La estadounidense Bridget Hylak nació en Chicago hace 57 años. Nunca estuvo alejada de Dios; de hecho, cuando tenía 6 años de edad y sus padres se divorciaron, la oración de ella se hizo más profunda. Bridget está reconciliada con su mamá, el tiempo y Dios han sanado las heridas, hoy el amor entre madre e hija se sella con los cuidados y amor que le dedica a su madre en sus enfermedades y momentos más difíciles. Esto es un pequeño trozo de su historia…
El trastorno de su madre
Su infancia no fue feliz. Bridget explica: "Mi mamá tenía comportamientos que eran difíciles para todos. Nuestra casa era bastante triste, sin invitados, sin celebrar la Navidad ni cosas así".
Hoy Bridget sabe que el problema de salud mental de su madre se llama TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo), pero "decían en esos momentos que era bipolar", ya que en los años 70 dicho desorden no tenía nombre.
"Mi madre es una persona muy quisquillosa, que exige las cosas tal cual y que necesita un ambiente muy estricto".
En la escuela católica
La mamá había asistido en su juventud a escuelas católicas, y en un momento dado decidió sacar a su hija Bridget de la escuela pública e inscribirla en una católica.
"Creo que fue por esa influencia que comencé a edificar mi vida espiritual —dice—. Creía en todo lo que me decían los sacerdotes y las monjas. Yo era como una esponja".
"Recuerdo que en el cuarto grado, un sacerdote vino a hablarnos del padre Pío, y en ese año me hice hija espiritual del padre Pío. Cada noche le rezaba pidiendo los estigmas para poder sufrir con Dios. Pero Dios, que es sabio, no me los regaló".
Y continúa: "En el sexto o séptimo grado comencé a hacer ayuno por causa de mi tía, una gran influencia en mi vida católica".
Crudas revelaciones
Para Bridget fue muy difícil vivir con su estricta madre, y "especialmente sin padre y sin hermanos", dice.
"Durante varios años no tuve mucho contacto con mi papá. Había muchos problemas con el dinero y con la amargura de mi mamá sobre su divorcio".
Un día, "a los 14 años, yo estaba hablando con mi papá por teléfono. Quería comunicarle lo duro que fue para mí y para mi hermano el divorcio. Le conté que estaba en una muy buena escuela y que mi mamá me amaba mucho. Y en ese momento mi papá me dijo que, después de que nací, mi mamá se embarazó por tercera vez y abortó".
"Él me lo confesó sin tomar responsabilidad: le echó a ella la culpa. Yo pensaba que no podía ser, porque mi mamá era buena y católica. Eso fue muy duro para mí. Cuando colgué le pregunté a mi mamá, y ella, entre lágrimas, me confesó que sí, y que fue la decisión de mi papá porque ella tuvo que ir de Chicago a Nueva York para el procedimiento, pues no era legal en Chicago en ese año".
"Ella me dijo que llamó a mi abuelo para preguntarle si debería hacerlo o no, porque estaba muy confundida, y mi abuelo le dijo que era algo fácil y que, si su esposo quería, pues adelante".
El proceso no funcionó

Por si fuera poco, "me confesó que no fue solo ese aborto sino que, cuando se embarazó de mí, mi papá ya no tenía ganas de tener otro hijo".
Cuando Bridget llevaba dos meses en el vientre materno, a pedido de su esposo, su mamá acudió con el médico de cabecera para que le administrara inyecciones de oxitocina, a fin de abortar a la niña.
"El médico le dijo que fuera a la casa y que se pusiera en la cama, y que si sentía dolor fuera al baño a expulsar todo, y que ése sería el fin de su problema".
La madre de Bridget experimentó un sangrado, y ella y el padre pensaron que eso era el final. Pero no fue así, Dios dispuso otra cosa:
"Yo seguía viva dentro del vientre de mi mamá" y ella decidió no reintentar el aborto.
Disculpa sincera
Bridget disculpa la decisión de sus padres. A ella le parece que a sus familiares "les faltaba educación. Nadie les decía que el aborto era malo. Yo creo que mi papá pensaba que no era gran cosa, que solo era un grumo de células y ya".
Y cuando la gente le pregunta a Bridget que si ya perdonó a su padres, dice sin dudar: "Esa respuesta es bastante fácil, porque por supuesto que los perdono. Yo quiero amarlos; pero, si no los perdono, no podría amarlos, y entonces viviría con otro problema. Más allá de todos los problemas normales de la vida, no podría cargar con esa amargura".

Un final feliz
"Lo mejor es que ambos se convirtieron. Ambos ahora son bastante religiosos, católicos, metidos en su fe, y tienen una relación con Jesucristo".
"Ambos me pidieron perdón y ambos me dicen que me aman".
Jesús V. Picón, Aleteia
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