martes, 30 de noviembre de 2021

Había arrancado la vida a 1.200 bebés: la muerte de su hija le hizo cambiar su visión del aborto


 

El doctor Anthony Levatino comenzó a realizar abortos en 1977 en el estado de Nueva York, como parte de su formación en Obstetricia. Tras licenciarse en 1980 continuó practicando abortos, primero en Florida y después en Nueva York.

Llegó a practicar 1.200 abortos. Por entonces era partidario de los "derechos de la mujer", aunque reconoce que a veces le pesaba en la conciencia realizar ciertos tipos de aborto. 

La muerte de su hija le ayudó a abrir los ojos ante las atrocidades que había cometido. Ahora ha cambiado su forma de pensar y se arrepiente. Y además difunde desde hace años unos vídeos explicando la técnicas abortivas que están sirviendo para que muchas personas se conciencien del horror de esta práctica. 



En el testimonio que el doctor ofreció en 2012 para el portal Pro Life Action, cuenta que eliminó a bebés hasta de 24 semanas mediante técnica de envenenamiento por solución salina u otros métodos más terribles como el que se esconde bajo las siglas “D y E” (dilatar el cérvix y extraer al bebé hecho trozos).

"Sé que he hecho cientos de procedimientos… con las pinzas en la mano, introduciéndome en el útero de alguien y arrancando a un bebé”, dice con arrepentimiento.

Practicar abortos sale rentable

¿Por qué los médicos realizan abortos?, se pregunta Anthony. Sin dudarlo reconoce que "en primer lugar lo hacen por dinero y aplastando la propia conciencia bajo un discurso que desconoce los derechos del no nacido, su calidad de ser humano desde el momento de la concepción".

“Es rentable, sí, ¡hay mucho dinero en esto! Obtienes mucho dinero haciendo abortos… He escuchado muchas veces a otros obstetras decir: Bueno, yo no soy realmente pro aborto, estoy a favor de la mujer", dice.

"¿Cuántas veces hemos escuchado esto?... Que de alguna manera la destrucción de una vida es para apoyar a la mujer. Una gran cantidad de ginecólogos usan esa justificación para sí mismos. Yo solía hacerlo. No es difícil convencerse de ello. Durante mi residencia de obstetricia (formación en la especialidad), al menos una o dos veces a la semana me correspondía hacer hasta seis abortos en una mañana usando la técnica de aspirado conocida como D & C", recuerda. 

Este es un procedimiento también conocido como de “succión y legrado”. Dilatan el cuello uterino de la madre hasta que es lo suficientemente ancho como para introducir una cánula en el útero. La cánula es un tubo plástico hueco que se conecta a un tipo de bomba al vacío mediante una manguera flexible. 



Quien está realizando el aborto desplaza la punta de la cánula por la superficie del útero causando que el bebé se despegue y sea absorbido por la bomba, ya sea completo o en pedazos. El líquido amniótico y la placenta se extraen de igual modo por ese tubo. Cualquier parte que haya quedado en el interior de la madre es raspada del útero por un instrumento llamado cureta.

Después de esto, se le da otra pasada al útero con la máquina que succiona, para asegurarse de que ninguna parte de la criatura quedó dentro de la madre.

Remordimiento de conciencia

Al realizar estos procedimientos “tuve algunas complicaciones, como todo el mundo. Úteros perforados, sangrados, infección… Sólo Dios sabe cuántas de esas mujeres son ahora estériles”, reconoce el profesional.

Levatino recuerda que ya en su período de formación le causaba conflicto realizar las prácticas abortivas mediante solución salina.
 


En especial vivía “un conflicto tremendo”, dice, al practicar la técnica de inyectar una solución salina a la madre: “Veías nacer un bebé entero (muerto por envenenamiento y buena parte de su cuerpo quemado)... y a veces estaban vivos. Era algo aterrador que me revolvía el estómago y afectaba mi vida".

La contradicción interior era brutal, pues desde hacía algún tiempo el doctor Levatino y su esposa habían descubierto que eran infértiles. Llevaban dos años casados y anhelaban ser padres: “Empezamos a buscar desesperadamente un bebé para adoptar, cuando yo estaba tirando a la basura a razón de nueve o diez bebés a la semana…”

Es un ser humano

Normalmente la práctica profesional de un obstetra incluye ayudar y acompañar a las personas que desean ser padres. Una máquina de ecografía es una herramienta habitual, de la cual se sirven para esa tarea que busca el cuidado de la salud de la madre y del ser humano que se va gestando en su vientre.
 


Levantino tiene la certeza de que "no es un mero ´producto´ lo que habita en el vientre de una madre": “Como médico sabes que son niños; que se trata de seres humanos con brazos, piernas, cabeza y que se mueven, son muy activos… Cada vez que escaneas hacia abajo en el útero de alguien lo reafirmas. ¡Porque ves los niños allí, corazones palpitantes, brazos alzándose! No hay mejor noticia para mí que mostrar un latido del corazón y decir: 'Su bebé está bien'. Como ginecólogo lo haces continuamente… Y entonces, una hora más tarde, cambias tu ropa, entras en una sala de operaciones y haces un aborto. Si tienes algo de corazón, te afecta”.

Ser padre le hizo recapacitar

Finalmente y después de pasar por varias agencias de adopción sin éxito, Levatino y su esposa decidieron contactar personalmente a los 45 obstetras de la ciudad confiando en que alguno de ellos tuviera información de “un bebé disponible para adopción privada”.

Tras cuatro meses de espera, la estrategia dio resultado. “Un día recibimos una llamada, nunca olvidaré ese día. Tres días después habíamos adoptado una saludable niña pequeña. Estábamos felices. La llamamos Heather”.

Tras graduarse, Anthony se asoció con un ginecólogo que era conocido por su habilidad en la técnica de abortos “D&E”,  que extrae los bebés a trozos. El negocio crecía y en paralelo la familia también, pues contra todo pronóstico la esposa quedó embarazada y nació un hijo.

Anthony no estaba cómodo con su trabajo, pero necesitaba el dinero -se dijo a sí mismo-, y así permaneció en ese negocio oscuro los años siguientes…

Fueron alrededor de 12.000 los abortos en cinco años que realizó el médico obstetra Anthony Levatino. Pero hubo un hecho en su vida que lo cambió todo: la muerte de Heather.
 

Una muerte que vale por todas las demás

La vida parecía idílica para Anthony y su esposa. La desgracia ocurrió el 23 de junio de 1984. "Tenía turno ese día, pero estaba aún en casa con algunos amigos antes de partir", cuenta el médico.

Los hijos de todos ellos jugaban en el fondo del patio. “A las 7:25 de la noche, oímos el chirrido de los frenos enfrente de la casa.

Corrimos fuera y Heather yacía en la carretera. Hicimos todo lo que pudimos, pero ella murió. Cuando pierdes un hijo, tu hijo, la vida es muy diferente. Todo cambia. De repente, la idea que tenías de la vida de una persona se vuelve muy real. No es un curso de embriología más. No es sólo un par de cientos de dólares. Es la cosa real. Es a tu hija a quien entierras"…

Después de ver morir y enterrar a su hija de seis años, sólo pensar en tomar las armas para eliminar vidas humanas era una tortura para este ginecólogo. “Yo perdí a mi hija, alguien precioso para mí, y ahora iba a tomar al hijo de alguien destrozándolo, desgarrándolo desde su vientre. Estaría matando al hijo de alguien. Me empecé a sentir como un asesino a sueldo. Eso es exactamente lo que era…”

A partir de este momento, Anthony abandonó toda práctica de aborto y desde el fallecimiento de Heather comenzó a dar su testimonio en defensa de la vida en diversos medios de comunicación y conferencias públicas que están disponibles online y en sitios web como Pro Life Action LeaguePriests For LifeLife News y Portaluz.

(A continuación ofrecemos subtitulada en español la entrevista de Lila Rose al doctor Levatino en la que explica su historia personal como abortero y ahora como médico provida.)

 
ReL

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