viernes, 14 de abril de 2023

Separarse no soluciona las frustraciones ni los defectos

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Un matrimonio decidió separarse porque prefería no luchar. La terapeuta de pareja Orfa Astorga da su opinión de experta acerca de qué ocurre en el fondo y cuáles son los espejismos que formamos en nuestra imaginación

Un joven matrimonio explicaba en consulta, sin poder ocultar su frustración:

«Disculpe, pero después de la segunda sesión de terapia, hemos decidido abortar la intención de salvar nuestro matrimonio. Pasa que no estamos dispuestos a sobrellevar nuestras diferencias, por lo que ambos nos decidimos por la liberación de esa carga, en los mejores términos.»

En la primera sesión, habían descrito una convivencia en la que cada uno creía ser feliz en su propio mundo, evitando enfrentar sus problemas y manteniendo su relación en su mínima expresión. Habían encontrado una solución, pero no habían resuelto el problema.

Parecía funcionar…

La experiencia profesional me dice que la intolerancia respecto de los deberes conyugales, puede producir una profunda frustración, por la que se busca una supuesta «liberación», que no es otra cosa que la evasión del compromiso marital y amoroso.

La verdad es que les cuesta vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente en todos los aspectos de la convivencia, superando las vicisitudes de la vida y de su misma relación.

¿Cuál es el fondo de esta equivocada actitud?

Se piensa que toda dificultad o conflicto conyugal forzosamente ha de ser resuelto a cualquier precio, aun cuando implique la separación o el divorcio. Es así, porque se absolutiza una felicidad que, en realidad, no existe.

Entonces aparece la frustración, provocada por el reclamo del deber ser de un compromiso que no se quiere admitir, y por el cual firmaron un pagaré de amor de por vida.

Evadirse no es la solución

Una deuda que se piensa desconocer, desarrollando una idea de «liberación», que no es otra cosa que la evasión de la frustración marital.

Así, las contrariedades, dolor, sufrimiento de la vida misma, o los defectos y limitaciones del cónyuge, se llegan a considerar barreras insalvables, que les impide una «plenitud humana», cuyo culmen es una felicidad nacida de una libertad que igual se absolutiza.

Las influencias que lo empeoran

Una persona así suele dejarse influenciar por terceros o por literatura poco exigentes en términos intelectuales, morales y espirituales, que logran que quienes los escuchen o lean, aprendan poco y se equivoquen mucho. Lo hacen con ofertas, como: «Sé tú, decídete a ser feliz, rediseña tu vida, ante todo tu plenitud” y…  más, en las que se propone una autoafirmación construida en una falsa seguridad en sí mismo.

Quienes deciden separarse por estos motivos, se adentran en sus vidas idealizando la siguiente experiencia amorosa, idealizando el encanto personal, la belleza y el sexo, para transformar los impulsos pasionales y ensoñaciones en actos más aceptados desde el punto de vista psicológico, moral y social.

Los propios defectos han de ser vencidos mágicamente por una madurez que brotará sólida y espontánea, ante el nuevo y «verdadero» amor.

No falta quienes, en su imaginación, tras una separación en la que suponen que se han «reconquistado», se vean en un viaje de crucero, lejos de sus frustraciones, dueños de su destino y conociendo la verdad del amor, en alguien a quien las pruebas de la vida aún no le han restado lozanía e ideal para una convivencia feliz en un «para siempre»…

La realidad tras ese espejismo

La gran paradoja en el hombre y la mujer que suponen haberse conquistado a sí mismos es que no logran encontrar a nadie a quien verdaderamente entregarse, pues, en su egoísmo, viven lejos de la verdad de que el verdadero amor compromete felizmente la libertad para siempre.

Posiblemente acaben en un segundo matrimonio y la repetición de la historia de una nueva frustración.

Una verdadera conquista de sí mismo, al servicio del amor, brota de una intimidad del capaz de decir: «Cuando soy más tuyo es cuando soy más de mí».

Por Orfa Astorga de Lira

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