jueves, 15 de julio de 2021

Consejos y oración de san Buenaventura para pedir protección de todo mal

 

Sus escritos los utilizó Pío XII cuando definió el dogma de la Asunción en 1950

San Buenaventura (1274), fue el 5º ministro general de la Orden Franciscana después del seráfico padre Francisco. Buenaventura tenía un gran amor y devoción a la Virgen María, y retenía como absolutamente cierto que Dios preservó a María de la violación del pudor y la integridad virginal en la concepción y el parto, y que tampoco permitió que su cuerpo se desintegrase, descomponiéndose para luego convertirse en cenizas.

Fueron tantos los escritos sobre el tema que dejó el santo que incluso un párrafo entero de la constitución apostólica Munificentissimus Deus está dedicado a la teología de san Buenaventura da Bagnoregio.

Con esta constitución apostólica del 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.

Una oración

Recordamos ese gran amor de san Buenaventura a la Virgen María con estos consejos y una pequeña oración:

«En todo tiempo ten una gran y amorosa veneración a la gloriosa Reina, Madre de nuestro Señor. En todas tus necesidades y en todas tus penas recurre a Ella como al más seguro de los refugios, implorando su protección; tómala por abogada y encomiéndale con devoción y confianza tu vida, pues Madre es de misericordia. Ofrécele cada día un testimonio especial de veneración. Y para que tu devoción sea acogida favorablemente y tus obsequios le sean agradables, imita su pureza, conservando puros tu alma y tu cuerpo, y esfuérzate en seguir sus huellas, practicando la humildad y la mansedumbre».

¡Augusta Reina de los cielos! Vos que en virtud de vuestra prerrogativa de Madre de Dios podéis mandar a las potestades del infierno, dignaos mandar que impidan a los demonios causarnos el menor daño, y haced que los ángeles nos protejan y nos preserven de todo mal y de todo peligro. Amén

Maria Paola Daud, Aleteia

Rece también con San Buenaventura

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío,
la médula de mi alma con el suavísimo y sa­lu­da­bi­lísimo dardo de tu amor;
con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica,
a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu casa;
anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de ti, Pan de los ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

¡Oh Jesús, en quien desean mirar los ángeles!,
tenga siempre mi corazón hambre de ti
y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor;
tenga siempre sed de ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la casa de Dios.

Que te desee, te busque, te halle; que a ti vaya y a ti llegue;
en ti piense, de ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite,
con facilidad y afecto, con per­se­ve­rancia hasta el fin;
para que tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza,
mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tran­qui­lidad,
mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro,
en el cual esté siempre fija y firme e in­con­mo­vi­ble­mente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.
















































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