El nacimiento de un primer hijo llena de felicidad al matrimonio y, además, es una prueba para la pareja que la empuja a trascenderse.
El embarazo es un tiempo en que cada uno debe encontrar su lugar y comprender el del otro. “A partir del anuncio del embarazo, hombre y mujer empiezan a vivir un cambio en su relación”, analiza Florence Prémont, asesora conyugal y familiar del gabinete Ephata, en París.
“La mujer vive algo transformador en su intimidad. El padre, por su parte, tendrá que presentar como un certificado de adopción, en el momento del nacimiento”, prosigue la asesora. La llegada de un tercero hace entrar a la pareja en una conmoción. Un tiempo de crisis entre dos estados estables donde cada uno debe encontrar su lugar y comprender el del otro. Para cada pareja, la gestión de este fenómeno es única. Fácil y natural para algunos. Imprevisible y laboriosa para otros.
Cuando Guillaume se enteró que su mujer estaba encinta, estalló de júbilo. Pero le cayó un jarro de agua fría cuando se dio cuenta de que Marie no se alegraba tanto como él. “Algunas semanas después de nuestro viaje de novios y cuando acabábamos de mudarnos a una nueva ciudad, me di cuenta de que estaba esperando un bebé. Sentí como una angustia. Tomé consciencia de todo lo que implicaba. Al mismo tiempo, sentía físicamente los molestos síntomas del embarazo. Vivía el cambio en mi cuerpo. Guillaume, por su parte, vivía la noticia de forma externa”, cuenta la joven, que recuerda no haber podido decir hasta tres meses después “un enorme sí a esta vida naciente”, precisamente un 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
A partir del parto, todo es una cuestión de ajuste
Este tipo de arranque “a dos velocidades” no es raro. Incluso después del nacimiento, las reacciones pueden desconcertar a alguno de los cónyuges y suscitar serias inquietudes. Citemos el famoso baby blues, un fenómeno muy real causado por una sensación de vacío físico en la madre combinado con una caída de las hormonas. “Pequeño consejo para los padres primerizos: ¡nunca contradecir a su mujer durante al menos tres días y ser aún más cariñosos y atentos de lo habitual!”, comenta entre risas Margaux, bajo la mirada aprobadora de su marido Alexis. La actitud del padre es muy a menudo determinante para que la madre se sienta reconocida en el proceso que atraviesa.
La experiencia de la sala de partos tiene algo de desconcertante para un hombre. Él está físicamente “al lado” del acontecimiento. Asiste a un esfuerzo inaudito, casi insoportable en algunos casos. Y luego, de repente, cae el peso de la responsabilidad. “La presencia del bebé da una densidad a la existencia que puede desestabilizar a algunos padres”, señala Florence Prémont.
çCon el tiempo, el padre deja de estar “al lado” de la fusión que se ha operado durante nueve meses entre el hijo y la madre. Sor Marie Jérémie, responsable del centro Maternité Catholique Sainte-Félicité en París advierte: “¡La pareja primero! El niño que acaba de nacer debe tener su espacio, por supuesto, pero no debe ocupar todo el espacio”. Para crear este nuevo equilibrio, la madre reciente tiene una responsabilidad particular: “Ella debe tomar consciencia del vínculo singular que la une al niño para ayudar al marido a encontrar su lugar”.
Todo es entonces una cuestión de ajuste. “Algunas mujeres se inquietan mucho y quieren que su marido se implique a toda costa”, atestigua Juliette Chové, matrona de Locminé (Francia). Para lo mejor y también para lo peor. “Tengo el ejemplo de esta mujer que optó por el biberón únicamente para que su marido pudiera darlo la mitad de las veces. Ella imaginaba que eso le permitiría compensar una posible frustración. Sin embargo, ¡él ni siquiera estaba al corriente!”, cuenta la matrona, que propone también un curso de preparación espiritual para el nacimiento.
El regreso a casa o el incendio de las inquietudes
Después de algunos días en el hospital, la pareja vuelve a casa. Se pone el capazo en el salón. Allí, una sensación de solitud cae por lo general sobre los padres recientes, seguida de una multitud de preguntas: “¿Qué se hace ahora?”, “¿Somos de verdad capaces de ocuparnos solos de nuestro hijo?”, “¿Y si deja de querer comer?”, “¿Por qué duerme tanto tiempo?”, “¿Estará lo bastante abrigado?”, “Parece que hace un ruido raro, ¿no?”…
Para Juliette Chové, esta ansiedad es normal: “Todos los padres se preocupan por hacerlo bien”. Cuando la matrona interviene tras el nacimiento para asegurarse de que todo va bien con el niño, aprovecha para calmar a los padres. “Si están serenos, el niño también lo estará. Así que apelo a su sentido común. Por ejemplo, cuando me preguntan si hay que despertar al niño para darle de comer, les pregunto si a ellos les gustaría que le hicieran lo mismo”.
“A menudo hay una tendencia a intelectualizar demasiado las cosas”, valora por su parte sor Marie Jérémie, retomando el caso de la lactancia. “En África, por ejemplo, no se plantean la cuestión de saber si es capaz o no de amamantar. La maternidad puede ser un momento de soltar lastre en el que se confía en las capacidades desconocidas del cuerpo”.
El cansancio, enemigo número uno de la pareja
Una dificultad para la pareja que no se repite una y otra vez es la fatiga. Muy traicionero, el cansancio se infiltra por cualquier lado, como un gas que sólo espera una chispa para explotar. No pasa nada por pasar algunas noches sin sueño, pero su acumulación puede poner a la pareja de rodillas…
“No poder levantarse tarde nunca para recuperarse de la semana es una limitación adicional”, añaden Mathilde y Maxime, padres recientes de la pequeña Hélène. Así que recomiendan, sobre todo, dormir al mismo tiempo que el bebé. “¡Y no importa que la casa esté hecha un desastre!”, añaden Valentine y Gauthier, jóvenes padres de Baudoin.
“Hay que ser capaz de decir al otro que estamos cansados y nos gustaría que se ocupara un poco más del bebé, de las compras o de la limpieza”, insiste Sabrina de Dinechin, mediadora familiar en París. “Cuando uno de los esposos tiene la impresión de hacer esfuerzos permanentes y no recibe ningún reconocimiento, eso puede conducir a agotamiento, pero también a un choque”.
“¡Debería prescribirse a la pareja quedarse al menos un día solos en el mes que sigue al nacimiento!”, recomienda en el mismo sentido Florence Prémont. Otra idea que susurrar a la oreja de vuestros seres queridos para un regalo de bebé: una noche de niñero o niñera vale a veces mucho más que un sonajero.
Cuando la libido se va a dormir
Recuperar las relaciones sexuales después de la llegada de un niño necesita tiempo. “Las parejas que acompaño están contentas de poder abordar este tema, que suscita muchos miedos”, confía Juliette Chové. Así que ella les ayuda a calmarse. “Durante el embarazo, no hay ninguna incidencia particular. No, eso no va a provocar el parto”, subraya. Pero, después de un parto, la libido puede caer por los suelos. “Algunas mujeres no quieren ni que su marido las toque porque se sienten un poco deformadas. Igualmente, cuando una mujer da el pecho, su cuerpo produce prolactina, una hormona que deja la libido a media asta”, explica la matrona. “Lo importante es prevenir al marido, tranquilizarle. Que la mujer deje de tener deseo durante un tiempo no significa que ya no le ame”.
El marido puede tener también algunas aprensiones. Algunos hombres se quedan traumatizados por el “espectáculo” del parto. “¡No es obligatorio verlo todo! Creo que es preferible quedarse al nivel de la cara de la mujer”, aconseja Juliette Chové. Otra dificultad para las parejas que siguen los métodos naturales: el ciclo de la mujer está trastornado, tanto más con la lactancia. Se recomienda recurrir a un instructor experimentado.
Adaptarse al ritmo del niño para no hacer del día a día un infierno
“Lleva dos horas llorando y me tengo que levantar en tres horas…”, “Habrá que parar en la próxima área de servicio para cambiarle el pañal”, “Vaya, está claro que es la hora de merendar, ¿no, cielo? ¡Pero si acabamos de salir del área de servicio!”, “He olvidado coger el suero fisiológico en la farmacia, ¿puede volver a comprarlo?”, “Cuidado, tienes un poco de vómito en tu vestido, ahí, en el hombro derecho…”. He aquí un pequeño surtido de frases que, en general, todos los padres y madres recientes se dicen o escuchan en los primeros meses que siguen al nacimiento. El bebé llega y sigue su propio ritmo.
“Si quieren luchar, se puede. Pero es como empujar un muro, es un gasto de energía”, sonríe sor Marie Joseph. “Creo que la primera lección consiste en aceptar el ritmo del bebé y explicarle que un día habrá que seguir otro. Como en todos los acompañamientos, es bueno partir de la persona y caminar con ella”. Guillaume confiesa que le costó tiempo concienciarse de esto.
“Tener un niño implica auténticas renuncias. Si no te adaptas al ritmo de tu mujer embarazada y luego al de tu hijo, harás que tu vida diaria sea un infierno”. Resumiendo, el niño es el mayor enemigo del egoísmo.
¿Qué familia se quiere construir?
Muchas parejas dan fe de ello: al convertirse en padre y madre respectivamente, cada uno tiene tendencia a acercarse de forma natural a sus propios padres. Eso tiene cosas buenas: “Sentí un inmenso reconocimiento hacia al regalo de la vida de mis padres. Pude medir lo generosos que habían sido”, confiesa Quitterie, madre reciente que espera un segundo hijo. Aunque también tiene cosas menos buenas.
“Hay hombres que sólo escuchan a sus madres y pasan los mensajes a sus esposas. Las esposas ven eso como una intrusión, incluso una agresión”, cuenta Sabrina de Dinechin. El periodo del nacimiento es una hermosa oportunidad para practicar el arte de la delicadeza y la mesura dentro de la pareja.
La llegada del niño revela además que los esposos no han recibido necesariamente la misma educación. “Un bebé al que se escucha llorar, es una puerta mal cerrada”, dicen en algunas familias. Según sor Marie Jérémie, “la llegada del bebé no plantea únicamente la pregunta de saber quién es él, sino también saber quién soy yo. Es el momento de releer nuestra propia historia, sin rechazar nuestra educación, pero tampoco quizás aceptándolo todo”.
Hugues Lefèvre Edifa Aleteia
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