Todos estamos llamados personalmente por Dios para algo único. Sin embargo, para escuchar esta llamada, hay que rezar y ponerse en lo que san Francisco de Sales y san Ignacio de Loyola llaman “la indiferencia”
¿Todo el mundo tiene una vocación? La respuesta es “sí”, pero conviene distinguir dos niveles de distinta importancia.» El primer nivel concierne a nuestra vocación de bautizados. A este respecto, todos estamos llamados a la santidad. Somos creados para la felicidad, para la belleza, es decir, para la visión de Dios.
Sea cual sea nuestro estado de vida o nuestra situación, estamos llamados a amar como Cristo nos amó. Responder a esta llamada original no es algo facultativo: ¡es nuestra vocación propia de bautizados, nuestra alegría y nuestra salvación!
El segundo nivel concierne a la vocación como proyecto de Dios para nuestra vida. Es ahí donde interviene la colaboración tan misteriosa y hermosa entre la iniciativa divina y la libertad humana.
Recordemos al joven rico a quien Jesús miraba con tanto amor: “Si quieres ser perfecto…”.
Cada llamada de Dios –porque las hay– viene precedida de ese “sí” que respeta enteramente la libertad de cada hombre y mujer.
Dicho esto, para escuchar esta llamada de Dios, conviene ponerse en lo que san Francisco de Sales y san Ignacio de Loyola llaman “la indiferencia”.
Esta “indiferencia” es una firme determinación para cumplir la voluntad del Señor para y contra todo. Consiste en rezar así:
Oración para cumplir la voluntad de Dios
Ya sea el matrimonio o la vida consagrada,
ya sea aquí o allí, poco importa, Señor, ¡lo que importa eres Tú!
Sé que mi felicidad no depende de mi estado de vida
ni de aquello que haga, sino de la intimidad que tenga contigo.
Solamente busco una cosa: estar disponible para servirte,
porque solamente Tú puedes colmar los deseos más profundos de mi alma.
El consejo de san Ignacio
Ignacio de Loyola explica que si hemos elegido un modo de vida sin haber vivido primero este proceso de “indiferencia”, conviene perseverar en la fidelidad a la elección que hayamos hecho. Sin embargo, precisa:
“Muchos en esto yerran haciendo de oblicua o de mala elección vocación divina; porque toda vocación divina es siempre pura y limpia, sin mixtión de carne ni de otra afección alguna desordenada”.
Dicho de otra forma, san Ignacio pone en evidencia el hecho de que las elecciones vitales, aun siendo buenas, pueden no ser calificadas como “vocación divina”.
En efecto, si una persona sigue su movimiento propio sin ese trabajo interior previo de la “santa indiferencia”, su vida será una elección personal, pero no cabe hablar con propiedad de “vocación”. Dicho esto, ¡evidentemente es posible santificarse en una vida así!
Permanecer abiertos al presente y a la realidad
Falta ver cómo procederá Dios para indicarnos su voluntad, una vez esta “santa indiferencia” se haya adquirido tras la purificación de los sentid
En este punto, ¡no hay que dar rienda suelta a la imaginación! Conviene permanecer tranquila y sencillamente abiertos al presente y a la realidad: un encuentro, un acontecimiento, una lectura… acompañados de una moción interior; así es el comienzo de un camino “vocacional”, en el sentido amplio del término, que merecerá siempre ser discernido con la ayuda de un guía espiritual.
Por el padre Nicolas Buttet, Edifa Aleteia
Vea también: Vocación del creyente: una explicación
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