lunes, 12 de octubre de 2020

Piensa en esto la próxima vez que te aburras en misa

 


¿Te pasa que te aburres en la misa dominical? Aquí tienes algunos consejos para aprender a asumir este aburrimiento y vivir la misa como un momento que conecta realmente tu vida a la de Jesús

A esos que dicen aburrirse en misa, me encantaría responderles que la sabiduría sólo llega a quienes han aprendido a perseverar en el aburrimiento, a entrar pacientemente en la densidad de las cosas sin ver inmediatamente el fruto de su labor. Los sabios tienen la virtud del labrador que trabaja su tierra incansablemente. El hombre no está hecho para pecorear de flor en flor en una “insoportable levedad del ser”, según el título de Milan Kundera. Está hecho para atarse a su rosa, para cultivarla, para llenarse de ella. Es fundamental aprender a asumir el tedio, la monotonía de los días que pasan, a rechazar medir la vida según la inmediatez narcisista del placer consumible.

El domingo es el ancla del tiempo

¿Qué sentido tiene la misa? Respondo con las palabras del escritor Georges Bernanos: “El demonio de nuestro corazón se llama ‘¿De qué sirve…?’”. Respondo sobre todo con Cristo a otro “¿De qué sirve…?” que convirtió a san Francisco Javier: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?”. El hombre es una brizna de “paja que se lleva el viento” (Sal 1).

Si no ponemos nuestra ancla para atrapar la fuga del tiempo, nuestra vida se derramará como la sangre de una herida. El domingo es el ancla del tiempo donde el hombre aprende a morir a lo visible para cultivar lo invisible. Hay que “vivir según el domingo”, según la expresión de los Padres, porque el hombre no puede vivir sin memoria y sin esperanza. Sin hacer memoria de la salvación de Dios lograda a través de la Cruz, sin entrar ya en la luz del Resucitado.

La memoria nos permite habitar el presente, la esperanza nos permite avanzar hacia Cristo, el Oriente de nuestras vidas. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna” (Jn 6,54). El filósofo francés Gabriel Marcel decía: “Amar a alguien es decirle: ‘tú no morirás jamás’”. Sólo Dios puede decirlo. La misa, a través de la escucha de la Palabra eterna, a través de la comunión efectiva o, al menos, del deseo, porque Dios no es tacaño con sus gracias al cuerpo resucitado del Señor, da a nuestro cuerpo de muerte la promesa de la inmortalidad. La eucaristía es la garantía de nuestra resurrección que nos permite “anticipar a las vigilias de la noche” (Sal 119).

La misa nos extirpa de la fugacidad de las cosas

La misa dominical marca el ritmo de la vida cristiana por la virtud del rito. El rito ordena la existencia, da un control sobre el tiempo que pasa. “Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos. –Qué es un rito?– dijo el principito. –Es algo también demasiado olvidado –dijo el zorro. –Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días”.

Si vamos a la misa cada domingo, es para “endomingarnos” el cuerpo y el alma, extirparnos de la fugacidad de las cosas y hacernos perdurar, decía la beata Isabel de la Trinidad, “inmóviles y apacibles, como si [nuestros corazones] estuvieran ya en la eternidad”.

 

Por el padre Luc de Bellescize Edifa Aleteia


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