
Estamos a mitad de las vacaciones de verano, lo que significa que muchos padres se encuentran con sus hijos entre "¡Qué bendición es este tiempo!" y "¿Aún faltan seis horas para la hora de acostarse?".
Los días son más largos, las rutinas son más flexibles y nuestros hijos, benditos sean, parecen haber desarrollado una curiosa afección auditiva que les impide responder a nada excepto al camión de los helados. Si has repetido "ponte los zapatos" o "por favor, deja de saltar en el sofá" más veces de las que has tomado tazas de café, no estás solo.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando parece que nuestros hijos simplemente no escuchan y nuestra paciencia se está agotando?
1Respira hondo (sí, en serio)

Puede parecer obvio, pero el primer paso no es conseguir que tu hijo te escuche, sino mantener la calma. Los niños, especialmente en verano, cuando todo es muy estimulante, pueden percibir nuestra energía antes de escuchar nuestras palabras.
Cuando sientas que te sube esa familiar sensación de enfado, intenta alejarte un momento. Respira hondo, reza una breve oración ("Señor, dame paciencia, ¡ahora sería estupendo!") y reinicia. No lo solucionará todo, pero te ayudará a responder en lugar de reaccionar, y eso ya es una pequeña victoria en sí misma.
2Ten en cuenta el contexto
A veces, lo que parece desobediencia es solo distracción. Es posible que los niños no te estén ignorando a propósito, sino que estén profundamente inmersos en algo (aunque sea observar cómo una hormiga se arrastra por una roca durante cinco minutos).
Intenta acercarte suavemente, establecer contacto visual y llamarlos por su nombre. Bajar físicamente a su nivel también puede ayudar, ya que les recuerda que no eres solo una voz que flota por encima del caos, sino alguien presente y conectado.
3Habla menos, di más
La crianza de los hijos en pleno verano puede sacar a relucir el monólogo que todos llevamos dentro. Empezamos con "¿Podrías recoger esos lápices de colores, por favor?" y, 60 segundos después, estamos explicando la importancia de la organización, la limpieza y por qué san Benito creía en el orden y la belleza.
Intenta ser breve y concreta. Una instrucción. Una frase clara. Luego, haz una pausa. Los niños son mucho más propensos a absorber unas pocas palabras directas que una charla interminable, por muy brillantes o santas que sean nuestras intenciones.
4Crea pequeñas rutinas (incluso en medio del caos)
El verano puede hacer que las rutinas se olviden, y eso suele ser parte de la diversión. Pero demasiada imprevisibilidad puede dificultar que los niños se controlen y escuchen bien. Reintroducir pequeños rituales, como una hora de levantarse fija, una canción para ordenar o comidas sin pantallas, puede marcar una gran diferencia.
No es necesario programar cada minuto. Incluso unos pocos puntos de referencia a lo largo del día pueden ayudar a los niños a sentirse más seguros y receptivos.
5Recuerda: no estás fallando

Cuando los niños nos ignoran, tienen una rabieta delante de los vecinos o discuten por quién se queda con la taza azul otra vez, es fácil pensar que estamos haciendo algo mal. Pero estos momentos no significan que estemos fallando, sino que somos humanos, al igual que nuestros hijos.
Están creciendo, aprendiendo, probando, superándose. Y nosotros también estamos creciendo: en paciencia, resiliencia, perdón (¡y humildad, lo queramos o no!).
6Trae la gracia al caos
A veces, lo único que podemos hacer es susurrar una oración mientras limpiamos la mantequilla de maní de la pared: "Señor, ayúdame a amarlos bien, incluso ahora". Hay gracia en eso. No perfección, no crianza al estilo Pinterest, sino gracia. Y la gracia es a menudo lo que nos ayuda a superar las largas tardes, las instrucciones ignoradas y las interminables peticiones de bocadillos.
Al final del día, es posible que nuestros hijos no recuerden todas las correcciones que les dimos, pero recordarán cómo los hicimos sentir. ¿Intentamos escucharlos? ¿Les dimos un abrazo después de gritarles? ¿Les dimos ejemplo de la paciencia que les pedimos (aunque nos haya costado tres intentos)?
Y si todo lo demás falla, siempre queda el helado. Para ellos. Para ti. Para la paz.
Cerith Gardiner, Aleteia
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