Un obispo del siglo XVI con intuiciones del catolicismo del siglo XXI
Fray Juan de Zumárraga (Durango, España, 1478 – Ciudad de México, 1548) fue el primer obispo de la diócesis de México y el segundo obispo de la Nueva España (el primero fue fray Julián Garcés, de Tlaxcala) nombrado como “protector de los indios” durante el reinado de Carlos V.
Zumárraga, un fraile e inquisidor franciscano, tuvo el honor de ser testigo del milagro del ayate de san Juan Diego, pues a él mandó la Virgen de Guadalupe que el indígena mexicano le presentara las flores cortadas en el cerro del Tepeyac como señal de que ahí quería le construyeran su “casita de oración”.
Dos son las grandes aportaciones reconocidas históricamente del rico episcopado de este fraile que aceptó venir a México en 1528 y a radicarse, definitivamente, en la capital del virreinato hasta su muerte en 1548: el establecimiento de la imprenta y la fundación de la Universidad.
Como bien lo señala el padre Gabriel Méndez Plancarte en su compilación Humanistas mexicanos del siglo XVI (UNAM, 1ª. Ed. 1946), estos dos factores fueron decisivos “para la incorporación de México a la cultura occidental”. Y esos “factores” favorecieron la rápida propagación del Evangelio en la Nueva España, particularmente asumido entre los naturales.
Mendez Plancarte señala –junto con el más grande biógrafo de Zumárraga, el historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta—que el más hermoso escrito latino del obispo español fue la Pastoral o Exhortación a los Religiosos de las Órdenes Mendicantes para que pasen a la Nueva España y ayuden a la conversión de los Indios.
Sin embargo, donde se muestra el espíritu evangelizador de fray Juan (a lo que respondía la puesta en marcha de la imprenta y la propia Universidad) fue la Doctrina breve muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica y de nuestra cristiandad en estilo llano para la común inteligencia impresa por Juan Pablos en 1543.
Todos entienden el Evangelio
En este texto, Zumárraga, adelantándose a su tiempo y contra las concepciones que sostenían que el indígena era incapaz de comprender no nada más el trasfondo, sino el significado de la Biblia, asegura que la Biblia es alimento de todos los pueblos.
Escribe fray Juan: “No apruebo la opinión de los que dicen que los idiotas (iletrados, simples) no leyesen en las Divinas Letras que el vulgo usa: porque Jesucristo lo que quiere es que sus secretos muy largamente se divulguen … Y aún más digo: que pluguiese a Dios que estuviesen traducidas en todas las lenguas de todos los del mundo para que no solamente las leyesen los Indios, pero aún otras naciones (bárbaras) las pudiesen conocer”.
Fiel a su condición de franciscano y quizá “tocado” por el relato de san Juan Diego y el milagro de Guadalupe, Zumárraga afirma que “no hay duda” que leer y conocer el Evangelio y las epístolas de san Pablo es “el primer escalón” para que exista la cristiandad.
“Y si me dijesen que habría algunos que se burlarían de esta nuestra doctrina evangélica, también habría otros que, conocida, se aficionarían a ella, y aficionándose, la abrazarían; y por esto digo … que todas las pláticas y hablas de los cristianos fuesen de la Sagrada Escritura, porque sin duda alguna, tales somos cuales son nuestras contínuas pláticas y conversaciones”.
Entendiendo desde la primera mitad del siglo XVI que “Una fe que no se hace cultura es una fe no aceptada plenamente, no pensada enteramente, no vivida fielmente (san Juan Pablo II), fray Juan de Zumárraga trabajó, con ardor, para que el Evangelio penetrara en el corazón de los recién conquistados, introduciendo la imprenta, el libro, la universidad… la cultura.
Jaime Septién, Aleteia
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