miércoles, 14 de julio de 2021

Los frutos amargos del egoísmo

 

COUPLE


Cuando no se da la ayuda mutua, el bien de los esposos

Uno de los fines del matrimonio es la ayuda mutua que se orienta fundamentalmente a ayudar al otro a ser feliz, siendo mejor persona. Un amor de benevolencia en el que, ante todo, se busca el bien del ser amado.

Los mutuos defectos

Lo normal en el enamoramiento, es que solo se tengan ojos para ver en la persona amada, su parte angélica, como su juventud, belleza, gracia, simpatía, etc. etc. En psicología, a esta actitud se le denomina “sesgo perceptivo”.

Sin embargo, tal actitud forma parte de la atracción natural a toda la persona, y que dispone a amarla en un compromiso de por vida.

La verdad del amor

Luego, tal parece que, con los primeros años en el matrimonio, se fuera corrigiendo una miopía que impedía verse los defectos que como todo ser humano se tienen, es cuando surge la verdad del amor, para ayudarse y amarse, no a pesar de sus defectos, sino a través de ellos.

Un amor, que igualmente descubre las cualidades que verdaderamente se tienen para fomentarlas y hacerlas crecer, logrando que, con el tiempo tengan un mayor peso que los defectos.

Se trata de una suma y resta, con un saldo positivo, que forma “el capital del amor”.

Un oscuro sesgo perceptivo

Sucede cuando, al empezar a emerger aquellos defectos que no se vieron en la fase de enamoramiento, el sesgo perceptivo inicial de ver solo lo positivo, se invierte radicalmente para ver solo lo negativo, poniendo de manifiesto la inmadurez de desear quedar instalado solo en las sensaciones placenteras que se obtenían del otro en el enamoramiento.

Es entonces, que las cualidades y valores que realmente tienen ambos cónyuges, comienzan a debilitarse ante la falta de estímulo amoroso.

Un amor propio enfermo

Suele suceder que uno de los dos adopta la postura de ser el poseedor de la verdad, y comienza a juzgar duramente al otro, cuya imagen comienza a hundirse y desvanecerse en una zona de oscuridad y penumbra, haciéndose cada vez más opaca, para terminar en la mente de quien desvaloriza, como una caricatura deformada, demasiado negativa.
En realidad, en un ser desconcertado, sufriente y naturalmente angustiado.

Por ese camino, el juzgador será ya incapaz de sintonizar con el dolor que causa, de compadecerse, y que, de esa compasión, brote el deseo de pedir perdón para aliviar la pena del conyugue, y rectificar.

Se ha olvidado de su compromiso en la ayuda mutua, como un fin y un bien del matrimonio, para los esposos.

La evasión del compromiso

Quien “tomo ventaja” pretende entonces siendo más ,en vez de ser mejor, y, desde esa errónea perspectiva, elabora razonadas sin razones sobre su cónyuge, como: “Jamás imaginé que fuera así” o “nunca será capaz de valorarme”.

Lo que en realidad busca, es zafarse del vínculo contraído, sin que le importe ya el faltar al respeto, ni hacer que la otra persona se sienta descalificada, carente de todo valor e injustamente tratada.

Un triste final

Quien no ha sabido dar el valor a su conyugue, no le permite crecer y el mismo se ha encogido, por lo que, con la mirada turbia, busca en otra relación lo que según él ya no tiene, mientras juega con la indisolubilidad del matrimonio.

Se ha convertido en víctima de una realidad, que el mismo ha construido.
Entonces, con el sucedáneo de una imagen virtuosa busca intimar con el sexo opuesto, victimizándose con frases, como: “Yo he hecho todo por mi matrimonio… pero…” “… y ha sido muy dura mi desilusión”.

Finalmente, encuentra a quien le cree, y se divorcia, para volver a formar pareja, comenzando un nuevo ciclo de autoengaño, hasta que el destino lo alcance.

Por Orfa Astorga de Lira, Aleteia
Consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org

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