exclusión social. Pero también las familias más dinámicas hallarán el sentido a la vida desde el constante voluntariado informal de servir a la escuela y la comunidad.
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