Más de mil padres, varones católicos de distintas edades y condiciones, anduvieron durante dos días para llegar en peregrinación al santuario francés de Nuestra Señora de las Gracias en Cotignac, un lugar donde se apareció la Virgen, pero también en el que se ha producido la única aparición en solitario de San José. Allí les esperaba una llamada a la fortaleza, a ser fieles a su misión. “Sé un hombre, un marido, un padre", les espetó a todos ellos el obispo de Fréjus-Toulon, monseñor Dominique Rey.
Precisamente, en este Año de San José el obispo instó a los padres a seguir el camino marcado por el humilde esposo de la Virgen María, que se fío de Dios y fue siempre protector de su familia.
Esta peregrinación de los padres de familia no ha sido una iniciativa esporádica sino que está muy consolidada en Cotignac desde que comenzara en 1976. Todo comenzó con un hombre cuya esposa estaba teniendo un embarazo muy complicado y vivían momentos de gran incertidumbre: los médicos les dijeron que el embarazo no acabaría bien. El matrimonio acudió a este santuario y en el regreso el esposo prometió a su mujer que volvería a pie hasta Cotignac desde Aix-en-Provence si todo iba bien.
Contra todo pronóstico su hijo nació perfectamente y este joven padre decidió cumplir su promesa. Sin saber qué camino seguir ni qué haría por el camino partió pero acompañado de un amigo. Ambos caminaban, hablaban de la vida, pero también rezaban el Rosario, contemplaban los misterios y reflexionaban sobre sus vidas. Y tras andar y andar acabarían llegando hasta los pies de la Virgen, donde les esperaba el bebé y su madre.
Dominique Rey, delante de una imagen dedicada a San José en Cotignac
La historia podría haber acabado ahí, pero un año más tarde este padre volvió a Cotignac caminando, pero esta vez acompañado por otro amigo. Al año siguiente, ya eran un pequeño grupo de seis hombres casados o que pronto se casarían. Iban a dar gracias y confiar sus familias a María y José. También mostraban sus inquietudes: salud, trabajo, deseo de tener un hijo, el cáncer de un familiar, problemas de alguno de los hijos...
Pero todo cambió en 1982 cuando la comunidad de los Hermanos de San Juan que se instaló en el monasterio dijo a este padre: “No puedes guardarte esto para ti”. Y aunque a estos pioneros les costó aceptar el guante, finalmente el número de varones fue creciendo y creciendo, así como las gracias, que se fueron multiplicando. Hombres alejados de la fe, cabreados con Dios o con grandes problemas se reconciliaban el Señor y retomaban su fe en esta peregrinación. Y ante la cantidad de varones que participaban, superando ya los mil, decidieron que se replicaran estas peregrinaciones en otros lugares de Francia.
Así fue cómo surgió y ha llegado a nuestros días esta peregrinación de los padres de familia en Cotignac. En esta edición, marcada por el Año de San José y la pandemia de coronavirus, el obispo de Toulon tuvo un importante mensaje para los hombres, una llamada a la misión de defender sus familias y salvar la civilización.
“Querido peregrino, tu paternidad es al mismo tiempo una gracia, un don de Dios; una tarea prioritaria a tiempo completo; un mensaje para tantas familias destrozadas en una cultura que quiere acusar al padre, lo que algunos llaman el ‘asesinato del padre’. San José os dice a todos en este día: ‘Sé hombre. Sé un esposo. Sé un padre”, afirmó monseñor Rey.
Cada año la peregrinación de padres de familia reúne a cientos de varones en Cotignac
Precisamente, todas las palabras del obispo se centraron en este “triple desafío” que Dios lanza a estos varones: el ser hombres, padres y maridos.
En este primer aspecto de la llamada a ser hombres, el obispo de Toulon recurrió a las Escrituras y recordó lo que Moisés repitió a Josué antes de que el pueblo de Israel entrara en la Tierra Prometida: “Sé hombre, sé fuerte y valiente”. También David le habló de manera similar a su hijo Salomón. Pero igualmente San Pablo lo explicaba en la primera Carta a los Corintios: “Manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor”.
“En un momento en el que las identidades antropológicas son cada vez más borrosas y frágiles, agarradas por la sacralización del yo y la sobreoferta dada al patetismo, esta llamada bíblica de 'ser hombre' resuena especialmente para nosotros a través de la figura tutelar de San José . José nos invita, como en Bessillon, a levantar la roca de nuestra vida, una piedra cargada de batallas, dudas, pruebas, ‘astillas en la carne’ (2 Cor, 12) para que fluya agua clara y fecunda donde los que nos rodean puedan beber”, les dijo Rey.
“’Sé un hombre’ siguiendo a San José”, les espetó el obispo, “José, este hombre humilde que no busca sobrevalorarse a sí mismo ni presumir en la vanguardia de la historia, sino que siempre se aparta. José, este hombre paciente que confía en la fidelidad de Dios y que sabe distinguir lo urgente de lo importante. José, siempre disponible para llamadas desde arriba que confunden nuestras proyecciones y pronósticos personales”.
De este modo, el obispo de Toulón señalo que “el hombre contemporáneo se niega a permitir que la vida sea recibida a través de mediaciones. En primer lugar, la de nuestros padres (pero no somos nosotros los que decidimos nacer). Para liberarse de sus raíces y de todos sus antecedentes, el hombre posmoderno descarta modelar figuras con las que podría identificarse para volver en sí. Sin embargo, este es el testimonio de los santos. Su viaje de vida inspira el nuestro. Siguiendo sus pasos, caminamos hacia Dios más rápido y más profundo, tomando el rumbo que hicieron en dirección al Cielo. San José para nosotros es ante todo un testigo, y no un ídolo. No retiene para sí la luz divina que recorre su vida. Esta luz lo encuentra tan humilde, casto y confiado en Dios que no opuso resistencia”.
El segundo de este desafío es ser también marido. Monseñor Rey recordó a los cientos de hombres allí presentes que “es un inmenso honor que Dios conceda al hombre encomendarle la que será ‘hueso de tus huesos, la carne de tu carne’”.
“Es en esta alteridad donde se vincula una intimidad de carne y alma entre el hombre y su cónyuge, con miras a una fecundidad común. La alianza marital permite que el otro me conozca, pero también que me revele a mí mismo, sin engaños, sin prejuicios. El Señor bendice esta alianza que se ha convertido en sacramento, es decir, en signo por el cual Dios se revela. Se dice que Cristo está en la unión de dos seres que se casan, y Él mismo viene a purificar, expandir, apoyar su amor haciéndolo más verdadero, más fiel y más fecundo. La mujer es un límite para el hombre, ella limita su ego, su pretensión de ocupar todo el espacio. Pero además, lo complementa. Ella es su oportunidad porque lo abre a un más allá de sí mismo, a la vida que surgirá de su unión. Lo abre a Dios y a la vida”, agregó el prelado.
Por ello, quiso también señalar que “no se puede ser padre si no se es ante todo cónyuge, si no se tiene un cónyuge sin el cual la concepción de un hijo es imposible. Sin la madre, el padre no puede transmitir la vida, prolongarse la existencia a través de la descendencia. Sin la madre, el padre también se ve rápidamente impotente para asumir su tarea educativa”.
Y por último, el tercer desafío es el de ser padre. “’Sé un hombre', ‘sé un marido’ para ser un día padre. La ausencia del padre por rupturas familiares, su alejamiento físico, absorto como está por su vida profesional o por sus compromisos... Todos estos factores, todas estas carencias de imágenes paternas fuertes e inspiradoras sacuden los cimientos antropológicos y educativos en nuestras sociedades que por un lado disfrutan difuminando identidades, castrando y desvirilizando a los hombres, y por otro lado esclavizando a las mujeres, hasta el feminicidio. Por el contrario, el papel de la autoridad paterna es asegurar, garantizar y validar los fundamentos y principios invariantes esenciales en la construcción psíquica del niño”, les dijo.
¿Qué enseña San José sobre la paternidad ? Dominique Rey respondió así a esta pregunta: “Mientras que la maternidad constituye un acto de encarnación en el primer sentido del término (encarnarse en la carne y en la carne de nuestra madre), la paternidad es un acto de adopción que significa acogida, reconocimiento. La madre ‘conoce’ desde dentro de un significado etimológico del verbo conocer. De ella nace el niño. El padre, por su parte, ‘reconoce’. En la tradición judía (que el Evangelio informa sobre José), es el padre quien da el nombre, es decir la identidad, da fe de la unicidad del niño, de su existencia en ningún otro igual”.
Para acabar, el obispo hizo una exhortación a los presentes: “querido peregrino, ‘sé padre’ a través de tus consejos, pero ante todo a través de tu constancia en la vida, a través de las exigencias que llevas. ‘Sé padre’ por la calidad de tu presencia, el tiempo precioso que ofreces a todos sin prejuicios, por la mirada benevolente y providente que llevas a los miembros de tu familia y en particular a los más vulnerables. Una mirada libre que no aprisiona a los demás, sino que, por el contrario, se libera del fatalismo y es resiliente y llena de esperanza. La mirada de un padre pródigo que sabe que el amor de Dios es mayor que lo que nos separa de él. Cada niño espera una bendición de su padre, es decir, reconocimiento, misericordia, aliento, una llamada a amar. Queridos padres, vuestra paternidad se refiere a algo más grande que ella misma, a la paternidad de Dios que es su fuente. La ‘paternidad no es un ejercicio de propiedad, sino que se refiere a una paternidad superior’ (Francisco), como señaló Jesús cuando dijo a su pueblo: ‘Toda potestad me es dada desde lo alto’”.
/ ReL
Javier Lozano / ReL
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