Acaba con las peleas de tus hijos que tanto estrés genera a la familia. Aquí encontrarás la forma de poner fin a estas peleas diarias.
¿Tus hijos se pelean todos los días? ¿Crean estos argumentos una atmósfera familiar tensa además de hacer que todos experimenten emociones desagradables como la ira, la decepción y la tristeza?
Aunque no es sorprendente ver a los hermanos peleando, sigue siendo algo agotador para el sistema nervioso de los padres. Cuando alcanza un cierto nivel de intensidad y, sobre todo, de regularidad, la recurrencia marca un hábito que se arraiga, un modo de funcionamiento del que pronto no habrá salida. Pero no debemos desanimarnos, existen soluciones para romper este círculo vicioso.
Un diagnóstico para reflexionar sobre los conflictos cotidianos
Hay muchas causas posibles para estas disputas, y no debemos necesariamente dramatizar demasiado; además, también es bueno dejar que los niños manejen las cosas y encuentren maneras de salir de la crisis. Sin embargo, también es cierto que este «laissez faire» no puede ser una postura de indiferencia.
Porque el ojo atento podrá aprovechar la oportunidad adecuada para intervenir, el momento adecuado para hacer reflexionar a los niños sobre estos conflictos cotidianos, esta pequeña guerra de desgaste que, aparentemente inocua, puede a la larga debilitar las relaciones y herir profundamente los corazones.
En el momento oportuno, las palabras pacíficas del adulto podrán expresar la tristeza de los combatientes que reconocerán que esto les hace infelices. Esta tristeza es una señal de que no saben cómo salir de esta manera de relacionarse. Se ha consolidado en este modo de expresión porque les falta conocer otras formas de actuar. Este diagnóstico inicial es muy valioso, porque nos permite expresar que, en el fondo, nos queremos—siempre es bueno decirlo y escucharlo—y que nos gustaría que las cosas fueran diferentes.
El amor, más que nada un mandamiento, y no tanto un sentimiento…
Entonces, podemos aprovechar la oportunidad para explicar a los niños que si los lazos humanos—especialmente los que no hemos elegido (no elegimos nuestra familia)—pueden mejorar con el esfuerzo de todos, vemos que el amor es sobre todo un mandamiento y no principalmente un sentimiento.
Esto significa que como familia, Dios nos ha dado la oportunidad de amarnos de una manera divina, y no sólo de una manera humana. La experiencia demuestra que amarse a nivel humano es difícil. Vivimos esto a una edad muy temprana—el ser humano es fundamentalmente voraz y celoso, discute y pelea, a veces es dominante y otras dominado. Así que hay que aprender a amar como Jesús. Y Él puede exigírnoslo porque nos da el don de ser capaces de amarnos los unos a los otros.
Esta conciencia que comienza en la edad de la razón es saludable. Con ella viene una razón válida para rezar por los demás. Dios no nos puso juntos para formar así como así una «familia cristiana que es buena en todos los sentidos». Nos ha confiado unos a otros para que podamos aprender a amar a nuestro prójimo.
De esta forma, nuestra familia es el lugar donde aprendemos a practicar la caridad, y a amar según Dios: un amor que en última instancia se extiende más allá de nuestra familia. Pero este paso sólo será posible si nos damos cuenta de que nuestro amor a nivel de carne y hueso es fácilmente agotable y agotador. ¡Felices los hermanos que aprenden a mirarse con los ojos de la fe!
Abad Vincent de Mello, Edifa Aleteia
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