¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Con esta aclamación nos hemos alegrado los cristianos a lo largo de los siglos, conmemorando anualmente el misterio de Cristo que le da razón a nuestra fe.
Que subyugó el poder que tenía el pecado sobre la humanidad, y con su resurrección, nos ha traído una nueva vida. En Cristo podemos alegrarnos, aunque sigamos viviendo en este mundo marcado por el sufrimiento.
Si permitimos que su gloriosa resurrección habite y crezca en nuestros corazones, entonces podemos ser luz en las tinieblas.
Alegría en un mundo que padece tristeza, esperanza en medio de situaciones que nos desmoralizan, vida en una cultura que promueve la muerte y ser testigos del amor.
¡La Resurrección de Cristo partió la historia en dos y nosotros podemos llevar esta alegría a otros!
¿Cómo podemos hacer real esa victoria en nuestras vidas?
En primer lugar, saber que es un regalo que percibimos en el bautismo. Por simple gracia, estamos incorporados en Cristo. No hemos hecho nada para merecer esa reconciliación.
Es un don gratuito y amoroso de Dios. El bautizo significa sumergirnos en el agua para luego, salir a la vida, participando así de la Resurrección.
Estamos unidos a la Santísima Trinidad, y como nos dice san Pablo en su carta a los Romanos:
«Por el Bautismo estamos unidos a la Vida Nueva, donde ya no hay ningún resquicio de oscuridad. Ya la muerte, el pecado y cualquier tipo de sufrimiento no tienen la última palabra».
¿Cómo vivir siendo testigos de esa Resurrección?
Aunque pueda parecer algo obvio, la Resurrección de Cristo es una realidad histórica que transformó la humanidad. Se trata de una revolución cultural.
Actualmente, ya estamos «acostumbrados» y diría yo, «rutinizados» con esa realidad. Pero en el tiempo de Cristo, la Resurrección ha sido un hecho —del que muchos fueron testigos oculares— sin precedentes.
Creo que no llegamos a comprender los alcances del hecho. No es fácil para nosotros, que ya tenemos una historia de más de 2000 años, comprender lo impactante que ha sido eso en la vida de los Apóstoles y la Iglesia, recién naciente.
Por eso, lo primero que debemos hacer es agradecer, contemplar, maravillarnos, adorar. Más que «hacer», se trata de abrir los ojos, abrir el corazón, abrir nuestro espíritu a algo tan fuera de lo común.
En segundo lugar, tener fe. Creer… nada más. Lo hermoso es que Cristo mismo se encarga de que creamos en Él. Lo vemos en distintos pasajes de la Escritura.
Por ejemplo, con los Apóstoles, cuando están reunidos en el Cenáculo. La aparición a los conocidísimos discípulos que se dirigían a Emaús y a Tomás, que recién ve a Jesús ocho días después de la primera aparición a los apóstoles.
¿Cuáles son esos signos de la Resurrección?
En el tiempo de Jesús, podemos apreciar en Juan 20, cómo Magdalena no encuentra a Jesús en el sepulcro, y vuelve corriendo, llamando a Juan y Pedro.
Ambos se van a ver qué pasó. Juan llega primero, pero es Pedro quien entra al sepulcro, seguido de Juan. Cuando Juan ve el Santo Sudario y el sepulcro vacío exclama: «¡Ha resucitado!».
Después, vemos en Juan 21, el relato de la pesca milagrosa. Los discípulos se habían pasado toda la noche bregando, y no habían pescado nada.
Pero se aparece Jesús, quien todavía no había sido reconocido, y les dice que tiren las redes a la derecha, y luego, pescan abundantemente.
El pasaje es hermoso, sucede al amanecer. De la oscuridad a la luz, de la escasez, a la fecundidad de una pesca abundante, de la tristeza de una noche infecunda de trabajo, a la alegría de tantos frutos.
Nosotros actualmente lo vemos en la Creación. Sea el agua del Bautismo, la luz y el fuego de Cristo reflejado en el cirio pascual, el amanecer con el sol de justicia, que es símbolo de Cristo Resucitado.
La misma historia de salvación que no es solamente un hecho histórico, sino la acción de Dios en nuestras vidas, lo que se conoce como la providencia.
Los mismos misterios de Cristo, que conocemos gracias a los Evangelios. Y por supuesto, nuestra propia historia personal, que amerita de nuestra parte, hacer memoria, y tomar consciencia de la acción de Dios en la vida cotidiana.
«Recordar» es volver el corazón —en este caso— a la Salvación de Dios en nuestra vida. Por último, descubrimos los signos de Cristo resucitado, gracias a la oración y los Sacramentos.
El apostolado como termómetro de nuestra fe
No quería terminar este artículo sin antes mencionar el llamado que tenemos todos los cristianos a evangelizar. Las últimas palabras de Cristo, antes de su Ascensión a los cielos fueron: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16, 9-15).
Si realmente llevamos a Cristo en nuestros corazones, no podemos dejar de llevar y transmitir a los demás esa alegría y luz que aleja la tristeza e ilumina las oscuridades de nuestras vidas.
No podemos permanecer pasivos, cuando vemos morir al mundo, como un paciente que no tiene la medicina que necesita para salvarse.
¡Te invito a que no tengas miedo, a que la Resurrección de Cristo te llene de gozo! ¡Qué proclames a diestra y siniestra que Jesús está vivo, que ha resucitado! ¡Qué su amor nos trae la verdadera felicidad!
Pablo Perazzo, CatholicLink
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