Una poderosa reflexión para Semana Santa
del escritor Claudio de Castro
Te he contado en muchas ocasiones que me encanta escuchar con detenimiento las homilías de los sacerdotes. Aprendo muchísimo de ellos. Tienen toda una vida de experiencia y oración.
Siempre encuentro en ellas tesoros que parecen ocultos y están a la vista si pones atención.
Hoy fue uno de esos días estupendos en los que el sacerdote nos dio una poderosa reflexión para pensar en la Semana Santa.
Jesús en la cruz
Todo empezó en la misa con esta lectura del Evangelio en Mateo 27:
«Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Y se quedaron sentados allí para custodiarle. Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos.» Y al mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda».
Atención… viene lo interesante…
«Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
Igualmente, los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: «Soy Hijo de Dios».
La gran tentación
Todos los años para estos días escuchaba esos versículos del Evangelio, pero había un detalle, crucial, sobre el que nunca reflexioné hasta hoy.
«Escuchen con atención», repitió el sacerdote:
«Pasaban y le gritaban: bájate de la cruz. sálvate a ti mismo».
¡Era increíble! ¡Nunca me había detenido a pensarlo!
Es la gran tentación que enfrentamos todos nosotros: «bajarnos de nuestra cruz. El egoísmo puro, salvarnos a nosotros mismos».
Jesús no se bajó de la Cruz, pudiendo hacerlo. No se salvó a sí mismo porque su misión era salvarnos a todos.
La respuesta de Dios al mal
Sabemos que ninguno de los que le crucificaron tenía poder sobre Jesús. Eran simples mortales y él era el Hijo de Dios.
Se quedó colgado, sufriendo atroces dolores en esa cruz «por amor a la humanidad«, pensando en la salvación de cada uno de nosotros.
Mirarlo, meditar en la cruz, es toda una escuela.
Decía el papa Francisco en un Viacrucis:
«La Cruz de Jesús, es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio.
En realidad, Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón.
Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos.
Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva.
La palabra de la Cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor.
Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la cruz, como Jesús.
La salvación de Jesús
Isaías escribió de él estas palabras que han resonado a través del tiempo:
Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él
Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban.
Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado.
El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados.
He quedado impactado con esta reflexión.
Nunca antes lo había pensado. ¿Y tú? ¿Habías reparado en ese detalle?
«Sálvate a ti mismo«. ¡Por supuesto que podía hacerlo! Es el Hijo Todopoderoso de Dios.
Pensándolo se comprenden mejor las Escrituras que nos dicen en Juan 15, 13: «No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos«.
Él no se salva a sí mismo, nos salva a todos.
En esto consiste su inmenso amor.
Seguramente, tú, igual que yo, por instinto, nos habríamos salvado. Y luego por egoísmo pensaríamos: «Que cada cual vea cómo se salva».
En el lugar del otro
De pronto, mientras escribía, he pensado en un hecho extraordinario, que tiene que ver con estas palabras:
«Soy un sacerdote católico polaco. Me gustaría ir en su lugar, puesto que él tiene esposa e hijos».
Fueron dichas por san Maximiliano Kolbe en el momento se ofreció a ocupar el lugar del sargento polaco Franciszek Gajowniczek, sentenciado a muerte en el infernal campo de concentración alemán de Auschwitz.
Maximiliano tomó para sí la sentencia de muerte de un hombre al que no conocía. Pudo guardar silencio, alejarse de esa cruz y por amor, donó su vida.
Esta Semana Santa voy a reflexionar profundamente sobre esas palabras que le gritaron a Jesús y sobre su sorprendente reacción y la de muchos de sus seguidores, santos de nuestra Iglesia, que por amor ofrendaron sus vidas.
Cuántos nos bajamos de la cruz y salimos huyendo, aunque dejemos atrás a nuestros hermanos. «Me salvo yo… ¿y los demás? que cada cual haga lo que pueda con su vida».
Hay un viejo refrán: «No hay cristianismo sin cruz».
¿Lo dejarás todo? ¿Te bajarás de tu cruz?
Acompañar el camino de la cruz
Antes de terminar quería preguntarte:
«¿Has hecho alguna vez el Vía Crucis?»
Hay muchas promesas de Jesús en torno a esta hermosa devoción:
«Yo concederé todo cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Vía Crucis.»
En Aleteia te enseñamos cómo rezarlo. Es recomendable sobre todo en estos días santos, para acompañar y contemplar el rostro doliente de Jesús.
¡Dios te bendiga!
Claudio de Castro, Aleteia
Vea también Sermón sobre las tentaciones
- Santo Cura de Ars
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