El sacerdote Antonio Garciandia lleva medio siglo viviendo entre los más pobres del Perú
"Ser misionero es algo fantástico, que llena de alegría, sacia de Dios", reconoce el padre Antonio Garciandia.
Mencionar al sacerdote español Antonio Garciandia Gorriti es nombrar una etapa fundamental en la historia del Camino Neocatecumenal, especialmente en Perú, uno de los países clave en el desarrollo de esta importante realidad eclesial.
Presbítero, misionero, miembro del Camino desde los orígenes de este itinerario, párroco... si por algo se ha caracterizado el padre Antonio ha sido por su celo por anunciar el Evangelio y por su capacidad para conseguir medios –de las formas más inverosímiles–, para construir templos dignos y bellos para los más pobres entre los pobres.
El regalo más importante
"He estado siempre alegre y he dado gracias al Señor porque me ha dado motivos para vivir teniéndolo todo y no teniendo nada", comentaba Garciandia en un vídeo de YouTube. El padre Antonio nació el 14 de junio de 1932 en Azagra, Navarra (España), y encontró su vocación siendo muy niño.

Uno de los templos construidos por Garciandia en Perú.
Desde pequeño, su familia le transmitió la fe y el amor hacia Cristo, por lo que –reconoce él mismo– servir a Dios fue el regalo más importante de su vida. "Con dos años ya era monaguillo. No había sotanas para mí, el roquete me llegaba hasta el suelo. No sabía decir nada, pasaba la bandeja y a la gente le hacía gracia aquel chiquitín", contaba Garciandia.
El padre Antonio habla de su infancia como monaguillo.
Ordenando sacerdote en el año 1958, en ese tiempo el padre Antonio fundaría una Escuela Técnica Superior en los Salesianos de Zaragoza y construiría un centro de estudios para 2000 alumnos en Cuenca (España).
El año 1976, fue enviado a la Patagonia, en Argentina, y de ahí, en 1980, destinado al Perú como itinerante del Camino Neocatecumenal, para recorrer todos los departamentos del país anunciando el Evangelio con el apoyo del cardenal arzobispo de Lima, Juan Landázuri Ricketts.
"Empecé el Camino y, desde allí, pedí ir a las misiones, y me mandaron a Argentina, y, de Argentina, al Perú. Me cambiaron de comer las ricas carnes de Argentina a estar diez años recorriendo toda la nación. No había nada pero encontré lo más de lo más, que era la alegría de la evangelización", recordaba el padre Antonio, que lleva cerca de medio siglo en el Perú, trabajando en la Diócesis del Callao y en la de Carabayllo.

El padre Antonio (a la derecha), en los "pueblos jóvenes" de Lima, junto a los Agudo, una de las primeras familias en misión del Camino.
Pese a su avanzada edad –93 años–, el Padre Antonio no olvida los difíciles momentos que le tocó pasar cuando aterrizó en aquel país. "Encontré al Perú hecho un caos económico, un verdadero desastre. No había alimento en la época del ex presidente Belaúnde, pasamos al terrorismo con el primer gobierno de García, de ahí al 'paquetazo' con Fujimori y después, a tener la estabilidad que tanto necesitábamos", comentó en su día.
Ya establecido en los llamados "pueblos jóvenes" –terrenos invadidos por los pobres en medio del desierto–, el misionero vio conveniente construir un templo. "Esta zona es de extrema pobreza, no tenemos agua ni luz, y la iluminación de las iglesias a veces sólo es posible con baterías usadas de automóviles", explicaba en una entrevista hace unos años.
700 contenedores desde España
Con la ayuda de los paroquianos más pobres y olvidados de Ancón, Zapallal, y algunos otros asentamientos humanos de la zona, logró levantar las parroquias de Cristo Camino Verdad y Vida, Sagrada Familia de Nazaret, San Luis Gonzaga y las capillas de Santa Rosa Norte, Santa María, Sagrado Corazón de Jesús, Santa Cruz - Nuevo Progreso, San Miguel Arcángel, Virgen de Loreto, Monte Carmelo, Juan Pablo II, Nuevo Jerusalén; el campamento Piedras Gordas y hasta un cementerio.

Templo Cristo Camino Verdad y Vida, construido en un "pueblo joven".
Ante la falta de medios, el padre Antonio utilizaba un pionero y particular método de construcción. Para ello, empleaba materiales como vallas publicitarias, vidrio reutilizado o tuberías de oleoductos. Toda donación era bienvenida. El material sobrante que le ofrecían las empresas e instituciones en España lo almacenaba en contenedores –de 22 toneladas cada uno–, y, desde puertos como el de Bilbao o Valencia, lo hacía llegar hasta Lima.
El padre Antonio ha llegado a recibir en todos estos años más de 700 contenedores con un poco de todo: cerámica, cortinas, materiales de construcción, camas, etc. Todo para ser distribuido entre los más pobres y para emprender diversos proyectos tanto pastorales como sociales.
Su método de trabajo
Lo primero es "recoger material abandonado y desechado. Para ello, varias personas suelen recorrer con camionetas las diferentes zonas de Lima. Después, se adapta y prepara el material para que sirva para la construcción de un edificio. Hay que pulirlo, cortarlo, doblarlo, etc. Por eso, contamos con nuestros propios equipos de arenado, soldadura... Luego hay muchos profesionales que nos ayudan desinteresadamente y comprueban que la construcción cumple la normativa eléctrica, de fontanería, de estructura...", comentaba en una entrevista.
"Lo que nos ayuda a construir casi sin recursos es que no compramos ningún material, el trabajo es económico y hay empresa y profesionales que colaboran", apuntaba.
Por ejemplo, "el templo de Santa Rosa tiene capacidad para 800 personas sentadas y un local parroquial que hace de centro de día para niños con síndrome de down y daño cerebral. Su construcción costó, en 2005, el equivalente a 70.000 euros", añadía Garciandia.
El padre Antonio enseña uno de los templos construidos.
Se puede decir que la labor misionera del padre Garciandía es de auténtico récord. Se calcula que ha logrado construir más de 20 parroquias a base de material reciclado en las zonas más pobres de Lima y Callao, beneficiando a más de 300 mil habitantes. Además, ha edificado capillas, talleres, centros de formación para pequeños empresarios, escuelas, etc.
En su vida como misionero ha administrado cerca de 13.000 bautismos. Y, a pesar de las dificultades, ha conseguido que 800 alumnos acudan a su Centro de Enseñanzas Productivas donde, en ciclos de 3 años aprenden algún oficio.
Las iglesias construidas por el Padre Antonio comenzaron siendo chozas, luego se convirtieron en cabañas, y, posteriormente, en magníficos templos en lugares tan humildes allí donde nadie esperaba encontrarlos.
El padre Antonio habla de la importancia de la misión.
Y así surgió, también, la necesidad de llevar familias en misión del Camino Neocatecumenal a todas estas nuevas iglesias. De hecho, junto a algunas de ellas, vivirían las primeras familias enviadas a Perú por San Juan Pablo II a finales de los años ochenta.
Una labor misionera, a la que el Padre Antonio siempre ha dado preferencia y a la que ha dedicado su vida entera. "Para mí la Iglesia siempre ha sido cuna de misioneros, y santos, que están repartidos por el mundo. Ser misionero es algo fantástico, que llena de alegría, sacia de Dios, porque el Señor da unos consuelos impresionantes", comentaba en 2019.
El padre Antonio Garciandia Gorriti ha sido premiado a lo largo de los años por el Parlamento de Navarra, y por el Gobierno español, por su gran labor como sacerdote y misionero.
Juan Cadarso, ReL
Vea también Información sobre el Camino Neocatecumenal



No hay comentarios:
Publicar un comentario