Las protestas, públicas y masivas, han sorprendido al gobierno y dejan claro que algo ha cambiado en el panorama
La última noticia es que un sacerdote católico ha resultado detenido y acusado de promover el desorden público. El padre Castor Álvarez fue golpeado y detenido en Camagüey cuando defendía a unos jóvenes manifestantes.
Y es que los cristianos están comprometidos hasta la cacha en la defensa de los derechos humanos en la isla.
El Movimiento Cristiano de Liberación, que avanza bajo la inspiración –humanista y profundamente cristiana- del asesinado líder de la disidencia Oswaldo Payá, reivindica su apoyo a las demandas de la población.
Las protestas son pacíficas y la represión, violenta y brutal.
El 11 de julio será recordado para siempre como el día en que los cubanos se lanzaron a las calles al grito de “Patria y Libertad”. Aquello de patria y vida se hizo carne y habitó entre la gente.
Las banderas cubanas flameaban en manos de mujeres aguerridas que parecen haber liderado el sentimiento libertario.
Cuba es viral
El impacto informativo era de esperarse. Si bien el mundo está tan sorprendido como el régimen castrista, quienes venimos siguiendo paso a paso la dinámica social cubana no lo estamos tanto.
Desde hace meses se viene percibiendo un hartazgo en la población que presagiaba tormenta. También algunos destellos de tolerancia sospechosos pero comprensibles.
Los gobiernos autocráticos se caracterizan por ser inmisericordemente represivos pues se les va convirtiendo en la única forma de preservar el poder.
Pero ello les fabrica una realidad ficticia que los aleja de la población y les pinta un cuadro de seguridad.
No escuchan crecer la hierba y de allí su sorpresa cuando la pradera se incendia. Es lo que está ocurriendo en Cuba.
Los gobiernos del mundo acuden a cuanta cumbre sobre derechos humanos se convoca y zanjan el asunto con un discurso de condolencia.
El tema cubano era frecuentemente desmerecido de tanto parecerse un informe a otro, “de tanto ver la tierra que no cambia”, como cantaba Neruda en uno de sus poemas.
En apariencia, nada cambió durante seis décadas, a los ojos del mundo. Pero el cubano de a pie, que son todos menos los privilegiados que medran a la sombra del poder, venían incubando el cambio en sus espíritus.
Sobre todo las generaciones jóvenes quienes, con la irrupción de internet en su cotidianidad, se percataban de que otra vida, otras posibilidades y otro destino podían llegar sólo si ellos mismos lo gestionaban. Y eso es lo que está pasando. Cuba se ha hecho viral.
El problema es social
Por ello están ocurriendo cosas insólitas. Que los cubanos llegaran hasta el mismísimo Capitolio de La Habana gritando por libertad, hasta hace sólo días era impensable.
Es la urdimbre de los conflictos sociales, que se gestan en silencio y estallan en bullicio. Y no es otra cosa el tema cubano. No es político, es social.
La política no tiene cabida en Cuba. La mala gestión gubernamental ha generado un problema social y una crisis humanitaria que ni siquiera Cuba había conocido en semejantes dimensiones.
El llamado “período especial” que los cubanos tuvieron que sufrir décadas atrás, duro e inhumano, palidece ante lo que ahora ocurre.
Y hay razones: ya no les llega el chorro petrolero venezolano, apenas gotas, y menos Rusia les echa la mano.
Ha preferido dejar a la exhausta patria de Bolívar con una responsabilidad que no puede cumplir habiendo destrozado su industria energética, irónicamente, bajo tutelaje cubano por más de veinte años.
El problema que subyace es que regímenes como el de Cuba y Venezuela hacen al pueblo a un lado, una vez en el poder.
Son buenos para oponerse pero no para gobernar y, en el fondo, se debe al desprecio por el ser humano, sus necesidades y su dignidad.
Mantenerse a flote es lo único que los mueve. Pero el Titanic termina hundiéndose porque el choque de fuerzas sociales incendia las calderas.
Allí está, también, el motivo al que obedecen las amarras medio sueltas que últimamente vienen permitiendo algunas expresiones sociales que antes eran inimaginables.
La gente reacciona, hace frente a los represores, va presa y sale, critica abiertamente. Entendiendo poco o nada, hay un natural instinto de sabueso dictatorial que aconseja quitar presión a la olla.
Por otra parte, sin dinero, sin liderazgo y sin aliados efectivos, el castrismo siente el sol en la espalda.
No será fácil pero si el pueblo cubano mantiene la presión, no quedará otra opción sino negociar. Qué y cuándo, está por verse.
La violenta atmósfera nacional
La violencia está en Cuba, instalada en el sofá constitucional, desde la sanción de una Carta Magna que promete lo peor “contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico”. Así de claro. Con hambre o sin ella, nadie puede atreverse a cuestionar la gestión de la economía.
“De modo que –dice el analista Ernesto Pérez Chang-, como astuto o cobarde emprendedor al que solo importan las ganancias de su empresita, no importa cuánto “te metas” o no en política, cuánto evites la protesta pública u opinar en redes sociales, porque si piensas que cambiarás el orden económico con tus iniciativas personales pudieras, al igual que cualquier disidente, estar caminando al cadalso sin saberlo”.
La pandemia ha sido el factor acelerador de la irrupción social, aunque no la explica en toda su dimensión.
“Nuestra violencia no llegó con la COVID-19. La violencia se instaló en nuestras vidas desde mucho antes de la pandemia, incluso desde mucho antes de las escuelas en el campo”, dice Pérez Chang. Y explica:
“Quizás ahora ha sido reforzada con los toques de queda prolongados, los despliegues militares en los barrios, con el uso y abuso de unas “medidas sanitarias” que parecen más un pretexto para reprimir las expresiones de descontento popular que un remedio para frenar contagios (de hecho, los confinamientos no han evitado los rebrotes) pero la violencia siempre ha estado entre nosotros”.
“No tenemos miedo” era la consigna más escuchada ayer en las calles. Y es que el miedo, el ingrediente indispensable para mantener el poder de facto, es inferior al hambre, a la humillación y a la muerte.
¿Qué tienen que perder que no hayan perdido ya?, se preguntan los cubanos. Y mucho que ganar.
No es el hambre, es la vida
Curiosamente, no es el hambre, la falta de medicamentos o la inmovilización que han sufrido los cubanos lo que los lanza a la calle.
«La gente joven se cansó de tanta miseria, gente de menos de 20 años eran los que más gritaban», reseña la crónica delblog 14y Medio. El hambre, sí, como catapulta.
Pero la carga es mayor. Los cubanos han entendido que el cambio debe ser de conducción del país, de valores y de prioridades, o no será.
Es la comprensión, de fondo, de que nada cambiará para ellos si no cambia el régimen. Por ello las consignas son patria (el sentido de pertenencia conculcado), libertad (el don más preciado que les ha sido arrebatado por generaciones) y vida (lo inalienable).
Ello sólo puede lograrse y disfrutarse sin quienes los gobiernan y humillan mientras, ante sus propios ojos y sin el menor pudor, edifican hoteles de lujo, reservan los derechos para los extranjeros, compran autos último modelo, viajan a cuerpo de rey y negocian a sus propios médicos o entrenadores deportivos con otros gobiernos en un canje por dinero que el régimen se embolsilla.
Nada derrama hacia la gente. Los “descartados”, como los llama el papa Francisco, llevan sesenta años soportando lo insoportable. El soporte está aflojando.
Los legisladores cubanoamericanos exigen a Biden su respaldo al pueblo de Cuba: “Ahora más que nunca, Estados Unidos y la comunidad internacional deben apoyar al pueblo cubano en su lucha por la libertad”.
Está por verse en qué se traducirá ese apoyo, si es que ocurrirá. Por ahora, sólo cuelga del micrófono.
El peor “remedio”
En todas las concentraciones, reportadas en varias provincias como Artemisa, Matanzas, Camagüey, Santiago de Cuba, Cienfuegos y La Habana, se escucharon gritos de «abajo la dictadura«.
El presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, en una reacción que denota su impericia, llama a la guerra civil.
Al mejor estilo de Chávez y Maduro en Venezuela, se cuelgan de un supuesto apoyo popular cuyo resorte se oxidó.
Echa mano del más peligroso recurso, llamando a la guerra civil: «La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios».
Los cubanos respondieron: “No tenemos miedo. Ya estamos en la calle”.
¿Insólito lo que está pasando? Puede parecerlo pero detrás de cada evento social están largos pero perseverantes procesos que fueron ignorados o desconocidos. Eso pasa en Cuba hoy.
“Quizás no es la violencia de los cárteles de la droga en México ni tampoco la de las Maras en Centro América- admite Pérez Chang- pero, sin dudas es germen de lo que en breve pudiera transformarse en algo similar o peor si todas nuestras represiones, frustraciones, odios, malquerencias, antipatías, rencores, ya individuales ya colectivos, no los canalizamos en la dirección correcta, es decir, hacia ese punto en que confluyen nuestros intereses colectivos de construir una nación con todos y para el bien de todos”, terminó parafraseando a José Martí, el padre de la patria cubana.
Y lo menos parecido a la dirección correcta es llamar a la guerra civil.
Macky Arenas, Aleteia
Vea también La libertad religiosa - P. Loring sj
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