Saber que su padre acude con frecuencia a la confesión es un gran ejemplo para crecer en humildad y en confianza en Dios
Papá se confiesa. Admite que es una buena noticia. Si ya es bueno saberlo, es aún mejor, de vez en cuando, verle hacerlo. Y además, no sólo es él, ¡hasta los sacerdotes de la parroquia se confiesan! Y si ya está bien saberlo, es aún mejor verles hacerlo.
Cuando el mundo adulto se pone de rodillas y transmite con ese acto el “Ruega por nosotros, pecadores”, entonces hay sinceridad sobre la vida adulta. Porque, en ese momento, revelamos a nuestros hijos que crecer, madurar, progresar y construir nuestra vida no es volvernos inmaculados y sin pecado, sino crecer en humildad.
Todos los padres necesitan de la misericordia de Dios
A los niños no se les puede mentir. Y no les estamos haciendo más frágiles al mostrarles que sus padres, todos sus padres, necesitan de la misericordia de Dios porque Jesús es, también para ellos, el Salvador. El papa Francisco, que va a confesarse bajo los ojos de los fieles antes de llegar a un confesionario, muestra el camino. Y su palabra no es menos creíble por ello, ni mucho menos.
Conozco a niños que rezan para que sus padres se confiesen; y no he sido yo quien les dio la idea. Sienten que esos que son sus modelos, sus referencias y sus puntos de apoyo para crecer no podrán conservar ese puesto si no son sinceros. ¡Qué claridad en las relaciones, porque todos estamos en el mismo barco!
Ciertamente, la posición de autoridad sigue estando ahí, pero ya no es mundana, ya no es una pose que se asume, sino que se fundamenta no en una mentira, sino en el hecho de que soy padre gracias a Dios. No es un don que poseamos en nosotros, en virtud de nuestros méritos, que hace de nosotros figuras paternales o que nos hace ser padres; es la misión que hemos recibido de Dios a pesar de nuestra debilidad.
No hay necesidad de jugar a ser padres. Hay que serlos con autenticidad, es decir, recibiendo esa cualidad de Dios.
Dichosos los niños cuyos padres se arrodillan
Si Papá se confiesa, yo, su hijo, adivino que su autoridad viene de otro lugar. Y si puedo ver que Dios es más grande que mis padres, entonces confundiré menos sus errores con Dios, sus posibles injusticias no harán de Dios un Dios injusto. Esta manera de situar nuestro papel educativo y familiar en su articulación con el Señor es precisamente una manera de mirar con los ojos de la fe la substancia de este papel que es, de hecho, una misión.
Una misión pasajera, para esta vida solamente, que requiere un gran ejercicio de desinterés propio, precisamente por lo unidos que estamos los unos a los otros… Pero una misión cuyo logro no será posible sin la gracia de Dios. ¿Cuántos padres en la historia humana han llamado sobre sus hijos la bendición de Dios?
No podemos sino honrar esta humildad de esas almas parentales que no quieren y no pueden educar ellas solas. Dichosos los niños cuyos padres se arrodillan.
Vincent de Mello Edifa Aleteia
Vea también Las partes de la confesión
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